martes, 19 de enero de 2010

APUNTES PETROLEROS - Mayo 2000

Balance OPEP:
Antes y después del 28 de marzo

Carlos Mendoza Pottellá
28 de mayo 2000


Ansiedad, agitación y nerviosismo fueron los rasgos caracterológicos predominantes en el mundo petrolero en los meses previos a la reunión de la OPEP de finales de marzo pasado. Nada extraño, dadas las pasiones que suelen acompañar las discusiones en torno a las decisiones y aún la existencia misma de esa Organización, inmersa en una composición de fuerzas entre poderes mundiales que a veces amenazan con desbaratarla y en otras la convierten en chivo expiatorio de inconfesables pecados.

En las postrimerías de 1999, anticipándose a lo que debería ser la reunión de marzo del 2000, comenzaron a florecer las informaciones, estudios y debates sobre la forma en que la OPEP debería ingeniárselas para aumentar sus niveles de producción sin provocar un colapso de los precios. “¿Podrá la OPEP manejar un “aterrizaje suave” de los precios en el 2000?”, fue la pregunta con la cual titulaba, el 7 de enero pasado, un articulista de “Oil and Gas Journal”, Bob Williams, comentando las proposiciones hechas en ese mismo sentido por el londinense Centre for Global Energy Studies: “...la OPEP debe coordinar incrementos de la producción este año para evitar daños a la demanda futura.”

En ese mismo mes de enero, informaciones procedentes de la propia OPEP daban cuenta de que durante todo el año 1999 la producción efectiva de cada uno de sus miembros desbordó los niveles acordados previamente en junio de 1998 y en marzo de 1999. La amplitud de la “desviación” (trampa, en el más estricto sentido) osciló entre 430 mil barriles diarios en junio y un millón 32 mil en diciembre, promediando unos 670 mil barriles diarios para todo el año. {Debo señalar, de paso, que la contribución de Venezuela a esta “desviación”, fue mínima, expresando un comportamiento oficial mucho más serio, respecto a los compromisos suscritos, que el abiertamente saboteador prevaleciente en el pasado quinquenio}. Lo cierto del caso es que los referidos niveles de sobreproducción, enfrentados en este caso a un mercado fuerte, con los precios en alza, constituyeron uno de los argumentos esgrimidos a favor de una decisión que elevara las cuotas asignadas, “santificando” la trampa. De hecho, con ello se justificó la decisión adoptada, al afirmar que, en realidad, sólo se incorporarían al mercado 400 mil barriles diarios adicionales, si se tomaba en cuenta la “trampa” de marzo, estimada en 1 millón 300 mil barriles diarios.

Igualmente, en ese mismo lapso se multiplicaron las informaciones escandalosas –manifestaciones de camioneros frente a la Casa Blanca incluidas- sobre el potencial inflacionario en los principales países consumidores de los precios del crudo por encima de los 30 dólares, el estímulo que los mismos representaban para la competencia de petróleos procedentes de áreas de mayores costos, el posible desarrollo de fuentes energéticas alternas, la incorporación de nuevas tecnologías ahorradoras de energía, amén de las tradicionales formulaciones en defensa de la libre competencia, en las cuales se comienza por presentar a la OPEP como un cartel demoníaco y se termina amenazando con el uso de las reservas estratégicas norteamericanas para restituir a un nivel aceptable los precios o con la internacionalización de las domésticas leyes antimonopolio norteamericanas y la aplicación de sanciones comerciales a los suscriptores de los acuerdos de reducción de la producción.

Todo ello condujo al ya señalado ambiente angustioso, de apresuradas consultas previas, bilaterales, trilaterales y de cualquier orden entre Ministros petroleros dentro y fuera de la OPEP, condimentadas con el “tour” aprieta tuercas del Secretario de Energía Bill Richardson, los pronósticos agoreros de ciertos analistas proclives al expansionismo productivo y decididamente anti-OPEP, a los cuales se enfrentaban las exigencias de firmeza de parte de los más radicales defensores de las políticas restrictivas de la producción y la elevación de los precios en términos reales.

El desenlace del 28 de marzo fue una decisión mayoritaria, sin el consenso que tradicionalmente requieren las resoluciones OPEP, objetada por Irán, pero aplaudida inmediatamente como un paso en la dirección correcta por Bill Clinton y los voceros de la Agencia Internacional de Energía.

Estas circunstancias han llevado a algunos analistas a considerar que se trató de una rendición de la OPEP frente a los Estados Unidos y los demás poderosos consumidores, de un abandono de la política de defensa de los precios, sobre todo si se toma en cuenta que los demonizados 30 dólares de marzo de este año sólo equivalen, en verdad, a menos de 9 dólares de 1973. En este mismo tono argumental se encuentran las constataciones de que, de los 150 dólares que en promedio paga el consumidor europeo por un barril de productos petroleros, el costo de adquisición del crudo representa una ridícula fracción.

Considero que estos cálculos son inapelables. De hecho, son el resultado de la tradicional historia de las relaciones comerciales entre el centro desarrollado, antes y ahora colonialista, y la periferia subdesarrollada: las famosas “tijeras del intercambio” con las cuales nos han cortado a placer durante los últimos dos o tres siglos. Hoy, además, constituyen parte del arsenal instrumental de la globalización que quieren imponer el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Nunca está demás –remember Seattle- recordarlo y denunciarlo: forman parte de las desigualdades e iniquidades institucionalizadas que se nos quieren imponer como normalidad y modernidad.

Por todo ello, estoy de acuerdo con no hacer muchas fiestas con los resultados de la última reunión de la OPEP, pero también, compelido por la realpolitik, la miserable y oportunista ciencia de lo posible, considero que se debe evaluar con serenidad la factibilidad de los escenarios que se presentaban entonces y se siguen presentando hoy.

De tal suerte, y colocándonos en el ambiente de presiones y amenazas descrito al principio, conociendo los diversos niveles de debilidades y compromisos de los miembros de la Organización, una ratificación de los niveles de producción vigentes desde abril de 1999 hubiera significado, por parte de la OPEP, la declaración de una guerra en la que rápida y “quirúrgicamente”, como se acostumbra desde la Guerra del Golfo, sería aislada y obligada a retroceder hasta perder su actual papel, en cual disfruta de un cierto protagonismo, así sea delegado por los otros actores.

En otras palabras, se hubiera roto el equilibrio de poderes, ese juego en el que la demanda, coordinada por los Estados Unidos y los demás poderosos miembros de la Agencia Internacional de Energía “negocian” el precio de los suministros domésticos e importados con los países productores de la OPEP y fuera de ella, intermediado todo el proceso por el interés fundamental de las grandes transnacionales petroleras y no petroleras. Un juego en el que todos quieren maximizar sus beneficios y en el que, para poder lograrlo, dejan a la OPEP un campo limitado de opciones, pero que también constituyen posibilidades reales de decisión sobre el rumbo del mercado. Por ejemplo, la OPEP puede, como lo hizo entre 1997 y 1998 guiada por la locura expansionista de los dirigentes petroleros venezolanos de la época, desestabilizar el mercado y hundir los precios por debajo de los costos de producción de la mayoría de los productores mundiales y, en su euforia “competitiva”, llevar la economía de sus respectivos países a crisis como la que está viviendo nuestro país desde entonces. (Esto, a la postre, no convino a nadie y es lo que ha permitido que funcione la actual política de recortes). Pero lo contrario no es cierto: la OPEP no puede restringir la demanda permanentemente y llevar los precios hacia la recuperación de los niveles de ingresos reales perdidos por la erosión que la inflación y la desvalorización del dólar desde 1973 hasta nuestros días. “Te puedes meter con el santo, pero no con la limosna”, sería la admonición que susurrarían los dueños del mundo al lado del potro del tormento, mientras nos meten en cintura con toda la delicadeza que los caracteriza.

Sin que ello signifique resignación, y mientras se presenten escenarios más propicio para combatir las ancestrales injusticias, debemos evaluar, dentro de los límites que se nos asignan, los resultados de las decisiones del 28 de marzo.

Constatamos así que a partir de esa fecha los precios del petróleo continuaron la caída que habían iniciado después del récord nominal del 8 de marzo, cuando alcanzaron el nivel superior a los 34 dólares para el WTI, lo cual agudizó, por cierto, la presiones sobre la OPEP. Esa tendencia se mantuvo hasta el 11-12 de abril, cuando dichos precios se colocaron debajo del límite inferior -22 dólares el barril para la cesta de crudos OPEP- de la banda dentro de la cual las cuales deberían moverse los precios, según fuera aprobado por esa Organización en la misma reunión que estoy comentando. A partir de entonces se produjo una inflexión en el rumbo de las cotizaciones y transacciones efectivas que los está elevando a cimas que para el 11 de mayo constituían las más altas en siete semanas y los colocaban de vuelta en “los aires enrarecidos de los 30 dólares el barril”, según la expresión utilizada por el servicio electrónico “Infobeat Finance” el día anterior, al registrar la señalada tendencia.

Los servicios informativos de la Agencia Internacional de Energía, el Departamento de Energía de los Estados Unidos y los analistas privados de fuentes como la anteriormente citada, reportan que la caída inicial estuvo fuertemente motivada por el impacto psicológico de la decisión misma de la OPEP y las expectativas de que la expansión de la producción no se detuviera en los límites acordados, lo cual hubiera permitido una recuperación masiva de los inventarios que presionaría los precios hacia niveles más bajos aún. De hecho, las contradictorias informaciones sobre el verdadero nivel de estos inventarios y las dudas sobre su adecuación a la venidera temporada veraniega y la expansión del consumo de gasolina en los Estados Unidos han sido algunos de los factores de la reciente tendencia sostenida al alza, activa en el momento en que escribo estas líneas, aún pendiente de novedades anunciadas por el API sobre los inventarios, el fin de la huelga en Noruega y otros factores por el estilo.

Pero además, creo importante señalar la circunstancia de que, hasta ahora, se están cumpliendo las expectativas de la OPEP según las cuales sólo se incorporarían al mercado volúmenes adicionales a los ya clasificados como “trampa” en los pasados 12 meses, y no 1,7 millones de barriles diarios netos, como temían algunos. Bloomberg Energy informa, el 11 de mayo, que los diez miembros de la OPEP comprometidos en el acuerdo incrementaron su producción en sólo 395 mil barriles diarios durante abril, lo cual, añadido a la mencionada “trampa” de marzo, de 1 millón 300 mil barriles diarios, completa el aumento acordado en Viena. Irak, que no está incluido en el acuerdo aumento su producción en 455 mil barriles diarios durante ese mismo mes.

Pese a todo lo anterior, como ya dije, los precios están volviendo durante el día de hoy, 11 de mayo, a los míticos 30 dólares para el WTI. Ello podría interpretarse como el logro del anhelado “aterrizaje suave” y el alejamiento del colapso temido.
 
Debo recordar que la AIE expresó, con clarísima intención, el mismo 28 de marzo, que enfatizaba la importancia de la próxima reunión de la OPEP en junio. Por el contrario, el Presidente de la OPEP, Alí Rodríguez acaba de anunciar en México que en esa oportunidad no se producirán nuevos aumentos de la producción. En igual sentido se ha pronunciado en Ministro Saudita Al-Naimi. Todo vuelve a comenzar: ya veremos las movidas de Estados Unidos y los demás consumidores.

jueves 11 de mayo de 2000



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