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jueves, 19 de septiembre de 2019

JUAN PABLO PÉREZ ALFONZO, IN MEMORIAN


Juan Pablo Pérez Alfonzo,
In Memorian

Carlos Mendoza Pottellá

Tal día como hoy 14 de septiembre, cuando comienzo a pergeñar este homenaje personal y agradecido a la memoria de quien fuera mi maestro en muchos sentidos, se cumplen 59 años de la constitución de la que, a la postre, sería ícono de su perdurable herencia: la Organización de Países Exportadores de Petróleo.

Pero también se cumplieron, el día 3 de este mismo mes, 40 años de su desaparición física, principal motivación para invocar su memoria en esta oportunidad.

Los avatares de un debate sobre la pertinencia y vigencia de ese legado de seis décadas, me impidieron hacerlo en esa misma fecha, tal como se puede constatar en mis trabajos recientes.[1]

Creo que esa es la actitud correcta, si se quiere ser consecuente con su decisión de rechazar, en vida,  títulos honoríficos y reconocimientos públicos, mantenida hasta su última voluntad: la de no convertir la ocasión de su muerte en feria de homenajes más o menos interesados donde se reparta el botín de su memoria.

Esa voluntad la transcribí en su momento, en una fallida   propuesta de declaración de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV, en donde se agradecía el aporte fundamental de Juan Pablo Pérez Alfonzo para la constitución, en 1974, del Postgrado en Economía y Administración de Hidrocarburos de esa Facultad, pero sobre todo,

“Por su imperecedero ejemplo como agente del cambio social, investigador comprometido con su pueblo, decidido a defender sus verdades aún a riesgo de ser aislado y tildado de iluso profeta, eufemismo con el que muchos han pretendido ocultar las incómodas implicaciones, profundamente actuales, de su pensamiento.
El único homenaje posible a Pérez Alfonzo es retomar su bandera de nacionalismo integral, es recalcar la vigencia y actualidad de su pensamiento, y mantener la lucha por conquistar para el país la capacidad de determinación soberana de su destino, en particular el de su industria petrolera, todavía hoy bajo la impronta transnacional por virtud de contratos leoninos y gerentes propicios”[2]

Hecha esta pertinente aclaratoria, me he tomado la licencia, por primera vez en cuarenta años, de referir con más detalle mis vivencias personales al lado de tan ilustre venezolano y lo que de las mismas resultaron.

En tal sentido, lo que sigue es un relato que puede tener máculas de pretenciosa autobiografía, pero que considero inevitable para ubicar la génesis y circunstancias propiciatorias de mis convicciones actuales  en materia de política petrolera, forjadas a partir de una colaboración de casi ocho años, los últimos de su vida, con Juan Pablo Pérez Alfonzo y, sobre todo, para calibrar la deuda intelectual y humana que debo a la persona a quien rindo homenaje.

En 1971, en medio de una encrucijada existencial crítica, marcada por la división del Partido Comunista de Venezuela, organización en la cual milité desde los 15 años, perdida mi condición de reportero de Tribuna Popular y linotipista de la Editorial Cantaclaro, desempleado a los 29 años, después de varios intentos de ejercer a destajo esta última profesión, -ya entonces en vías de desaparición- y tratando de regresar a mis estudios universitarios, interrumpidos durante 9 años por un periplo que me llevó a una efímera y trágica participación en las guerrillas larenses, 5 años y  medio de cárcel, año y medio de exilio y dos años, que transcurrían entonces, de cierre de la UCV, tuve la inmensa fortuna de que una queridísima compañera periodista, Luisa Barroso, considerara que mi perfil aptitudinal era el adecuado  para fungir como el secretario-relator que ella buscaba -por encomienda del Secretario General del MAS, Pompeyo Márquez y el Profesor Francisco Mieres-  para encargarlo del registro y elaboración de las minutas de reuniones que se realizaban semanalmente en la casa de Juan Pablo Pérez Alfonzo para analizar temas económicos y políticos del momento.

El carácter de esas reuniones, en el jardín y en torno a una mesa de ping pong, era de una sorprendente amplitud política e ideológica, reflejo de la percepción de su anfitrión sobre los asuntos petroleros como incumbencia de la Nación en toda su diversidad: dirigentes políticos y técnicos de casi todo el espectro político nacional, donde concurrían, entre otros y además de los mencionados Mieres y Márquez, Alvaro Silva Calderón, Mazhar Al-Shereidah, Francisco Álvarez Chacín, Enrique Tejera París, Marco Tulio Bruni Celli, Domingo Alberto Rangel, Reinaldo Figueredo Planchart, Iván Pulido Mora, Violeta Roffé, María Auxiliadora Hernández de Barbarito, Pedro Duno, los Padres Luis Ugalde y Fernando Martínez Galdeano, además de los periodistas de los principales medios impresos y agencias internacionales que atendían sus ruedas de prensa y clases magistrales, tales como Cayetano Ramírez, Iván Loscher, Clement Cohen, Kim Fuad, Carlos Chávez, Alfredo Silva Armas y Emiro Echeto La Roche.

La sola mención de las circunstancias puede permitir al lector calibrar la magnitud y calidad de la oportunidad que se me brindaba.
En un país todavía inmerso en los enfrentamientos armados que se iniciaron en 1962, uno de los más destacados Ministros del gobierno contra el cual insurgí, me admite inicialmente como relator-transcriptor de sus reuniones político-petroleras, y casi  inmediatamente, a partir de mayo de 1971, redactor, productor material y distribuidor del quincenario “Prensa Petrolera”, vocero de su pensamiento.




 [3]

Hasta diciembre de 1976, y en distintos períodos, me acompañaron en la redacción de “PP”, el periodista, psicólogo al servicio de ANAPACE y profesor de inglés en la Facultad de Medicinia de la UCV, Alfredo Silva Armas y mi hermano de todas las referidas incidencias de mi vida hasta entonces, Oscar Guaithero Díaz. Emiro Echeto La Roche fungió como Director.

                      

Debo dejar constancia de que en el interín, y como un hito fundamental en lo personal e institucional de este testimonio,  en 1972, reabierta la UCV y restituidas sus autoridades autonómicas, me incorporé como asistente de investigación al equipo que lideró el Profesor Francisco Mieres para constituir, con la inspiración y estímulo directo de Pérez Alfonzo, el Postgrado en Economía y Administración de Hidrocarburos, el cual comenzó a funcionar en 1974.

Ese equipo fundador lo integraron los profesores Mazhar Al Shereidah, María Auxiliadora Hernández de Barbarito, Graciela Gamerberg, Carmen Cecilia Sánchez y mi compañera de estudios de Economía, Sara Aniyar Sananes. La Profesora Carlota Pérez fue una valiosa incorporación inmediata. 

En su desarrollo y por su propia naturaleza, el Postgrado recibió los aportes, en sucesivas épocas, de profesionales de diversas especialidades: legislación económica y de los hidrocarburos, economía, administración, contaduría y análisis de estados financieros, metodología de la investigación, geología, historia, geopolítica, comercio internacional, ingeniería petrolera, de procesos refineros y petroquímicos, con la participación de otros profesores de la UCV y LUZ, de manera destacada, del profesor  Gastón Parra Luzardo, quien ejerció la Coordinación del Postgrado entre 1975 y 1976, técnicos y directivos del Ministerio de Minas e Hidrocarburos, de la CVP, la Cámara ,  sin dejar de mencionar a Carlos Alcántara, Orlando Méndez, Víctor Grüber, Irene Rodríguez Gallad, Nora Pereira y Ana María Segnini.

En 1976, y a partir de la previa grabación y la  transcripción de Olaida Romero de Santamaría, Secretaria del Postgrado, comenzamos la producción editorial de sus ruedas de prensa y clases magistrales a postgrados de la UCV y LUZ, asumiendo entonces el papel de  editor de una su obra paradigmática, “Hundiéndonos en el Excremento del Diablo” , uno de los mayores orgullos de mi vida. En 2011 me correspondió coordinar su reedición, realizada por el Banco Central de Venezuela, dentro de la Colección Venezuela y su Petróleo.


                  

Y aquí no se trata de registrar sólo una deuda moral, material e intelectual, sino, fundamentalmente, de la adquisición de un compromiso de vida, el de  mantener vivas sus enseñanzas y su angustia por el destino de la Nación venezolana.

Ese ha sido el legado con el cual he tratado de ser consecuente en estos 40 años. Espero haber cumplido.

Pero el empeño debe continuar y esta oportunidad es propicia para desmontar, muy específicamente, una infamia difundida profusamente  a partir del título “Hundiéndonos en el Excremento del Diablo”. Título más famoso por el amplio alcance mediático de sus tergiversaciones que por el real contenido de la obra.

Algo muy característico, por cierto,  de una “opinión pública” y, vale decir, de una dirigencia política y económica, que sólo lee portadas y, a veces, contratapas, de los textos en los cuales sospecha posiciones críticas a su desempeño.

El caso es, que con maliciosa intención, frecuentemente se hace mención a que Pérez Alfonzo consideraba al petróleo como algo sucio,  excremento de Satanás, con el deliberado propósito de banalizar y ridiculizar la profundidad y pertinencia de sus planteamientos, en particular los expresados en los comienzos de la década del setenta del siglo pasado, sobre la “imposible siembra del petróleo” y la tendencia fatal a la declinación de la capacidad generadora de excedentes, vale decir, de renta, y específicamente de participación fiscal, que se cernía ya para entonces sobre la industria petrolera venezolana.

Antes, la indigestión económica era lenta, era una intoxicación poco apreciada por quienes no profundizaban el caso. Era una inundación de capital que no alcanzaba a arrasar las supuestas siembras del petróleo. Ahora la situación se ha hecho evidente y la acumulación de males ya se entiende generalmente como el efecto Venezuela.
Pero fue The Financial Times de Londres, quien empleó la expresión efecto Venezuela, recogida más tarde por Time Magazine en relación con la situación de Noruega (22-12-1974, p. 31)  [4]

Y fueron los estudios de investigadores noruegos sobre el  “efecto Venezuela”, los que condujeron posteriormente a ese país a constituir su exitoso y afamado Fondo Para las Nuevas Generaciones, con el propósito de no repetir la frustrante experiencia “sembradora” de los venezolanos.
Por su parte, Pérez Alfonzo logró imponer su idea de crear lo que se denominó Fondo de Inversiones Para Venezuela, con el mismo objetivo de contener las consecuencias del mencionado
“efecto”, pero dicho Fondo,  establecido en 1974, tuvo una cortísima vida, al convertirse en caja chica para la inmediata disposición de los recursos asignados, los cuales fueron prácticamente incinerados en el vendaval de proyectos faraónicos desatados durante  la “Gran Venezuela” de Carlos Andrés Pérez, la cual concluyó, por el contrario, con una decuplicación de la deuda interna y externa de la Nación.

En 1978, en  trabajo publicado inicialmente por la Revista “Semana”, de Jorge Olavarría y titulada “Venezuela se acerca a la debacle”,[5] Pérez Alfonzo caracteriza las circunstancias referidas, incorporando, de paso,su percepción negativa sobre el tipo de “nacionalización” petrolera que se había puesto en práctica en 1976 y que se entronca en el ya señalado proceso de de deterioro de la participación fiscal, vista por las corporaciones extranjeras como “the government take” y también por sus herederos nativos, quienes sólo lo traducen como  “lo que el gobierno se coge”, mientras reclaman una soberanía gerencial con visiones antagónicas a las del Estado Nación, desvirtuado y reducido a la condición limitada de “Gobierno”, visión a la cual me he enfrentado en todos estos años, pero que renace constantemente como divisa de una corriente política y social poderosa, el neoliberalismo, que impacta en las propuestas de gran parte del espectro político contemporáneo. [6]

Aquí es pertinente traer a colación las palabras de Pérez Alfonzo que ubicaron estas pretensiones en su justo sitio y que son la fuente de mis propias convicciones, como ya he señalado:

PDVSA debe ser instruida en las líneas de política general que le permitan conocer con precisión los intereses nacionales que le han confiado defender. Es inadmisible la situación actual de considerarse como un ente aislado de sus accionistas, el pueblo venezolano, y que se consideren autorizados a tomar las más importantes decisiones como si ellos fueran los dueños de la principal riqueza nacional. Es absurdo que imaginen poder decidir a su arbitrio, haciendo caso omiso de la política de defensa nacional.

No puede aceptarse que PDVSA fije motu propio que “el signo de la industria en los años por venir seguirá siendo la expansión en todos los órdenes de sus actividades”. Semejante disparate es la consecuencia de la obnubilación de camarillas de tecnócratas envanecidos por el poder abusivo que a veces logran atrapar. La expansión para PDVSA se convierte en contracción para los dueños del negocio. En dólares constantes, la participación fiscal pasó de $ 7,25 en 1974 a $ 4,24 en 1978. Mientras ellos aprovechan la expansión en todos los órdenes, la inversa, la “contracción” continuará siendo el signo fatal para el indefenso pueblo venezolano.
A las dañosas modalidades de la nacionalización criolla se agregan otros hechos no valorados en sus efectos agravantes para la situación de Venezuela.

Sin exagerar, puede afirmarse que el futuro es difícil. La caída violenta de la Participación Fiscal es uno de esos hechos.
Son estos ingresos los que cuentan de verdad para el pueblo venezolano. Son ellos los que se supone sembrar para sustituir la liquidación de tan valiosos activos nacionales sin perjudicar las futuras generaciones ni la perpetuidad de la nación.

Los excedentes que la misma industria guarde con destino a ser invertidos en la propia liquidación del petróleo, es errado o malicioso pretender integrarlos a aquellos ingresos que sí quedan disponibles para invertirse en todos los proyectos imaginables en el intento de acallar la angustia por el agotamiento del capital petrolero. [7]

En este punto, es inevitable reproducir, por enésima vez, el gráfico de las cifras que ratifican, 40 años después, la tendencia identificada por Pérez Alfonzo al transcurrir los primeros 3 años de funcionamiento de “las dañosas modalidades de la nacionalización criolla”:



Pero, contra las cifras que muestran esta involución, sigue imperando en el mundo político venezolano la matriz meritocrática de la “exagerada presión fiscal” sobre PDVSA, “la empresa que paga más impuestos en el mundo”, olvidando que es el propietario de “la empresa” quien recaba sus dividendos por una vía anómala que le fue impuesta desde 1976.

Pues bien, y volviendo al curso inicial de esta reláfica, la conseja antiperezalfoncina, de haberle atribuído al petróleo un carácter diabólico, sigue utilizándose con las peores intenciones de pesca en el río revuelto del desastre que vive la Nación.

Por ello, escribí en 2017 varios artículos [8], uno de los cuales transcribo aquí, porque se refiere, precisamente, a la aclaratoria del verdadero pensamiento de Pérez  Alfonzo, remontando la cuesta de un título que, como dije antes,  es más famoso por las malas interpretaciones del mismo que por el mensaje que se quería transmitir entonces: la necesidad de buscar salidas a las ilusiones rentistas y su supuesta siembra, que para entonces ya colocaban al país “al borde de la debacle”, según sus propias palabras, y que hoy estamos viviendo con intensidad de tragedia humana de proporciones inéditas.

CMP, Septiembre de 2019



Stercus Demonis:
“Hundiéndonos en el Excremento del Diablo” de Juan Pablo Pérez Alfonzo.
Precisiones ineludibles
Carlos Mendoza Pottellá

CUBAGUA:

 “…tiene en la punta del Oeste una fuente ó manadero de un licor como aceyte junto á la mar en tanta manera abundante que corre aquel betun ó licor por encima del agua de la mar haciendo señal mas de dos y de tres leguas dela isla é aun dá olor de sí este aceyte 

Algunos de los que lo han visto dicen ser llamado por los naturales stercus demonis é otros le llaman petrolío é otros asphalto y los queste postrero dictado le dan es queriendo decir ques este licor del género de aquel lago Aspháltide de quien en conformidad muchos auctores escriben.”   Sevilla, 1535.

Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Historia general y natural de las Indias, Volumen 1, pág. 593. 

Aunque pueda parecer un cambio de tema, ésta es una continuación de “Pescadores en río revuelto”, escrito publicado en Aporrea recientemente,  en el que abordábamos el tema de las propuestas neoliberales que impulsan la privatización de  PDVSA y el reparto anticipado entre los venezolanos “vivos” del patrimonio de la Nación eterna.

Me refiero a un trabajo en particular, surgido de la matriz CEDICE, en el cual su autora, Isabel Pereira Pizani, se pregunta ¿Cuánto saben los venezolanos de su industria petrolera? , y presenta un estudio comparativo entre Noruega y Venezuela, cuyos planteamientos, muchos de ellos acertados, están impregnados de neoliberalismo, pero merecen ser considerados con seriedad.

Llamó mi atención el título del primer capítulo de su trabajo: En Noruega el petróleo nunca será excremento del diablo”. Y de allí surge mi impulso a hacer algunas precisiones históricas:

Juan Pablo Pérez Alfonzo, como cualquier venezolano puede reconocer, fue un activo defensor del interés nacional en materia petrolera y, como tal, atento investigador de cuanto se produjera en esta materia. De manera particular,  a principios de los años setenta llamó su atención una obra de dos autores noruegos que analizaban  el “Efecto Venezuela”, un país que llegó a ser, desde mediados de los años 20, hasta finales  de los 50, el mayor exportador de petróleo y que no pudo “sembrar” la riqueza recibida por la liquidación de su patrimonio minero. Tanto hizo referencia a ese texto, que muchos compatriotas piensan que Pérez Alfonzo es el autor de ese “efecto Venezuela” y sus hallazgos.

Empero, es necesario recordar que, desde mayo de 1931, Alberto Adriani, nuestro primer economista, en su artículo “La crisis, los cambios y nosotros”[9],  analizaba lo sucedido en los diez años anteriores con la riqueza producida por nuestro primer boom petrolero:

Durante los años de la prosperidad hubiéramos podido descubrir en esa situación de apariencias tan favorables, ciertos aspectos adversos. Los beneficios de la industria petrolera no podían ser los que esperábamos.

Es verdad que esta industria aumento el volumen de nuestra producción y de nuestra exportación, acreció la productividad del trabajo nacional y apresuró mejoras en nuestras comunicaciones con el exterior y en nuestras facilidades para el comercio extranjero.

Sin embargo, por su índole y por la estructura particular que ofrece en Venezuela, esa industria es, desde el punto de vista económico, una industria extranjera enclavada en nuestro territorio, y el país no obtiene ventajas con las cuales podamos estar jubilosos, por más que sean, en cierto sentido satisfactorias.
En lo que atañe al superávit de nuestra balanza de pagos, cabe preguntarnos: ¿Se economizó? ¿Se convirtió en reserva del país? ¿Se convirtió en inversiones útiles, susceptibles de aumentar la productividad del país?  … en general puede afirmarse que fue mucho mayor la parte que se empleó en consumo inmediato…
Muchos de los beneficiados por los años de prosperidad y otros por seguir su ejemplo fueron los constructores de lujosas mansiones, los pródigos viajeros de los viajes de placer, los consumidores de automóviles, de victrolas, licores, sedas, prendas, perfumes y otros artículos de lujo.

La creciente conciencia de que ese no podría ser un destino socialmente aceptable para el ingreso petrolero fue sintetizada 5 años después, por Arturo Uslar Pietri, compañero de gabinete y recopilador de la obra de Adriani, en su reconocido editorial del Diario “Ahora”: Sembrar el petróleo.

Esta consigna fue asumida con diferentes énfasis y orientaciones por todos los gobiernos subsiguientes y aún hoy sigue siendo proclamada como el camino hacia una economía autosustentable y diversificada, post petrolera.

Pero ya en 1971, Pérez Alfonzo, en abierta crítica a los infructuosos esfuerzos de todos los gobiernos y sus políticas de industrialización, urbanización, sustitución de importaciones y reforma agraria, hablaba de la “imposible siembra” y se pronunciaba por la creación de fondos de ahorro que limitaran los efectos perversos del aflujo torrencial de la renta petrolera.

Por su insistencia se constituyó el FIV, Fondo de Inversiones de Venezuela, de corta vida, al convertirse, como todos los fondos creado posteriormente, en una fuente para multiplicar los gastos de consumo externo improductivo.

Los que si aprendieron del “efecto Venezuela”  estudiado por ellos, fueron los noruegos, quienes constituyeron, años después el “Fondo para las nuevas generaciones”, al cual se destina el 96 por ciento del ingreso externo generado por su industria petrolera, para impedir el “efecto Venezuela” o “enfermedad holandesa”, como también se le conoce y descubrieron tardíamente, en los años 80, nuestros economistas desconocedores de Adriani.

Y aquí retomamos el debate original: el Fondo noruego para las nuevas generaciones no tiene nada que ver con los fondos promovidos por CEDICE, para el reparto, entre los venezolanos “vivos”, de los beneficios anuales de la industria petrolera.

Y la precisión prometida: cuando Pérez Alfonzo tituló su obra “Hundiéndonos en el Excremento del Diablo”, hacía referencia a la denominación “stercus demonis”  registrada por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en el Siglo XVI, y se refería, no al petróleo en sí mismo, sino, justamente, a su imposible siembra mientras fuera generadora de una simple economía de consumo, como la descrita por Adriani.

Excusándome por la referencia personal, debo decir que esta última afirmación proviene de la circunstancia de haber sido el editor de la primera y subsiguientes publicaciones de esa obra. Discutiendo el título de esa colección de ruedas de prensa y documentos presentados entre 1972 y 1976, se buscaba un símil del nombre petróleo: mene, oro negro, etc. Alguien recordó al citado conquistador y cronista de Indias, y ese fue el nombre escogido por el autor: “stercus demonis”.

 CMP, Noviembre 2017




[2][2] C. Mendoza P. Extractos del borrador presentado al Consejo de la Facultad. FACES-UCV, septiembre de 1979.
[4] J. P. Pérez Alfonzo, Hudiéndonos en el Excremento del Diablo, pág. 42. Segunda Edición, Colección Venezuela y su Petróleo, Banco Central de Venezuela, Caracas 2011.

[5]  Juan Pablo Pérez Alfonzo,  “Venezuela se acerca a la debacle”, Revista “Semana”, Vol. XXI, Nº 235, Caracas 1978. Reproducido en en Petróleo y Ecodesarrollo en Venezuela,  Dorothea Mezger (Compiladora), ILDIS, Caracas 1981 y en el Suplemento de la Revista BCV -- 1, Enero-Junio 2008,  “Profecías Cumplidas”, Caracas 2008.

[6] Alberto Quirós Corradi, MEM versus PDVSA, El Nacional, 26 de agosto de 2001. Lo he citado varias veces como artífice principal de los retruécanos argumentales, donde se tergiversan y manipulan los conceptos de Nación, República, Estado  y Gobierno.  Su progenie ideológica se concentra hoy en los planteamientos de CEDICE y los de los proponentes de una nueva Ley de Hidrocarburos de reminiscencias desnacionalizadoras, en tanto que pulverizadoras del Estado que  nos sostiene como Nación soberana, justamente en medio de un complejo mundo de  pugnas  por la preeminencia y expansión de los designios  de los más poderosos Estados.

[7] J.P. Pérez Alfonzo, Loc. Cit.

[9] Héctor Valecillos y Omar Bello,   La Economía Contemporánea de Venezuela.  Alberto Adriani , La crisis, los cambios y nosotros, Tomo I, págs. 21-42., Banco Central de Venezuela, Colección Cincuentenaria, Caracas, 1990..

domingo, 17 de diciembre de 2017

CONSIDERACIONES MENDOZA POTTELLÁ


POLÍTICA PETROLERA 

A LA MANERA DE LOS MÚSICOS DEL “TITANIC”


                             Carlos Mendoza Pottellá 

20 de mayo de 2018


“Mitos y realidades de la industria petrolera venezolana” fue el título  sugerido para una ponencia que presenté  recientemente en el Foro organizado por el ILDIS sobre la situación de esa industria. En el desarrollo de la misma expuse opiniones que he estado sosteniendo desde hace muchos años pero, que dada la actual situación crítica del país y la destacada cobertura periodística del evento, se convirtieron en varios titulares con una carga mediática y provocativa considerables: 
Para rescatar producción de Pdvsa hay que olvidarse de Faja del Orinoco” fue uno de ellos, el que provocó algunas reacciones alarmadas. Otro, que también recoge elementos de mi ponencia pasó por el tamiz de los ancestrales y sentidas aspiraciones marabinas dice  “En el Zulia está el milagro de Pdvsa”.

Desde luego, debo agradecer que el énfasis puesto en la búsqueda de un titular atractivo haya logrado interesar a tantos lectores, con la satisfacción de que la mayoría, conocedora del sentido exacto de mis propuestas sobre la materia hayan destacado su acuerdo, con distinto grado de matices, dudas y precisiones críticas, como debe ser. 
No vale la pena hablar de las interpretaciones policíacas, características del “agente encubierto de la KGB” que operaba en Margarita en tiempos de la Guerra Fría y que todo el pueblo de la isla conocía como “el espía Salazar”.
En esa exposición hice una reseña histórica de los proyectos  de la Faja del Orinoco y su diversa suerte, comenzando  por el fracaso, en los años 80, de lo que Francisco Mieres denominó el “Megadisparate de PDVSA”.



Una historia antigua:
En los años 70 del Siglo XX, en medio de las convulsiones de la Guerra Árabe-Israelí del Yom Kippur o del Ramadán de 1973 y el subsiguiente embargo petrolero árabe, tomaron estado público algunas predicciones sombrías sobre la “crisis energética” y el pico del petróleo, que para los yacimientos convencionales norteamericanos ocurriría en 1971, año a partir del cual se iniciaría el inevitable descenso de su reservas y capacidades de producción, tal como lo estimara en 1955 el Geólogo Marion King Hubbert. 
Para esa misma época, las también antiguas predicciones del futurólogo y estratega militar Herman Kahn, de la RAND Corporation, que inicialmente colocaban a 2050 como la fecha en que se iniciaría el agotamiento generalizado del petróleo, comenzaron a acercarse peligrosamente hacia los años finales del pasado siglo.
Con esas perspectivas se acentuaron las preocupaciones por la seguridad energética de los Estados Unidos y demás países aliados y se instaura la Agencia Internacional de Energía como un centro coordinador de políticas  de los países de la OCDE, se promovieron iniciativas de ahorro energético y sustitución de petróleo por otras fuentes energéticas y de petróleo OPEP por el de cualquier otra procedencia. Todo ello en un ambiente de agudización de la Guerra Fría.
Un ejemplo de la crispación de esos años fue el discurso del Estado de la Unión de Jimmy Carter en 1979, en el cual expuso un severo programa de seguridad energética, para enfrentar tendencias que de no ser contenidas determinarían que: para mantener los ritmos del consumo global de petróleo se requerirá descubrir cada 9 meses una nueva Alaska, cada año una nueva Texas y cada tres años una nueva Arabia Saudita.    .   https://elpais.com/diario/1979/07/17/economia/301010411_850215.html
Desde los inicios de esa “crisis”, se planteaba que al acabarse el petróleo convencional quedarían dos grandes acumulaciones petroleras: la Faja del Orinoco y las Arenas Bituminosas de Canadá. Otras, más pequeñas quedaban fuera del alcance occidental, en la Unión Soviética. 
Pero esas circunstancias eran evaluadas con pesimismo en estudios del Congreso estadounidense, debido a  la preeminencia que tenía en Venezuela el discurso conservacionista de un tal Pérez Alfonzo.
Puesta al tanto de ese inconveniente, la dictadura brasileña, que para entonces se promocionaba a sí misma como el “sub-imperialismo”, estableció, en su “Projeto Calha Norte”  (Proyecto Canal  o Cuña Norte del Ministerio de la Defensa) de los años 70, que un servicio que podía prestar a la seguridad energética de occidente era tomar todo el sureste de Venezuela para garantizar la explotación de la Faja.

Conocido este plan en los círculos oficiales venezolanos, los vaporones de mayo fueron de pronóstico reservado. El Presidente Rafael Caldera recibió la visita de James Akins, zar energético de Nixon, ante el cual dio seguridades de que los venezolanos si estábamos dispuestos a explotar la Faja y no era necesaria la intervención brasileña. Como muestra, se anunció oficialmente el cambio del nombre tradicional de Faja Bituminosa del Orinoco por Faja Petrolífera del Orinoco. Desde luego Pérez Alfonzo protestó diciendo que eso era poner sobre el mostrador lo que se guardaba para las futuras generaciones.
El proceso continuó su desarrollo y una de las movidas estratégicas de los planificadores energéticos globales fue el ofrecimiento del Cartel Petrolero  Internacional (el verdadero, el de las 7 hermanas) en Teherán, a finales de 1972, a los cinco países ribereños del Golfo Pérsico, Arabia Saudita, Irán, Irak, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, de una nacionalización parcial, el llamado Acuerdo General de Participación. 
Eso fue descrito por el propio James Akins (https://www.foreignaffairs.com/articles/middle-east/1973-04-01/oil-crisis-time-wolf-here
como producto de la necesidad de destapar la olla a punto de explotar del nacionalismo árabe. 

En Venezuela, atrincherados en la Ley Sobre Bienes Afectos a Reversión de 1973, estábamos preparándonos para una reversión total de las concesiones en 1983, cuando vencían el 80% de las mismas. Pero la estrategia de las corporaciones no permitiría esa espera, onerosa de por sí, por la necesidad de cumplir con las obligaciones de mantener en condiciones de operatividad los yacimientos explotados por ellas desde hacía más de seis décadas, establecida en la referida Ley. 
Fue así entonces, que desde finales de 1972 y 1973 los Presidentes de Shell de Venezuela y Creole Petroleum (J.J. de Liefde, Robert N. Dolph) declararon su disposición a un adelanto de la reversión  
(Rodríguez G., Irene, Yánez, Francisco, Cronología Ideológica de la Nacionalización Petrolera en Venezuela, Ed. FCES-UCV, Caracas, 1977)

Ello desató una euforia nacionalista entre los venezolanos, pero en verdad, se trataba de una fórmula precautelativa del capital internacional, ensayada desde los años 60 con el proceso de “venezolanización de la gerencia” y ejecutada con precisión: en agosto de 1975, cuatro meses antes del decreto nacionalizador, Creole Petroleum creó de su seno a Lagovén, la operadora nacionalizada que la sustituiría, dotada de una Junta Directiva constituida por los “nativos” que integraban la Junta de Creole. De igual manera, Shell
 creó a Maravén, Mobil creó a Llanoven, Gulf creó a Menevén, etc., hasta 14 “operadoras”. Es así, como el 1° de enero de 1976, aparece como  primer Presidente de Maravén, quien había sido hasta el día anterior el Presidente de la Compañía Shell de Venezuela, fórmula que se repite en distintos niveles en las otras operadoras.
El  poder petrolero “venezolanizado” tardó poco en retomar los intereses estratégicos corporativos de sus antiguos patrones sobre la Faja:
At present we are actively working on two specific projects in the Orinoco Oil Belt Area... (Se refiere al DSMA y Guanipa 100+ n.n.) The investment required for these two projects is estimated at eight billion dollars of 1979 and includes substantial expenditures for infraestructure as this is virtually virgin territory. Other projects of similar magnitude will necessary to raise production level from the entire Orinoco Oil Belt to one million barrels per day the year 2000, as contemplated in Venezuela's long range energy plans.  ...
 The total investment program that we have undertaken will require some $ 25 billion over the next six years. Afterwards and until the end of this century, the yearly rate of investment is likely to average some $ 5 billion (in 1980 dollars. We expect to generate most, if not all, of this capital internally, through reinvestment of future earn. Up to now, we have set aside more than six billion dollars to be used exclusively for future oil development activities.

Address of Guillermo Rodriguez Eraso, President of Lagoven, S. A., to the Venezuelan-American Association of the United States. St. Regis Hotel, New York, January 8, 1981. Versión de Teletipo.
El majestuoso plan del antiguo Vice-Presidente de la Creole Petroleum Corp., la mayor inversión en el mundo petrolero de esa época, 100.000 millones de dólares en 20 años, se basaba en una expectativa de precios crecientes hasta el año 2000, basadas en el reciente crecimiento exponencial de los precios, desde 2 dólares en 1960 hasta 34 dólares en el año en que hablaba:




 

La realidad acabó con las pretensiones mayestáticas de los planificadores petroleros y los precios iniciaron el rumbo declinante que no se detuvo sino en año 2000, cuando los precios  del crudo venezolano alcanzaron los 5 dólares el barril:





“En los estudios de exploración y caracterización realizados durante los años1979 al 1984 de 56.000 Kilómetros cuadrados que cubren la FPDO, donde se perforaron 669 pozos con longitud total de 643.000 metros, 5.500 kilómetros de registros eléctricos-petrofìsicos, 15.000 kilómetros de líneas sísmicas, el corte de 4500 metros de núcleos y 288 análisis de laboratorio (Análisis de Núcleos); A un costo de 650 millones de dólares USA” http://kurarenews.blogspot.es/1329772800/la-faja-petrolifera-del-orinoco/
El primer “megadisparate de PDVSA” quedaba así, saldado: Estimaciones menos bondadosas, considerando las magnitudes referidas, hablan de varios miles  millones de dólares hundidos en ese primer sueño Faja.


Pero sobre esas pérdidas, asumidas por las “operadoras”, se levantó luego como un ratón parido por una montaña, el proyecto Orimulsión para vender petróleo a precio de carbón y eludir, de paso, las odiosas cuotas acordadas en la OPEP.


A pesar de la caída de los precios,  la contumacia  expansiva a troche y moche no se detuvo, ensayando toda clase de negocios para eludir el compromiso nacional de defensa de los precios asumido en el seno de la OPEP y, por el contrario, promoviendo la salida del país de esa Organización: Los planificadores mayores de PDVSA proponían en 1994 un plan para duplicar la producción hacia el 2002. Consciente de la experiencia anterior, uno de ellos, Ramón Espinaza, pontificaba: “compensaremos la caída de los precios con más producción”.


 


 
El escenario productor promovido, tenía una precondición:

La alta tributación fiscal, la cual ni siquiera permite en el futuro inmediato hacer las inversiones necesarias para compensar la declinación y mantener la capacidad de producción, es el principal obstáculo que encuentra la Industria Petrolera Nacional para su desarrollo...
Por ello el Plan de la IPPCN se basó en la premisa fundamental de aliviar la carga tributaria sobre PDVSA mediante reducción progresiva del valor fiscal de exportación hasta su total eliminación en tres o cuatro años...





Cabe resaltar que un paso primordial en la realización de este plan lo ha constituido la reciente aprobación, por parte del  Congreso Nacional, de la reducción gradual del Valor Fiscal de Exportación, que lo llevará de un 16% en el presente año a un 8% en 1994, a un 4% en 1995 y a su total eliminación en 1996”. [1] 



[1] PDVSA, Guías Corporativas 1993-1998: Orientación Estratégica, pág. 1.

El éxito del “Escenario Productor”, enfrentado al rentismo parasitario fue realmente colosal: los ingresos petroleros del gobierno central cayeron de 83% en 1990 a 26% en 1998. Al punto de que se planteó, por primera vez, la necesidad de exigirle a PDVSA la declaración de dividendos para rellenar el hueco fiscal que se asomaba.

La producción creció, pero junto con ella los costos, con lo cual, el resultado neto para la Nación fue el reflejado en el gráfico anterior. Sin embargo, en la percepción de los planificadores de PDVSA, eso era, simplemente, disminución de lo que el Gobierno de se coge, “the government take” al cual se referían las concesionarias. El negocio y los ingresos corporativos crecieron. En los costos se materializa la adecuada remuneración de una empresa capital-intensiva, de una industria moderna y competitiva, del primer mundo, aunque lamentablemente inserta en un país del tercer mundo.






Es oportuno decir que el incremento de esos costos estuvo “aliñado” por la compra de 19 refinerías chatarra en el exterior, que ameritaron inversiones mil millonarias para ponerlas en condiciones medianas de producción y que, desde mediados de los años 80, un rubro fundamental de los costos consolidados de PDVSA es, y sigue siendo hoy, la compra de crudos en el extranjero para alimentar esas refinerías y ahora, además, para mezclar con los crudos extrapesados de la producción no mejorada de la Faja.






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La debacle de los precios de fines del Siglo XX afectó a todos los países productores de petróleo, exportadores netos o no y ello determinó un conjunto de movimientos estratégicos, estimulados entre otros por los productores domésticos estadounidenses, quienes movieron sus hilos con el apoyo del Secretario de Energía de ese país para la época, Bill Richardson, para concertar un acuerdo de recorte de la producción en el cual participaron Arabia Saudita, Noruega, México y, a regañadientes, Venezuela. Ello se logró después de mucho lobby y conferencias formales en Viena y La Haya y  los precios comenzaron a repuntar, y ya para mediados de 1999 se acercaban a los 20 dólares el barril. 




Algunos analistas consideran que este fue el inicio del superciclo alcista que no se detuvo hasta el 2014, tal como lo refleja la csiguiente gráfica:


En cuanto a nuestro país, vale la pena destacar que al momento de suscribir “in extremis”  los acuerdos de 1999, el Ministro de Energía y Minas de la época,  Edwin Arrieta y su mentor Luis Giusti, manifestaban la  inconformidad “de la industria”,  anunciando  que a mediados del año 2000 PDVSA volvería a producir a plena capacidad. Pero se les atravesaron las elecciones y la nueva administración, asumió entusiastamente la política de defensa de los precios. A finales del 2000, se realizó en Caracas la II Cumbre de la OPEP, convocada por el Presidente Chávez  para ratificar ese compromiso.

La historia hasta 2005 es harto conocida.  Pero el alza de los precios despertó nuevamente  el sueño productivista a ultranza y esta vez, como siempre, fundado en la fabulosa Faja del Orinoco, donde yace más de la quinta parte del petróleo del mundo.

El Servicio Geológico de los Estados Unidos conoce, desde hace décadas, la magnitud de los recursos de hidrocarburos depositados en la ribera norte del Orinoco y que fueran, como refiriéramos al inicio, última esperanza de la civilización automovilístico-petrolera, dada “crisis energética” de los años 70. 


Recientemente, ese Servicio  publicó sus estimaciones de “recursos recuperables” en esa Faja, que se fundamentan en la existencia de un “petróleo originalmente en sitio”, estimado entre 900 mil millones y 1.400 millones de barriles:




La tentación de convertir esos” recursos recuperables no descubiertos” en “reservas probadas” ha acompañado a la gerencia petrolera desde sus inicios consulares. El referido “megadisparate” de la PDVSA de 1977 ya se fundaba en ese sueño. En 1991 los planificadores de “la apertura” lo reflejaban en la siguiente gráfica:




En 2007 se dio inicio al plan Magna Reserva para “certificar” las “reservas probadas” existentes. Uno de los presupuestos de ese plan era la escasa visión de las anteriores administraciones del Siglo XX, al estimar un pírrico factor de recuperación de 4% que resultaba en unas reservas muy “modestas” cercanas a los 30 mil millones de barriles.

Al inicio del plan se le pagó a una empresa,  Ryder Scott para que “certificara” las reservas, al  perforar algunos pozos estratigráficos; pozos bien sencillos (someros en el caso de la FPO).

Más del 90% de las reservas incorporadas entre 2006 y 2016 fueron de la Faja Petrolífera, mayormente por revisión y extensión, muy poco o casi nada por exploración propiamente dicha de nuevas provincias de condensados, medianos y livianos. Se reprocesó información sísmica 2D y 3D pero ello no se tradujo en éxito sustancial alguno en la adición notable de reservas frescas.

La propia PDVSA confiesa inadvertidamente el fiasco de la certificación. Por la módica suma de 557 millones de dólares se perforaron 146 pozos para  incorporar, con los datos obtenidos superficialmente y vía revisión de escritorio, 219 mil millones de barriles a las “reservas probadas”. ¡El negocio del milenio!  







En sus tiempos, Juan Pablo Pérez Alfonzo satirizaba a los técnicos del Ministerio de Minas cuando presentaban cifras abultadas de revisiones, les decía que habían afilado los lápices. Ahora, basta con cambiar un porcentaje en  una tabla Excel, de 4% de factor de recobro a 20%.

En esos cálculos, basados en las supuestas posibilidades técnicas de recuperación del petróleo en sitio, se minimiza el pequeño inconveniente de la rentabilidad del negocio. Costos, precios, tasa interna de retorno, valor presente neto, etc., son problemas que debe resolver  el sector público rentista, minimizando sus apetitos fiscales y dejando  al eficiente sector privado optimizar su rentabilidad particular.
Pero, peor aún, cuando se estiman “reservas” para una duración de siglos, se pierde toda significación económica, tanto para la Nación como para cualquier empresa privada,  en cualquier escenario previsible de los hidrocarburos como fuentes energéticas.



Reservas para 618 años, las cuales, al doble de la tasa de producción actual se agotarán en un 6,48% en 100 años y, desde luego, en un 20% al final de  seis siglos. Ningún huevo resiste tantos años para ser contado como pollo.

http://petroleovenezolano.blogspot.com/2017/09/de-las-fantasias-al-paquete-chileno.html#.WwH5NDQvxdg

Lo cierto del caso es que sobre esas endebles bases se reiniciaron en 2005, como dije, las metas expansivas:





Tratando de utilizar el bisturí sin matar al paciente, no me ha quedado otra manera de presentar mis argumentos que exponiendo sin subterfugios la irrealidad de estos planes desde 1978 hasta hoy. El último de esos proyectos conocidos es paradigmático en este sentido. Considérese nada más el exabrupto de las cifras de inversiones que sustentan un crecimiento anual de la producción, también mítico, de 628 mil barriles diarios cada año entre 2014 y 2019:



Y muy a mi pesar, es sangrienta la comparación entre la realidad y las metas planteadas por esta planificación de pajaritos preñados. Apartando  la ironía, porque esto no es motivo de risa, sino que se constituye en una auténtica tragedia nacional, irrecuperable en un plazo previsible, porque los daños permanentes a nuestra Nación y a su futuro son incuantificables.


¿Cuánto del desembolso planificado se “ejecutó” para obtener este resultado catastrófico? ¿En qué cuentas de cuáles corporaciones e individualidades se encuentran hoy esos despilfarrados recursos públicos?  Más allá de ese cálculo crematístico, se trata de la afectación perdurable de los derechos colectivos, lo que los juristas denominan “el interés difuso”. Y es ese carácter difuso el que hace que los individuos no perciban su responsabilidad en la  protección de esos derechos y ese patrimonio porque, “lo que es de todos no es de nadie” y como diría Pérez Alfonzo “el que venga atrás que arree”.

Y hoy estamos, justamente en la posición más crítica de nuestra historia petrolera. Por donde quiera que se le mire, las gráficas que reflejan los niveles de producción nos colocan, mas allá del borde, en el precipicio mismo. Ciento un años de registro de esa magnitud nos lo muestran escalofriantemente:




Sin dejar atrás esas sombrías perspectivas, que constituyen un grave reto presente y futuro, debemos, por lo pronto,volver al corazón del debate que motivó inicialmente estas reflexiones: el enfrentamiento entre los escenarios “productores” y “rentistas”.

Cuando observamos el curso creciente de la participación de los costos en los ingresos totales y la consecuente  minimización de la participación fiscal, incluidos los “aportes sociales”, podemos inferir hacia dónde fue, y hacia donde sigue yendo, la renta extraordinaria generada en la industria petrolera:








Estos resultados financieros críticos y con tendencias absolutamente contradictorias al rittornello de la "exagerada presión fiscal" han producido también los conocidos resultados físicos declinantes en la producción de crudos livianos, medianos y condensados y un estancamiento en la producción de la Faja.






En esta instancia, ante la reiterada solicitud por parte de sectores privados e ideológicamente privatistas de disminución de la “excesiva carga fiscal” que pesa sobre la industria petrolera, podemos preguntar ¿en qué parte de las cifras que generan los dos gráficos anteriores se esconde esa excesiva carga? ¿no son esos costos, cuya participación en el reparto ya pasa del 86 por ciento del ingreso total, el reflejo de la creciente tajada que toman para sí las empresas privadas que participan en el negocio, el pago de los suministros que aportan, la remuneración de sus  inversiones y de los servicios que realizan?

Está completamente claro aquí que esas exigencias de reducción de la carga fiscal no son otra cosa más que la perenne pugna por una mayor participación privada en el reparto de la renta que se genera en la industria petrolera, la maximización de sus beneficios. 

En ello, las corporaciones internacionales han sido exitosas durante los últimos cien años. Solo basta revisar el “ranking” histórico  de las mayores empresas industriales del mundo y encontrar los puestos que allí han ocupado y ocupan las corporaciones petroleras y de servicios conexos, tales como  Exxon-Mobil, Shell, BP, Conoco-Phillips, Chevron, Total, Schlumberger, Halliburton, etc.

De cómo lo hicieron, y como fue la participación de sus Estados metropolitanos en la implantación de su poder monopólico  global, tratan muchos volúmenes escritos desde los años 30 del Siglo pasado. No los vamos a citar aquí, pero vale la pena recordar que Venezuela fue y sigue siendo un principalísimo escenario de ese proceso, donde la geopolítica de las grandes potencias jugó y juega un papel preponderante, para refrescar la memoria de quienes plantean el asunto como un simple debate entre rentistas y estatistas enfrentados a los promotores de la iniciativa privada creadora de valor. 

No  vamos a colocarnos gríngolas para eludir el trasfondo ideológico de esta discusión, ni, como es evidente en este trabajo, vamos a esconder que mantenemos una posición enfrentada a las visiones liberales sobre la administración y disposición de un patrimonio nacional, vale decir social, colectivo y de incumbencia transgeneracional por su magnitud.