miércoles, 13 de enero de 2010

Recensión Oral en la Academia Nacional de Ciencias Económicas

El Dr. Asdrúbal Baptista, Presidente para el momento de la Academia Nacional de Ciencias Económicas me honró con una invitación a participar en una recensión oral sobre el libro “Venezuela Destino Incierto. Para comprender lo que pasa hoy en el país”, del Dr. José Mendoza Angulo. Para cumplir con esa convocatoria escribí el texto que reproduzco en las siguientes páginas y que leí en la sede de esa Academia el 27 de junio de 2007.


En Octubre de 2008, la Academia Nacional de Ciencias Económicas publicó el Número 2-2008 de su serie “Recensiones Orales”, dedicado al evento en el cual me correspondió participar. Para mi sorpresa, junto a las pertinentes intervenciones de los otros dos comentaristas, se inserta un texto mío, escrito el 25 de abril de 2007, que no tiene ninguna relación con la obra del Dr. Mendoza Angulo, tal como lo reconoce el propio autor en nota al pié de la página 30 de la mencionada publicación, que transcribo textualmente:

“Los comentarios que siguen a continuación están referidos a la recensión sobre mi libro Venezuela Destino Incierto, hecha por el doctor Carlos Mendoza Pottellá en escrito de fecha 25 de junio de 20007consignado por él en la Academia Nacional de Ciencias Económicas y que los directivos de esta Corporación me hicieron llegar para la discusión que tuvo lugar, en la sede de la Academia, el 27 de junio de 2007. Obviamente, los comentarios que aquí hago no tienen nada que ver con el texto que suscribe el doctor Mendoza Pottellá en la presente publicación, escrito el 25 de abril de 2007 y que no aluden al libro escrito por mí.”

Resulta para mí evidente que los editores consideraron inconveniente la publicación de mi intervención, tal vez poco académica, políticamente “incorrecta”, demasiado autobiográfica o demasiado ruda para ciertas sensibilidades.

Lo cierto del caso es que aparezco en una publicación de la Academia Nacional de Ciencias Económicas suscribiendo un texto absolutamente impertinente respecto a la Recensión de que se trata y, por lo tanto, expuesto a la consideración pública como un irresponsable.

Más de dos años después, habiendo eludido hacer reclamaciones públicas sobre ese desaguisado, publico ahora mi participación real en esa “recensión oral”, en este blog, dedicado a temas petroleros. De cualquier manera, no son tan distantes de los temas referidos al destino político del país, sino todo lo contrario.

Carlos Mendoza Pottellá
12 de Enero de 2010


Disquisiciones a partir del libro
“Venezuela: Destino Incierto”
de José Mendoza Angulo

Carlos Mendoza Pottellá
Academia Nacional de Ciencias Económicas
27 de junio de 2007.



El Dr. José Mendoza Angulo nos ofrece un “resumen de inquietudes” para “averiguar, junto con otras personas, conocidas o desconocidas, lo que tenemos que hacer ‘para comprender lo que pasa hoy en Venezuela”. De acuerdo con ese espíritu, entregamos estos comentarios preliminares de lo que podría ser un debate intenso entre visiones polares sobre un mismo proceso.

El autor realiza una enjundiosa y documentada reseña histórica de la evolución político partidista dentro del sistema de gobierno surgido a raíz del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, destacando un supuesto proceso de descomposición de ese sistema, cuyas primeras señales se expresarían en la temprana recuperación de la imagen pública de aquél dictador y culminarían con el triunfo de la “antipolítica” encarnada en Hugo Chávez Frías.

En esa presentación de lo político partidista, de lo superestructural, como eje en torno al cual gira la evolución de la sociedad venezolana, con minimización o referencia de bajo nivel a los factores que se encuentran en la base, en los fundamentos de los procesos socioeconómicos, reside un sesgo que debilita la capacidad explicativa, comprensiva, de la exposición que comentamos. Más adelante haremos referencia específica a este aspecto de nuestra crítica.

Por ahora, y quedándonos en el nivel superestructural que se nos plantea, creo pertinente decir que el enfoque del Dr. Mendoza Angulo se fundamenta, en mi opinión, en una caracterización idílica del régimen surgido en 1958 y el bloque de poder que se constituyó en el Pacto de Punto Fijo, como una democracia basada en la preeminencia de los partidos políticos: “La lozanía y fuerza de la democracia venezolana y del sistema de partidos se expresó durante los quince años siguientes a la caída de la dictadura…”

Por el contrario, comparto la opinión expresada por diversos autores en el sentido de que el régimen surgido en 1958-59 fue el producto de una minuciosa negociación con los factores reales de poder: el gran capital petrolero y el gobierno de los Estados Unidos de América. Esa democracia partidista se desarrolla desde un principio, tutelada por esos factores de poder. Y ello, en tiempos de álgida guerra fría y a partir de la experiencia de un hombre como Rómulo Betancourt, quien ya había padecido en carne propia –entre 1945 y 1948- los latigazos que merecían en ese contexto todos aquellos de quienes se sospechara una cierta afinidad con el comunismo o con visiones excesivamente nacionalistas, socializantes, moderadas o no.

Mucho se ha escrito sobre el carácter petrolero del golpe de Estado de 1948 y hace algunos años fueron publicados en la prensa venezolana documentos del Departamento de Estado norteamericano, hasta entonces secretos, que confirman parcialmente esa apreciación. (Mendoza Pottellá, “De las concesiones a los contratos…” 1985. Texto Inédito).

“Segregar y aislar a los comunistas” fue la principal consigna-promesa betancouriana para obtener un seguro de vida expedido por la gran potencia del norte.

Reprimir y dividir al movimiento obrero, contener dentro del propio seno del partido de gobierno a las tendencias auténticamente nacionalistas, como la representada por Juan Pablo Pérez Alfonzo y a los sectores de izquierda o de centro que luego se desprenderían, con el MIR, el grupo ARS y el MEP, fueron elementos característicos primigenios de esta sui-géneris democracia tutelada por el gran capital petrolero internacional y el gobierno de los Estados Unidos.

El olvido de estas circunstancias permite presentar los conflictos internos provocados desde la izquierda y la derecha como “atentados” contra un régimen que si no es perfecto, se encuentra en la búsqueda de esa perfección: la democracia. Y cuando se habla de la decadencia de ese sistema, se achacan las culpas a deficiencias de sus dirigentes:

“De haber existido en Venezuela un liderazgo alerta en lo político, responsable en lo económico y elementalmente sensible en lo social, bien informado y bien formado, moderno y culto…” De esta suerte, han sido deficiencias éticas, culturales, educativas, las que condujeron a “la democracia” a su colapso institucional.

Cuando se observa esta descripción ingenuamente neutral de “la democracia”, de sus supuestos valores intrínsecos y universalmente válidos no se puede menos que pensar en el tipo de democracia en nombre de la cual se encuentran los Estados Unidos en Irak y Afganistán, o las que implantaron en la Guatemala de Jacobo Arbenz y en el Chile de Salvador Allende.

Sin embargo, esta democracia es la misma que supuestamente surge de un “derrumbamiento de la internacional de las espadas en el continente americano”, mención que presupone que las dictaduras latinoamericanas fueron un fenómeno autóctono, una cierta moda coordinada, surgida autónomamente en el seno de nuestros países. Algo así como una pasajera varicela de la que todos nos recuperamos en su momento y comenzamos a disfrutar de la moda democrática, un tanto empañada por la aparición de “anacrónicos” movimientos guerrilleros inspirados en la gesta de la Sierra Maestra.

Nuevamente nos encontramos con una visión de lo político aislada dentro de los márgenes de lo estrictamente politológico. Tal es la que el propio autor define como su tesis central: “la motivación esencial del proyecto democrático era de naturaleza puramente política”. Y para demostrarlo recomienda, a mi manera de ver con candidez, nada menos que la lectura del texto del “Pacto de Punto Fijo”, pacto de gobernabilidad que, como ya dijimos, concretó el compromiso de “los grandes partidos” con los poderes económicos nacionales y extranjeros, con las grandes corporaciones petroleras anglonorteamericanas y la burguesía criolla desarrollada bajo su manto, para contener cualquier avance de fuerzas nacionalistas en materia petrolera o reivindicadoras radicales de una justicia social cuya inexistencia todavía hoy clama al cielo en un país con las riquezas naturales de Venezuela.

Esa tesis central, que olvida el carácter eufemístico de un texto diseñado exclusivamente para esconder las verdaderas motivaciones de sus suscriptores, es la que permite que casi desaparezcan de la explicación de esos procesos la acción de aquéllos a los que el propio autor alude como los “factores reales de poder”. Estos aparecen descritos más bien como ángeles tutelares que santifican el buen comportamiento de nuestros demócratas.

Los postulados no expresos, pero esenciales, de ese texto, se cumplieron a pie juntillas.

Para sustentar mis afirmaciones me permitiré traer a colación un ejemplo paradigmático de ese cumplimiento, el cual servirá, de paso, para discutir la tesis de que todos los políticos y especialistas desestimaron las tendencias a la entropía que se podían observar en la evolución de la economía: nos referimos a la frustración del “Pentágono Petrolero” de Juan Pablo Pérez Alfonzo.

Consciente de los límites políticos a los cuales se enfrentaba, en ese “pentágono de acción”, Pérez Alfonzo diseñó un programa de política petrolera nacionalista que trató de aprovechar todos los espacios que dejaban esos límites. Precisamente uno de los aspectos percibidos por él y sobre los cuales fundamentó sus propuestas fue lo que denominó “la caída tendencial de la capacidad generadora de excedentes de la explotación petrolera”. Tendencia en la que identificaba no sólo elementos intrínsecos a la propia industria, derivados de la sobre-explotación de los yacimientos y la caída constante de la relación reservas-producción, sino también al creciente envilecimiento de los precios y la consecuente caída de la participación fiscal. Este último aspecto, por cierto, fue el motivador de su propuesta, quinto ángulo del pentágono, de constituir una organización internacional para la defensa conjunta, entre los principales países subdesarrollados y exportadores netos de petróleo, de ese parámetro esencial para garantizar una justa participación nacional en la liquidación de un patrimonio extinguible: la OPEP.

Pero dentro de mi línea argumental quiero llamar la atención sobre otros aspectos relevantes de dicho “Pentágono” que fueron anulados, pervertidos, por el cumplimiento estricto de los compromisos adquiridos por el gobierno de Betancourt dentro del Pacto de Punto Fijo. Me refiero a la CVP y al principio, que Pérez Alfonzo logró hacer constitucional, de no otorgar nuevas concesiones. Para demostrar este aserto voy simplemente a transcribir mi propia exposición de 1983-85 que vengo citando:

Los Ángulos tercero y cuarto del "pentágono", CVP - No más concesiones, constituyen, como ya dijimos, el binomio de futuro, las bases de una política de desarrollo alternativo de la industria en vías hacia el control estatal de la misma. No más concesiones era el principio normativo y la CVP el instrumento para garantizar su ejecución. Con el primero se ponía fecha fija para el término de las relaciones concesionarias y con el desarrollo de la segunda se sentaban las bases para ir asumiendo, paulatinamente y en todas sus fases, posiciones determinantes en el negocio. Por lo demás, la CVP serviría como elemento de contrastación, a los efectos de mejorar la fiscalización y el control sobre las actividades de los concesionarios en función de la política de participación razonable. 2 Mendoza Pottellá, loc. Cit.

"Como reacción a esta competencia (la creación de la Corporación Venezolana del Petróleo) y a la política del Gobierno opuesta a la adjudicación de concesiones, en el año 1960 la industria del petróleo redujo sus operaciones en Venezuela…" 81 (81 Salvador de la Plaza, La Economía Minera..., Pág. 52.
También al igual que en 1948, esas presiones lograron anular la política de Pérez Alfonzo, aunque esta vez no fuera por la vía del golpe de Estado, sino a través del sabotaje consciente desde las propias esferas oficiales que llevaron al Ministro a retirarse a su casa de Los Chorros, desde donde despachaba, a manera de protesta silenciosa, sin renunciar al cargo, pero sabiéndose desautorizado.

Así, su política fue desnaturalizada por el propio gobierno del que era Ministro. En repetidas oportunidades el Presidente Betancourt se curó en salud ante los concesionarios y sus mentores al hacer referencia a los limitados fines de la CVP y el carácter flexible de la política de no más concesiones:

"Esta empresa no viene a competir con las empresas privadas. La misma modestia del capital de trabajo que le hemos asignado, indica cómo son de limitados sus fines y objetivos; pero la Corporación Venezolana del Petróleo debe ser y será el vehículo de que se valga el Estado para otorgar, ya no concesiones sino contratos de servicio y otras fórmulas de arreglo, que hay muchas y muchas se están utilizando en varios países petroleros, para desarrollar la explotación y producción de aceite negro en el país." (29-5-61) Mendoza Pottellá, loc. Cit.

"No hemos otorgado concesiones porque las muy ricas que quedan, bien ubicadas, en el centro y en las riberas del Lago de Maracaibo, estamos seguros que van a ser exploradas y explotadas mediante contratos de servicio." (29-6-63)83 (83 Rómulo Betancourt, citado por Sáder Pérez en Petróleo Polémico y Otros Temas, Págs. 12 y 13.) Mendoza Pottellá, loc. Cit.

Creo que las palabras de Betancourt son lo suficientemente explícitas para demostrar lo que hemos venido argumentando, sobre el carácter profundamente estructural y no meramente político, del Pacto de Punto Fijo.

De tal suerte que, a diferencia de lo sustentado por el distinguido autor cuyo libro comentamos, no creo que en esos años, y hasta 1998, hayamos asistido a la descomposición y derrumbe de “la democracia de partidos”, sino al de un régimen, convenientemente ubicado dentro del “mundo libre” de aquellos años de guerra fría, que utilizó a esa democracia como mascarón de proa de un sistema dentro del cual se garantizó la pervivencia de relaciones de dependencia neocolonial, fincadas en una explotación petrolera ampliamente beneficiosa para el gran capital petrolero internacional.

Debo aclarar, sin embargo, que valoro muy positivamente el esfuerzo hecho por el autor en el recuento histórico minucioso y el análisis específico de la crisis del sistema partidista que constituyó la superestructura del régimen puntofijista. Mi desacuerdo se constriñe a que esa crisis es apenas una parte, y no precisamente la fundamental, del proceso vivido por Venezuela durante los 40 años de vigencia de ese régimen. Como dije al principio, del análisis detallado de la obra in comento, podrían hacerse múltiples enfoques generadores de una polémica enriquecedora, pero los límites de esta recensión me obligan a restringir mis comentarios sólo a lo que consideré medular dentro de sus planteamientos.

Y es colocado en esta perspectiva que abordaré, de seguidas, las formulaciones analíticas del Dr. Mendoza Angulo sobre el régimen que comienza a surgir en Venezuela a partir de 1999.

En primer lugar, debo aclarar que afrontar esta discusión es un reto bastante serio y conflictivo para mí, como funcionario de una institución pública, razón por la cual debo dejar expresa la circunstancia de que mis opiniones sólo me comprometen a mi mismo.

Además, y para ser honestos, debo decir que milito –con todo el sentido de compromiso de esa palabra- dentro de uno de los bandos en pugna en el espectro político contemporáneo desde hace casi cinco décadas.

Como anatematiza nuestro autor, soy uno de esos miembros de “sectores minoritarios del profesorado, de empleados y estudiantes universitarios que anduvieron siempre orbitando alrededor de las iniciativas políticas más estridentes y descabelladas.”

Para confirmar esa percepción, y en aras de ubicar cabalmente la génesis de mi particular posición política y de las opiniones que sustento en esta recensión, con todo el respeto a mis interlocutores y por ser una trayectoria personal bastante anónima, debo hacer una digresión autobiográfica.

Desde finales de 1957, a los 15 años y de manera un tanto fortuita para un alumno salesiano, practicante de la comunión los 9 primeros viernes y del activismo católico antiprotestante, me vinculé a la Juventud Comunista de Venezuela. En 1962 me incorporé a las guerrillas del Estado Lara, donde fui capturado y posteriormente condenado a 25 años de prisión. Cinco años y medio después fui exiliado. Residí entonces, por dos años, en Moscú, en la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética. A mi regreso en 1969, marcado por los acontecimientos de Checoeslovaquia y bastante decepcionado del régimen soviético que me acogió, participé en el proceso que dio lugar al nacimiento del Movimiento al Socialismo, en el cual milité hasta 1986. Desde 1971 y hasta su muerte en 1979, estuve estrechamente vinculado al Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo, como asistente y productor de sus ruedas de prensa, editor del libro “Hundiéndonos en el Excremento del Diablo” y redactor del quincenario “Prensa Petrolera”, que difundía sus ideas sobre la materia. Todo ello explica en gran parte mi desviación profesional petrolera. Concomitantemente, a partir de 1972, y bajo la tutela del Dr. Francisco Mieres, comienza mi carrera académica en el Postgrado Petrolero de la UCV, hasta mi jubilación en el año 2000.

Durante todo ese recorrido participé siempre en la búsqueda de alternativas al régimen puntofijista que cundía a Venezuela de miseria y desigualdad en nombre del progreso capitalista. Mi militancia en el nacionalismo petrolero, por ejemplo, fue siempre radical, al punto de determinar mi ruptura con el MAS, partido encandilado por las políticas aperturistas y la “eficiencia” de una PDVSA convertida en Estado dentro del Estado, empresa globalizada de magnitud mundial y preparada para abrir su capital accionario al gran capital mundial, pero limitada por las restricciones que le imponía el “excesivo nacionalismo” que todavía pervivía en la “atrasada” opinión pública venezolana.

En estos últimos 8 años he sido embajador en Arabia Saudita y Rusia, director de PDVSA durante menos de dos meses, durante los cuales, la presencia del Dr. Gastón Parra Luzardo y mía en esa Directiva fue uno de los catalizadores del golpe de Estado de abril de 2002. Hoy en día, me desempeño como asesor petrolero de la Presidencia del BCV.

Podrá entenderse, entonces, que no puedo compartir una visión que presenta al actual proceso político que se vive en Venezuela como surgido exclusivamente de la conspiración militar. Aunque no desconozco el papel preponderante que esos militares, encabezados por Hugo Chávez, con su carisma, su liderazgo y su desmesurada vocación de poder, están jugando, debo decir que ellos se insertaron oportunamente en un movimiento que tiene una génesis mucho más antigua y que tiene que ver con todos los fallidos intentos de los sectores radicales y de izquierda para promover cambios estructurales en el seno de la sociedad venezolana.

Con todo y encontrarnos hoy con una izquierda socialista fracasada, desilusionada y en muchos casos pendulando hacia posiciones derechistas, estando hoy en día en plena era postsoviética, después del colapso del perverso “socialismo” stalinista y de sus posteriores maquillajes, nada de ello es suficiente para anular la extraordinaria fuerza del mensaje reivindicador y justiciero del socialismo a secas, del que se comenzó a prefigurar desde los tiempos de Santo Tomás Moro y de los seguidores que por siglos intentaron hacer realidad su Utopía, desde la Comuna de París y los obreros y campesinos de la Revolución de Octubre y hasta el idealismo desenfrenado del Ché Guevara. Toda esa gesta trágica y frustrada, todos esos sueños irrealizables por los que murieron cientos de millones de seres humanos, siguen teniendo vigencia en el imaginario de millones de excluidos en el convulsionado y globalizado mundo de nuestros días.

Y ello, a pesar de las continuas e interesadas referencias a la caída del muro de Berlín como expresión del definitivo fin del sueño socialista.

No, el camino no es el del capitalismo salvaje, mafioso y profundamente inhumano que se ha instaurado en la Rusia contemporánea, donde se han desmontado todas las conquistas sociales alcanzadas durante la era soviética, teniendo como resultado que las expectativas de vida de la población disminuyen cada año en una proporción tal que, al registrar su evolución a partir de 1989, el Presidente Putin pronosticó, en 2003, que de no modificarse esa tendencia, la población rusa habrá disminuido en 20 millones para el año 2020.

Y tampoco lo es el capitalismo, todavía peor que el ruso, que se desarrolla bajo la tutela del Partido Comunista Chino y de las mayores corporaciones internacionales, donde imperan las más injustas condiciones de explotación de la mano obra del mundo contemporáneo, para garantizar tasas de crecimiento de esa economía superiores al 10% anual.

Esos miserables triunfos del capitalismo globalizado sobre el viejo “socialismo real” no constituyen una alternativa viable ni deseable desde el punto de vista de la redención social de grandes masas de seres humanos colocados al margen del “progreso” y el disfrute de las mieles de “la democracia” globalizada.

La globalización que promueven los “neocons” norteamericanos, el nuevo Siglo Americano, el Consenso de Washington, y los “maravillosos” ajustes estructurales de corte neoliberal promovidos por el FMI y el Banco Mundial han fracasado en toda la línea, tanto en Venezuela como en otros países latinoamericanos. En Chile, Brasil, México y Perú, para poner ejemplos característicos, han empeorado los índices de pobreza y exclusión. Nuevamente, las tasas de crecimiento económico se materializan sobre las espaldas de los desposeídos, de los sin tierra, de los piqueteros. El capitalismo avanza sobre los escombros del keynesianismo, de las terceras vías, con la liquidación de los socializantes regímenes de seguridad social, hacia sociedades cada día menos solidarias, más individualistas y más competitivas.

Por todo ello, no se puede considerar como deleznable o repudiable el hecho de que los hambrientos de justicia en Venezuela se hayan constituido en “…la base popular que sostiene a la V República”, la cual, “socialmente hablando no tiene una estructura definida”. Precisamente el ligamento estructural de esa base popular es su condición de excluidos, de marginados. Siempre es feo el rostro de la miseria, de la ignorancia y de la enfermedad, pero ello no obsta para que esas inmensas masas separadas del disfrute de los portentosos ritmos de crecimiento del Producto Interno Bruto puedan identificarse con un líder carismático que se les presenta, hablando en su idioma y convocándolos –por primera vez en toda la historia venezolana- a participar en el diseño y estructuración de un nuevo país.

Desde luego, las reivindicaciones de los excluidos pueden llegar a convertirse en una amenaza para los privilegios de los “incluidos”, de su paz particular y de los rumbos de progreso y constante ascenso social que han disfrutado hasta ahora. Ese mundo idílico en el que hasta ahora ha vivido, como lo reconoce el propio Dr. Mendoza Angulo, una porción menor al 20% de la población venezolana, puede, en nombre de una mayor justicia distributiva, verse afectado seriamente. Es por ello que hoy presenciamos el desproporcionado enfrentamiento entre las descamisadas “hordas chavistas” y las rubias y elegantes concentraciones de la “sociedad civil”. Entre masas de ignorantes idólatras de su líder carismático y elocuentes estudiantes universitarios.

Releyendo las estremecedoras cifras resultantes de las investigaciones del Dr. Hernán Méndez Castellanos, citado por el Dr. Mendoza Angulo, se puede llegar apercibir el abismo que fractura a la población venezolana. Ese abismo preexiste al proceso político contemporáneo y, más bien, forma parte de su caldo de cultivo, de su motivación iracunda.

Si se olvidan estas circunstancias, nos encontraríamos, una vez más, ante un enfoque estrechamente politológico, una visión parcial, insuficiente para evaluar al proceso lleno de complejidades socioeconómicas con el que nos enfrentamos.

Creo que no tenemos suficiente perspectiva histórica para evaluar el actual régimen. Pueden discutirse las categorías que adelanta el Dr. Mendoza Angulo para caracterizarlo: Democrático, militarista, revolucionario, izquierdista, nacionalista, paternalista-populista y bonapartista. Pudiéramos estar de acuerdo o no con cada uno de esos rasgos caracterológicos, pero ello no agotaría la discusión, que se nutre cada día con el afloramiento de iniciativas inéditas que, por ejemplo, acentúan el rasgo revolucionario, al avanzar en la liquidación de las viejas estructuras y en el nacimiento de novísimas instancias de poder, en el acentuamiento del centralismo y de la verticalidad del poder, etc.

Creo, sin embargo, que si es un momento propicio para adelantar esta discusión y para no hacer, como siempre, el recuento de lo que ya pasó, de lo pudo haber sido y terminó en frustración. La verdadera utilidad de este debate al que nos convocan la Academia Nacional de Ciencias Económicas y el Dr. José Mendoza Angulo reside en la posibilidad de definir mejor los rasgos de la realidad que confrontamos, para insertarnos en ella con reales posibilidades de incidir en los procesos en desarrollo en un sentido positivo. Desde mi particular punto de vista, para reforzar los rasgos democráticos, socialistas, revolucionarios, izquierdistas y nacionalistas (que a mi manera de ver no son, como refiere nuestro autor, contradictorios) y para combatir las tendencias autoritarias, excluyentes, caudillescas, militaristas y antidemocráticas.

Desde mi punto de vista, el gran peligro del reforzamiento de las señaladas tendencias negativas es que ellas nos conduzcan a una nueva gran frustración y, en consecuencia, a un reflujo pendular hacia las posiciones más retrógradas del espectro político contemporáneo.

Sin embargo, creo que la búsqueda de la justicia y del mejor de los mundos posibles, siempre seguirá siendo una utopía, pero siempre tendrá partidarios un poco ciegos y un poco tontos que lo intentarán una y otra vez, a la manera de Sísifo.

Caracas, 25 de Junio de 2007