jueves, 24 de octubre de 2013

Viejos debates no saldados


Apuntes para una historia 
de las luchas 
contra la apertura y la privatización


Al calor de nuevas discusiones sobre políticas rentistas o volumétricas, sobre la necesidad de una política favorable a la apertura, a la creación de "estímulos fiscales" para la inversión extranjera, a mejorar la "posición conmpetitiva" del país,consideramos pertinente traer de nuevo al primer plano de este blog viejas incidencias de este debate, vigentes todavía hoy, porque en el renacimiento privatista y expansivo se reciclan los mismos argumentos que combatimos en su oportunidad.


CMP 2013


http://www.analitica.com/bitblioteca/potella/privatizadores.asp

sábado, 14 de septiembre de 2013

La economía política del petróleo en Venezuela

Carlos Mendoza Potellá


 La renta petrolera:
Génesis y fundamento de la formación social venezolana en el Siglo XX:

La categoría renta de la tierra, cuya conceptualización, en la versión marxista, es la misma que la de los beneficios e intereses: plusvalía creada por el trabajo, de la cual se apropia, en este caso, el propietario de la tierra, tiene una expresión particular, pero de su misma naturaleza, en la renta petrolera.

Apelemos a la reseña y cita que hace nuestro ilustre colega, el doctor Bernardo Ferrán sobre la visión marxista:

En lo que concierne a la renta de la tierra, Marx distingue diferentes tipos. Y la renta de las minas se ajusta a las mismas leyes de la renta diferencial agrícola. De hecho, la renta diferencial se presenta en todas partes.  “Donde quiera que las fuerzas naturales son monopolizadas y aseguran al industrial que las emplea, una ganancia excedente, ya se trate de un salto de agua, de una mina rica, de aguas abundantes en pesca o de solares bien situados, nos encontraremos que la persona que por su título sobre una porción del planeta puede alegar un derecho de propiedad sobre estos objetos naturales, se apropia de esta ganancia excedente y se la sustrae al capital activo en forma de renta”.[1]

Las condiciones de monopolio universal establecido desde finales del Siglo XIX por las corporaciones norteamericanas e inglesas y su afianzamiento a partir de los años 30 del Siglo XX crearon un inmenso mecanismo planetario de apropiación de la renta generada por los hidrocarburos en perjuicio de los países bajo cuyo subsuelo se encontraba esa riqueza que se liquidaba.
En una obra dedicada específicamente a esta categoría, Jean Pierre Angelier, define así a la renta petrolera.

… la renta petrolera, en sí misma, está constituida por plusvalía originada en esferas de producción distintas de la industria petrolera y realizada en la venta de los productos petroleros.

Pero la renta petrolera no está únicamente constituida por la ganancia extraordinaria del capital petrolero. También incluye el ingreso de los agentes no productores que participan en la actividad petrolera: los Estados petroleros y los Estados consumidores … [quienes] … pueden beneficiarse con dichos ingresos gracias al poder monopólico que detentan, ya sea en el nivel de la propiedad de los yacimientos, o en el mercado de los productos refinados. [2]

Aunque la calificación de “agentes no productores” aplicada a los “Estados productores” no se corresponde con la realidad contemporánea, cuando esos Estados han asumido directamente la gestión de sus industrias, es evidente que el reparto de la renta petrolera es la base del modo de articulación existente entre los agentes económicos, nacionales e internacionales en conflicto,  dentro y fuera  de la industria petrolera venezolana.

Abordamos el análisis de ese conflicto partiendo de las definiciones de lo que consideramos como forma y contenido en la lucha por la apropiación de la renta petrolera, en la evolución de las relaciones entre el Estado y las distintas clases sociales venezolanas con las compañías petroleras internacionales, materializada esa evolución en la dinámica de la economía y política petrolera venezolana desde principios del Siglo XX hasta el presente.
  
Definimos como forma, a los instrumentos jurídicos, contractuales y reglamentarios con arreglo a los cuales se otorgaban y recibían las concesiones hasta 1976, y aquéllos que posteriormente, y hasta 1999, determinaron el funcionamiento de la cúpula gerencial de la industria petrolera venezolana como una ‘compañía anónima’ que podía pactar convenios de asistencia técnica y comercialización, asociaciones estratégicas, convenios operativos y otras formas de asociación, a espaldas de los poderes públicos, atribuciones que la convirtieron en una entidad para-estatal, semiautónoma. Desde el último año mencionado, y partiendo del establecimiento de una nueva Constitución Nacional, está surgiendo, y se sigue conformando todos los días, una nueva forma, que también corresponde al nuevo contenido de la política petrolera en la última década.

Por otra parte, entendemos como contenido, esencia real del movimiento que analizamos, a la resultante del conjunto de factores de poder e intereses que ejercen sus fuerzas en uno u otro sentido en cada oportunidad y determinan el verdadero carácter de las relaciones Estado – capital petrolero internacional, a sus resultados en términos de usufructo de beneficios y de control de las decisiones en la industria petrolera; determinación que se ha impuso siempre, durante todo el siglo pasado, independientemente del cascarón legal correspondiente, bajo su cobertura si es posible, retorciéndolo convenientemente en otras oportunidades o, en último caso, ignorándolo, a favor de ese capital

Y es que el contenido de esas relaciones no es otra cosa que una forma particular de expresión de la lucha de clases dentro del capitalismo contemporáneo.

Es en este sentido que utilizamos la nomenclatura propuesta por Petter Nore y Terisa Turner en la introducción de su recopilación "Oil and Class Struggle" (1981), donde identifican cinco dimensiones, cinco formas de manifestarse la lucha de clases en la industria petrolera a nivel mundial. Su esquema de "dimensiones" de la lucha de clases en la industria petrolera nos permite precisar el campo en el que ubicamos nuestro análisis.

La primera de estas dimensiones o formas de la lucha de clases es la del "antagonismo existente entre las burguesías nacionales e internacionales, representadas respectivamente por los Estados-Nación y las compañías petroleras”

Nuestro análisis se va a centrar en esta dimensión y las referencias a las otras cuatro se harán siempre en función de su incidencia en este ámbito particular, pero es indispensable mencionarlas y asumir su existencia como parte indisoluble de la compleja realidad que estudiamos. En el orden expuesto por los mencionados autores, esas otras dimensiones serían:

·        Las contradicciones en el propio seno de la industria entre el capital y los trabajadores petroleros.

·        Las contradicciones entre clases y fracciones por el control del poder estatal en el seno de los países productores.

·        La lucha entre clases explotadas y explotadoras, tanto en estos mismos países como a nivel internacional.

·        El antagonismo entre fracciones de la propia burguesía internacional basada en los principales países industriales.


Estas cinco dimensiones agregan un sentido más preciso a la múltiple determinación de los factores que inciden en la evolución de la industria petrolera, nacional e internacionalmente. Pero es indispensable aclarar, por nuestra parte, que al ubicarnos en la dimensión que hace referencia al antagonismo entre el Estado y el capital petrolero internacional no asumimos la identificación del Estado-Nación con la burguesía nacional que se desprende de la formulación citada y que a nuestro entender peca por excesivo esquematismo, simplificador de una realidad mucho más compleja, en todos los casos y en particular en el venezolano.

En este sentido, compartimos las formulaciones que sobre esa complejidad hiciera el investigador mexicano Marcos Kaplan, que ejemplificamos con una sintética referencia:

La llamada infraestructura, las fuerzas productivas y las relaciones de producción, son base y marco de lo que ocurre en los otros niveles y aspectos de la sociedad; en la política, el Estado y el derecho; en la organización y funcionamiento del sistema global y de su evolución histórica; ejerce sobre unos y otros condicionamientos y determinaciones; contribuye a engendrarlos, como sus productos que no pueden desarrollarse sino dentro de los límites fijados por los caracteres y tendencias de lo infraestructural. Ello no ocurre sin embargo de manera automática, mecánica, inmediata, sino, en última instancia, en grandes líneas y alargo plazo.[3]

En nuestro país el control del Estado no ha sido detentado exclusivamente por la burguesía y en los años iniciales de su historia petrolera ni siquiera existía una clase que mereciera tal denominación.

El proceso de conformación de una burguesía nacional y su lucha por participar y hegemonizar el control del Estado en Venezuela es coetáneo con la implantación de la industria petrolera como generadora fundamental de los ingresos externos del país.

En muchas oportunidades la política petrolera viene a ser, también, reflejo de esa pugna por el control del Estado nacional y a ella haremos referencia en el transcurso de nuestra exposición.

 Es pertinente señalar que nuestro enfoque parte de la concepción global que sustentamos sobre el contexto socio- económico contemporáneo y la situación de Venezuela dentro del mismo como país capitalista subdesarrollado, petrolero - dependiente, caracterización sobre la cual hay discusiones y matices desarrollados por varios autores, pero en torno a los cuales no vamos a insistir.

En particular, compartimos la formulación del Profesor Francisco Mieres, quien postuló una interpretación de la estructura del sistema capitalista mundial, considerándolo

1) Como conjunto de Naciones-Estado o formaciones económico-sociales nacionales en las que el modo de producción capitalista es dominante, organizado como ente bipolar con un centro dominante y una periferia subdesarrollada.

2) Como formación económico-social única mundializada, transnacional, compleja y heterogénea, donde el modo capitalista domina sobre otras formas económicas secundarias. El proceso mundial de acumulación, concentración y centralización de capital, eje dinámico, condujo a la cúpula de la dominación y explotación, primero, a los monopolios internacionales. [4]

En lugar de relaciones entre naciones, tenemos aquí relaciones entre clases sociales y grupos económicos, a nivel trans-nacional, más allá de los intereses nacionales de sus respectivas clases enfrentadas internamente.

Estas características del sistema capitalista mundial se han acentuado, como se sabe, con los procesos de globalización y la preeminencia del capital financiero y ficticio,  sobre el capital industrial. De ello se han hecho, en este mismo espacio, muy completas exposiciones. Cito como ejemplo de ellas las caracterizaciones que del  proceso referido hicieron los colegas Reinaldo Carcanholo y Jorge Pérez Mancebo en la anterior edición de estas jornadas.


De las concesiones a la “apertura petrolera”, evolución e involución de la política petrolera venezolana.

La expresión concreta de la política petrolera venezolana en el Siglo XX tuvo un ilustre fundamento histórico, anterior al uso de los hidrocarburos como combustibles masivos: el decreto emitido por el Libertador Simón Bolívar, como Presidente de Colombia desde Guayaquil, provincia de Quito, en 1828, donde se establece que los derechos soberanos de la corona española sobre el subsuelo y las minas de cualquier clase, pasarían desde ese momento a ser derechos de la República Colombiana. A pesar de intentos en contrario que no es del caso relatar aquí, desde 1830, al producirse la disolución del proyecto colombiano, esos derechos soberanos pasan a ser, en su territorio, potestad de la República de Venezuela.

De tal suerte que “Concesiones” y “Regalías”, fueron figuras legales preexistentes a los primeros hallazgos de hidrocarburos en nuestro suelo, en 1866 y 1878. El régimen concesionario tuvo su infancia, desarrollo y declinación desde entonces y hasta 1976.

Las incidencias de esa historia han sido expuestas por ilustres cronistas y protagonistas, como Salvador de la Plaza, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Manuel Egaña, Rómulo Betancourt, Rubén Sader Pérez, Pedro Esteban Mejías, Edwin Lieuwen, Francisco Mieres y Gastón Parra Luzardo, para citar sólo algunos ya fallecidos. Nosotros nos limitaremos a señalar el proceso general de evolución de la lucha por el reparto de la renta petrolera en esas décadas, fundamentalmente desde 1920 y hasta 1976.

Una caracterización aparte merecen, tanto el régimen que  imperó en la industria petrolera venezolana  a partir de este último año y hasta 1999, así como las radicales transformaciones que desde entonces y hasta el presente han conducido al rescate de una justa participación nacional en el reparto de los beneficios de la liquidación de nuestro principal patrimonio natural no renovable.

Señalamos especialmente a 1920, como el año en el que se formuló por primera vez una Ley de Hidrocarburos, donde se regularon de manera completa y detallada todos los aspectos de la industria y quedó plasmada, por muy poco tiempo y para la historia, una posición nacionalista, que correspondía a los intereses de las clases que se disputaban el control del Estado venezolano en ese momento: la de los grandes propietarios latifundistas que todavía establecían relaciones de producción semifeudales en el campo venezolano y la de la incipiente burguesía nacional, que aparecía al calor del aprovechamiento de la escuálida participación del Estado venezolano en la renta generada por la explotación petrolera.

Es precisamente la voluntad de aumentar esta participación la que queda reflejada en esta Ley, muerta al nacer, pero que prefiguró la estructura que tendrían todas las que le siguieron, hasta 1943 y más allá, con las sucesivas modificaciones de esta última.

En 1976, la “nacionalización petrolera” fue la conclusión, entre otros desarrollos, de un largo y conflictivo proceso de agotamiento del patrón normativo formal de las relaciones entre el Estado venezolano y las compañías extranjeras concesionarias; es decir, del conjunto de estructuras legales y reglamentarias en el marco del cual se desarrollan esas relaciones.

Ese agotamiento se venía haciendo crítico en la medida en que nos acercábamos a 1983, año en el cual, por virtud de la Ley de 1943 se iniciaría el vencimiento y por ende la reversión de las concesiones de hidrocarburos, sin que para esa fecha estuviera prevista entonces una alternativa clara para el ulterior desarrollo de la industria petrolera bajo control transnacional, cercada por la norma que Juan Pablo Pérez Alfonzo logró insertar en la Constitución de 1961, la cual establecía el no otorgamiento de nuevas concesiones y el voluntario enanismo en el que fue mantenida la Corporación Venezolana del Petróleo durante sus quince años de existencia.

Tal dilema tenía soluciones divergentes perfectamente identificables: Una, "subversiva" a los ojos del status y lesiva de las reglas del juego impuestas por la "buena vecindad", era la preparación del país para asumir plenamente el control de su industria. Esta opción, defendida por los sectores de avanzada del país, en especial por verdaderos profetas en el desierto de la talla de Salvador de la Plaza, fue delineada en términos de posibilidad realizable incluso para gobiernos no necesariamente revolucionarios por Juan Pablo Pérez Alfonzo, al postular, dentro de su "Pentágono Petrolero", junto al principio de “no mas concesiones”, la creación y desarrollo de la CVP.

 Pero esa posibilidad fue eludida, ignorada e incluso desnaturalizada con la negociación de unos Contratos de Servicios que, como lo demostraran en su oportunidad diversos analistas, no eran otra cosa que concesiones disfrazadas para burlar el principio constitucional que prohibía nuevos otorgamientos de las mismas.

La segunda de las opciones a que nos referimos es, desde luego, la propiciada por las compañías y sus voceros en FEDECAMARAS, quienes consideraban que el principio de "no más concesiones había colocado a la industria petrolera en un curso de declinación"

Los esfuerzos de este sector se van a encaminar a la búsqueda de una alternativa cónsona con la preservación de su participación privilegiada en el negocio. Una nueva fórmula de asociación dependiente con el capital transnacional que incorporara algún maquillaje renovador era la solución más "saludable", si se miraba con los ojos geopolíticos de sus proponentes criollos.

Los Contratos de Servicio se van a convertir en el primer ensayo de esa fórmula alternativa y preservadora de la buena salud del negocio. El largo debate en torno a estos contratos y su ulterior frustración vienen a constituir una expresión de la confrontación entre las dos opciones mencionadas; confrontación alrededor de la cual gira la política petrolera en todo el Siglo XX: con marchas y contramarchas, pero con el predomino a la larga de los sostenedores de la asociación incondicional con el capital petrolero internacional.

La puesta en escena definitiva se produjo en 1976, año en el cual la “nacionalización”, evento culminante de esa política petrolera, plasmó, en realidad, el estado de las fuerzas de estas dos posiciones y, no siendo una excepción de la tendencia secular, también en esta oportunidad triunfó el partido de la asociación transnacional.

De una manera tal que, al cabo de un forcejeo trascorrales, la nacionalización viene a ser convertida en su opuesto: un pacto laboriosamente trabajado que propiciará el mantenimiento y la ampliación, en extensión e intensidad, del control transnacional sobre el petróleo venezolano.

El instrumento fundamental para la obtención de tan paradójico resultado de una nacionalización fue el bloque de convenios firmados tras bastidores mientras se discutían públicamente los términos de la "Ley que Reserva al Estado la industria y el comercio de los hidrocarburos". Con lo que, en suma, la nacionalización resulta ser fruto de un nuevo paquete Ley-Convenios al estilo del pacto entre el gobierno de Isaías Medina y las compañías norteamericanas e inglesas que institucionalizó en 1943 el régimen concesionario.

En otras palabras, con el fin de la era concesionaria no pasamos a la era del control pleno por parte del Estado sobre su industria petrolera, sino a una nueva modalidad de relación subordinada Estado-transnacionales. Más elástica y sutil, más adaptable a la evolución de las realidades económicas y políticas contemporáneas, que manteniendo y profundizando las características esenciales de la situación anterior, fuera a la vez un cierto "aggiornamento", una puesta a tono con el signo de los tiempos que desmovilizara los sentimientos negativos que despertaba el viejo sistema concesionario. [5]

Esta nueva forma de existencia de la relación dependiente se funda inicialmente en un también nuevo tipo de contrato, distinto formalmente del contrato concesionario, pero que obtiene con más eficiencia los mismos resultados: Los Convenios de Asistencia Técnica y Gerencial y los contratos de compraventa de petróleo y productos para su comercialización internacional.  Las condiciones que quedan establecidas en todo contrato siempre están determinadas por el poder negociador de cada una de las partes y, evaluando los resultados reales de este nuevo sistema, podemos afirmar que las corporaciones petroleras transnacionales y sus asociados nativos impusieron sus condiciones a los gobernantes y principales gestores de la política petrolera venezolana.

Ello se hizo evidente y se acentuó durante los siguientes 25 años en los cuales prevaleció el poder para-estatal de los gerentes públicos de cultura y mentalidad transnacional que quedaron como herencia de las antiguas concesionarias en la operadoras “nacionalizadas” que le sucedieron y en su nueva  “casa matriz”, PDVSA.

La política de “apertura petrolera” fue la cumbre de esta involución, cuyas principales características resumimos:

El desmantelamiento de las capacidades técnicas y políticas del Ministerio de Energía y Minas como ente fiscalizador y garante de la adecuada operación y mantenimiento de los yacimientos petrolíferos, su colonización por PDVSA y  su conversión en un cascarón vacío.

El envilecimiento de todo el régimen fiscal aplicable a los hidrocarburos, con la eliminación de la figura del Valor Fiscal de Exportación, con la cual se maximizaba el Impuesto Sobre la Renta, la reducción de este rubro impositivo de 67,9  a 34 por ciento. La casi extinción de la Regalía en los convenios operativos y asociaciones estratégicas al llevar de 16,6 por ciento a menos de un 1%. Veamos sus resultados en la evolución de la alta correlación inversa de costos y participación fiscal total, desde 1976 hasta 1999, año en cual, a duras penas, ha comenzado a revertirse esa tendencia :

 



Añádase a todo esto la evasión fiscal a través de emprendimientos ruinosos en el exterior, con la compra de 17 refinerías en proceso de liquidación que se convirtieron, desde 1989 en receptoras de “exportación de beneficios” que retornaban convertidos en costos, al punto de que todavía en nuestros días, la compra de crudo y productos no venezolanos por estas cafeteras constituye el mayor rubro de los costos operativos totales de PDVSA, casi del 53% de los mismos. Justamente, el salto que presenta el gráfico anterior  en los costos operativos de 1989, se corresponde con el registrado ese mismo año en las compras ya referidas que se reproducen en el siguiente gráfico.

 

En este contexto, llevando a la industria petrolera venezolana a condiciones de mínima capacidad generadora de excedentes, es que se produce la campaña de la meritocracia petrolera para lograr la privatización de PDVSA, no ya por la vía indirecta, en curso entonces, del outsourcing o tercerización, las asociaciones estratégicas, los contratos operativos de ganancias compartidas, la internacionalización, etc., sino directamente, por la venta directa de un 15% del capital accionario de PDVSA o el reparto de la totalidad de ese capital entre los venezolanos mayores de 18 años, como rezaba la más antipática de las propuestas privatizadoras.

Las políticas aperturistas, privatizadoras y, en suma, desnacionalizadotas, fueron conducidas con plena conciencia de sus implicaciones: la minimización de la renta petrolera percibida por el Estado, en beneficio de sus contrapartes transnacionales y del capital privado nativo asociado a esas corporaciones. Peor aún, fueron diseñadas con ese bien definido propósito.

En efecto, esa política fue sustentada en formulaciones teóricas que planteaban la existencia de un modelo fracasado de gestión de la participación nacional en la administración de los ingresos petroleros, que conformaba una opción “rentista”, estatista y socializante, enfrentada a una política moderna, racional,  cónsona con las exigencias de la globalización, que se resumía en un escenario “productor”. [6]

Según los autores de estos escenarios, planificadores mayores de PDVSA, “rentistas” eran las políticas que postulaban la defensa de la participación fiscal, porque intensificaban la ineficiencia estatista y las distorsiones estructurales   del “capitalismo rentístico”, forma particular que asumió ese sistema en Venezuela.

Para eludir esos males, el “escenario productor”, postulado por estos planificadores y asumido entusiastamente por la cúpula antiestatal de PDVSA, sostenía que la opción racional de utilización reproductiva de los ingresos petroleros era la reinversión de la renta petrolera en la propia industria, multiplicando proyectos dentro y fuera del país, tales como los megaproyectos de la Faja del Orinoco y la compra de refinerías dilapidadas en el exterior. Proyectos inviables desde el punto de vista de la Nación, pero altamente rentables para los intereses complotados en el diseño y ejecución los mismos, quienes aportarían la capacidad gerencial del capital internacional en el manejo de esos recursos.

En otras palabras: sustraer la mayor cantidad posible de ingresos del alcance de la “garra fiscal” del Estado venezolano y dedicarlos a la siembra del petróleo en el petróleo. Para lograrlo eso y “estimular” la inversión extranjera que nos ayudaría al desarrollo de ese luminoso futuro “productor” era necesario hacer lo que hicieron en esos 25 años: desmantelar todo el sistema estatal de percepción de la renta. 



Hacia la reafirmación de la soberanía nacional sobre sus recursos naturales y la integración latinoamericana.

El hundimiento de la Cuarta República, su consunción por putrefacción, tuvo mucho que ver con los resultados catastróficos de esta política antinacional.

El advenimiento, en 1999 de un gobierno revolucionario, que fundamenta su acción en una nueva Constitución y una política de rescate de la soberanía nacional sobre sus recursos de hidrocarburos ha cambiado radicalmente la situación.

Se detuvo el proceso de privatización adelantado en los 25 años anteriores y se reformularon las bases de la política petrolera con sentido nacional y solidario, enfocados hacia la promoción de la multipolaridad y la solidaridad sur-sur.

Se desactivaron los mecanismos entreguistas de desmoronamiento de la participación fiscal nacional, restituyendo las tasas de impuesto sobre la renta a sus niveles históricos previos a la debacle aperturista de los años 90 y se potenció la regalía, al sacarla de las vecindades del 1% y llevarla hasta un 30%. Se reactivó la política de defensa de los precios y el cumplimiento de los compromisos internacionales adquiridos de manera soberana en la OPEP.

El énfasis social que se le ha dado al proceso de asignación de los ingresos petroleros ha permitido revertir la tendencia prevaleciente hasta 1998, según la cual la participación nacional se minimizaba en beneficio de unos costos que, en esencia, constituían la abusiva participación de los sectores capitalistas internos e internacionales en el reparto de la renta petrolera.

Los proyectos de desarrollo de la industria petrolera venezolana en los sectores gasífero y de la Faja del Orinoco, que constituyen los escenarios del futuro de los hidrocarburos en nuestro país, se están adelantando con una voluntad de fortalecer nuestra soberanía afincados en el establecimiento de vínculos financieros y tecnológicos multilaterales y una visión de solidaridad continental, que privilegia nuestro entorno inmediato, caribeño y suramericano, sin excluir las posibilidades de asociación con  empresas y gobiernos de otras latitudes.
Los proyectos de integración energética suramericana y caribeña que se han formulado con diverso nivel de concreción son  expresión de la voluntad política de promoción y defensa de la soberanía nacional y regional en esa materia. Se trata de una voluntad de desarrollo integral, no rentístico que prefigura la inserción de Venezuela en el tejido económico y político regional y la construcción de una colectividad de naciones con presencia global. El Acuerdo Energético de Caracas, Petrocaribe, UNASUR, la ALBA, el sistema Sucre y más recientemente el apoyo al surgimiento de la Comunidad de Naciones Latinoamericanas y del Caribe,  ejemplifican esa disposición.



CMP/Febrero 2010



 [1]  Carlos Marx, El Capital, vol. II, p. 717, citado por Bernardo Ferrán, Los Precios del Petróleo, p. 286.
[2]  Jean Pierre Angelier, La Renta PetroleraEd. Terra Nova, México, 1980., p. 14.
[3]  Marcos Kaplan, Estado y Sociedad, 2ª. Ed. México, UNAM 1980. Citado en el trabajo del mismo autor “El Derecho y los Hidrocarburos en la Experiencia Internacional Contemporánea”. Versión PDF disponible en Internet.
[4]   Francisco Mieres, La crisis actual del capitalismo. El impacto energético. Mimeografiado, CEAP, FACES, UCV. s.f. (aprox. 1973-76)
[5]  C. Mendoza P. “La era de los contratos”, en  De las concesiones a los contratos, visión retrospectiva de la política petrolera venezolana. Caracas 1983, inédito,  
[6]  PDVSA, Guías Corporativas 1993-1998,  C. Mendoza P. La “verdad petrolera” frente a la realidad, en El Poder Petrolero y la Economía Venezolana, pp. 87-98. CDCH UCV, Caracas 1995.

lunes, 1 de julio de 2013

Productivismo, nuevo nombre para viejas enfermedadas


Resurrección de las viejas ilusiones 

productivistas demonizadoras 

de la participación fiscal

Carlos Mendoza Pottellá

“La nación sigue siendo propietaria de los yacimientos y PDVSA ha pasado a ser la accionista fundamental de todo el proceso, con el 60% de participación en todos los acuerdos que ha firmado con las distintas empresas. Los impuestos que se cobran a los participantes en estos convenios son muy altos, quizá los más altos del marco petrolero. Esto hace que las compañías que firmaron estos convenios no están en capacidad de hacer inversiones.”
….
“Habría que eliminar la visión rentista del petróleo y pasar a una visión productiva, aumentando la producción.”

“El problema petrolero”, Luis Carlos Palacios, Tal Cual, p. 8, 25 de junio de 2013.


“El país lleva años estancado en un volumen de producción que no alcanza los 3 MMB/diarios…”

“Petróleo y soberanía / II” Luis Pedro España N., El Mundo Economía y Negocios, p. 3, 17 de mayo de 2012

“La producción petrolera lleva cinco meses estancada” (Titular)


         Andrés Rojas Jiménez,  El  Nacional,  Pág. 7, Economía y Negocios, 12 de junio de 2013

En materia de política económica, como en cualquier tema en donde estén implicados intereses antagónicos de diversos grupos y sectores sociales, es inevitable volver sobre caminos trillados y no dar por saldada ninguna discusión teórica. Ello es así, sobre todo en materia de política petrolera, porque  independientemente de victorias, derrotas y retiradas circunstanciales,  esos intereses, de cualquier signo,  seguirán generando frentes en la batalla por la instauración de su verdad particular y la conquista de la voluntad política mayoritaria.
En tiempos recientes acudimos a la resurrección de los viejos argumentos productivistas y de críticas a las supuestas posiciones rentistas en materia petrolera. No pasa día sin que aparezca en las páginas de economía de los distintos diarios, los análisis de expertos petroleros criticando el estancamiento de los niveles de producción (que “lamentablemente”, y 42 años después, no han superado el tope alcanzado en 1971) y “demostrando” los efectos nocivos de la alta tributación fiscal.
Botón de muestra lo constituye la cita con la cual encabezo estas reflexiones y que manifiesta de manera dolida que “la nación sigue siendo propietaria de los yacimientos”.
 Y ello se produce precisamente en un ambiente de desmovilización del espíritu analítico y crítico, de desinformación generalizada, propicio para ese renacimiento.
En tiempos de globalización, es decir, en el mundo unipolar donde se impone la integración de las economías mundiales bajo la égida de los países integrantes del Grupo de los Siete, el carácter estatal del petróleo y de su industria en Venezuela es combatido, cada día con más fuerza y por todos los medios de comunicación masiva, por los agentes internos de la  “modernidad”.
Estando ubicados en uno de esos sectores antagónicos, el de los defensores de la propiedad estatal y los mecanismos de control  y  fiscalización pública  como medios eficientes para garantizar una justa participación de la Nación en la renta que se genera a nivel internacional con la comercialización de sus recursos de hidrocarburos, no nos queda otra alternativa que recorrer esos caminos trillados y rescatar argumentos sostenidos en las últimas cuatro décadas.
Esos argumentos, de los cuales presentamos una selección en lo que sigue, fueron esgrimidos en debates recurrentes sobre la política del Estado venezolano en materia petrolera y el papel de los hidrocarburos en el desarrollo de la economía nacional. 
En primer lugar, creo que no es ocioso recordar el origen del carácter estatal de nuestra industria petrolera, que se remonta a las Actas de Minería para la Nueva España y la constitución en 1777 de la Capitanía General de Venezuela.
Herencia jurídica colonial transferida a la República por decreto bolivariano de octubre de 1829, el principio de la soberanía del Estado sobre las riquezas de su subsuelo se constituyó en el pilar fundamental de la estructura formal de relaciones entre el gobierno venezolano y las compañías extranjeras que se establecieron en el país para la búsqueda y explotación del asfalto, primero, y del petróleo, después.
Ahora bien, quiero destacar que el punto focal de las nuevas embestidas privatizadoras y productivista lo constituyen los términos de la nueva Ley de Hidrocarburos, tal como refiriéramos en enero del año pasado:
“… se ha planteado un debate en los medios de comunicación nacionales, caracterizado por la tergiversación y la pretensión de escandalizar negativamente contra la potestad nacional de establecer un régimen que rescata los derechos de justa participación del país en los proventos derivados de la explotación de sus recursos de hidrocarburos.

En efecto, al liquidar un sistema de "convenios operativos" y "asociaciones estratégicas" impuesto a la Nación en medio de la euforia neoliberal globalizadora de las dos últimas décadas del siglo pasado, claramente lesivo de la soberanía nacional sobre sus recursos petroleros, y forzar la conversión de ese tipo de asociación en  empresas mixtas sometidas al nuevo régimen fiscal establecido en la  Ley de Hidrocarburos promulgada en 2001, el Estado venezolano estaba restituyendo parcialmente los niveles de control y fiscalización vigentes hasta que la onda aperturista y desreguladora impusiera su destrucción y, por ejemplo, eliminara el Valor Fiscal de Exportación que blindaba la participación nacional contra las manipulaciones de costos y precios, redujera la regalía de 16 2/3 por ciento a 1% y el Impuesto Sobre la Renta desde 67% a 34.  
http://petroleovenezolano.blogspot.com/2012/01/la-soberania-nacional-frente-al.html
A fuer de sincero, debo manifestar que me cupo el honor de participar como invitado en las deliberaciones de la Comisión Presidencial  para la Reforma de la Ley de Hidrocarburos,  encabezada por el Dr. Alvaro Silva Calderón en su condición de Ministro de Energía y Minas, e integrada, entre otros, por Domingo Felipe Maza Zavala, Gastón Parra Luzardo, Nelson Merentes y Mazhar Al Shereidah, siendo esta una sentida motivación personal para replantear este debate, cuando el mismo se nos presenta incluso como un reto en las deliberaciones  de grupos de análisis petrolero bastante cercanos a nuestras propias convicciones en la materia.

Extractos de viejos textos sobre 
la apertura petrolera
y los escenarios 
“productores” y “rentistas”

·         Concluido el ciclo concesionario, esas relaciones (Estado venezolano-transnacionales petroleras)  cambiaron de forma con la “nacionalización” de la industria, pero no sólo se mantuvieron, sino que se intensificaron y extendieron a campos inusitados.

Hacíamos referencia a los contratos de Asistencia Técnica y Comercialización, suscritos pocos días antes del tránsito formal de la industria petrolera a manos del Estado, como los eventos paradigmáticos en cuanto a los vínculos Estado-Corporaciones en los años que siguieron hasta nuestros días. Utilizando una terminología contemporánea, en esos contratos se plasmaron los pasos iniciales de la apertura petrolera, porque fue a través de ellos que las antiguas concesionarias pasaron a tener injerencia en espacios distintos a los de las antiguas concesiones.

Fue así como se inició un curso fatal de deterioro de la participación nacional en el negocio petrolero, constituyendo la llamada “apertura petrolera” sólo el Capítulo contemporáneo de una política que ha tenido siempre el mismo signo: la expropiación del patrimonio colectivo en beneficio del gran capital transnacional y de las elites aprovechadoras criollas, cuya punta de lanza la constituyen hoy, y desde hace 20 años, las cúpulas gerenciales de mentalidad privatista enquistadas en los puestos de comando de la empresa estatal.

·         …violando la Constitución y las leyes, aceptando las imposiciones del enclave antinacional enquistado en PDVSA, un inadvertido y displicente Congreso Nacional aprobó la suscripción de “Convenios de Asociación para la Exploración a Riesgo y Explotación de Nuevas Areas bajo el Esquema de Ganancias Compartidas”, un instrumento contractual insólito en nuestra legislación petrolera y mercantil, totalmente desequilibrado, en el cual se ensarta un rosario de cláusulas  que otorgan todas las ventajas al socio extranjero, lesionan la soberanía nacional y nos devuelven a la tradicional imagen de cambiar oro por espejitos.

Tras ese rimbombante nombre se esconde, como hemos dicho, un nuevo otorgamiento de concesiones, en peores circunstancias que las prevalecientes entre 1920 y 1975: En 2.000 kilómetros cuadrados por área, en vez de 100, como era lo establecido en la Ley de 1943, con un plazo de exploración de 9 años en vez de 3, liquidada la capacidad de fiscalización del Ministerio de Energía y Minas, eliminado el Valor Fiscal de Exportación, reducida la Regalía por diversos mecanismos hasta un mínimo de 1%, otorgando depreciaciones aceleradas y reconociendo costos de exploración que se cargarán en pesadas alícuotas a los ingresos que se obtengan por cada barril producido.

·         En los últimos eventos de esa política hubo todo un proceso previo de preparación y hasta un ensayo general: el Proyecto Cristóbal. En cada escaramuza por la “internacionalización”, la Orimulsión, el mejoramiento de crudos extrapesados y la entrega de los “campos marginales”, se quedaron pedazos de soberanía, de capacidad de control y fiscalización, jurisdicción de las leyes y tribunales nacionales, y, como se constata en las cifras oficiales, de integridad de la participación fiscal. Todo ello, en nombre del mantenimiento de la autonomía operativa y financiera de PDVSA y sus filiales, pero con los propósitos reales abiertamente planteados por su Presidente: expansión del negocio y “estímulo” a la participación del capital extranjero.

·         De esta manera es que llegamos "preparados"  para negociar nuevas concesiones con nuestros antiguos y renovados socios extranjeros: con un viejo cuerpo legal, reglamentario y de control desmantelado, pero con un instrumento completamente nuevo y aceitado para el regreso transnacional: el “esquema de ganancias compartidas”.
Es así, pues, como PDVSA ha devenido en la antítesis de lo que debería ser y la empresa del Estado para la administración eficiente de los recursos públicos de hidrocarburos se transforma en facilitadora de oportunidades de negocios privados: promoviendo paulatinas modificaciones legales o propiciando transgresiones legales, multiplicando proyectos de limitada o nula rentabilidad fiscal, impulsando múltiples formas de participación privada, desde la internacionalización, la contratación de servicios y el “outsourcing” de ciertas funciones considerada no medulares, hasta los diversos niveles de “asociaciones estratégicas” que desembocan en el presente otorgamiento subrepticio de concesiones, paso previo a la “democratización del capital” mediante la colocación de bonos y  la venta en forma de acciones de PDVSA y sus filiales.
Tal es nuestra opinión en torno al proceso de la política petrolera venezolana en los últimos 20 años. A contrapelo de las formulaciones legales y reglamentarias, de las tradiciones y rituales de la política petrolera venezolana, con el disfraz de la nacionalización hemos introducido en nuestra casa un caballo de Troya antinacional, el cual, en nombre de supuestos “escenarios productores” y de “combate al rentismo” ha liquidado la capacidad efectiva de captación nacional de una renta que de todas maneras se produce, en tanto que su determinación es el resultado de un intrincado conjunto de relaciones económicas internacionales, establecidas y consolidadas en un proceso que se inició a principios de siglo.
   
·         La falacia del “escenario productor” enfrentado a otro “rentista” queda en evidencia cuando constatamos que uno de los resultados evidentes que tendrá el “esquema de ganancias compartidas” será la minimización de la participación de PDVSA, tanto en su condición de operadora como en la de perceptora de beneficios, colocándose en una posición que no tiene otro nombre sino el de rentista, en tanto y en cuanto usurpa el papel que le corresponde al Ministerio de Energía y Minas en la fiscalización y control de entes operadores extranjeros.

·         Ahora bien, todo lo anterior constituye una visión particular de un proceso que puede ser evaluado desde ópticas más modernas y con colores menos sombríos. Visiones que, entre otras cosas,  desechen anticuados principios nacionalistas, de soberanía o autarquía, muchos de los cuales se resumen en el antediluviano y pavoso concepto de “patria”.

Visiones que entiendan la realidad unipolar y las condiciones que nos son exigidas para integrarnos a los mercados mundiales, cumpliendo más eficientemente, y sobre todo competitivamente, con nuestro tradicional papel de suministradores de materias primas baratas. Que tomen en cuenta que, si en alguna oportunidad nos pudimos colar entre los resquicios de la guerra fría y ello nos permitió invertir transitoriamente el sentido de la corriente expoliadora de mis riquezas y capacidades productivas, ahora esa posibilidad ya no existe y debemos renunciar a lo que “modernamente” se considera como una participación “exagerada” en la renta generada por nuestro subsuelo.

Eliminemos controles e impuestos, minimicemos esa excrecencia feudal que es la regalía, acordemos depreciaciones aceleradas para la inversión extranjera, reconozcamos toda clase de gastos como costos deducibles para fines fiscales y recibamos los beneficios de empleo y prosperidad que nos ofrecen los capitales internacionales que vendrán a ubicarse dentro de nuestras fronteras, los cuales no serán “capitales golondrinas” aprovechadores de ondas especulativas, sino avezados “capitales vampiros” que chuparán nuestros recursos mientras ello sea lo suficientemente rentable y luego nos dejarán, como siempre, enfrentados a otro “viernes negro” y preguntándonos ¿ en qué nos equivocamos esta vez?


·         Las políticas aperturistas, privatizadoras y, en suma, desnacionalizadoras, fueron conducidas con plena conciencia de sus implicaciones: la minimización de la renta petrolera percibida por el Estado, en beneficio de sus contrapartes transnacionales y del capital privado nativo asociado a esas corporaciones. Peor aún, fueron diseñadas con ese bien definido propósito.

En efecto, esa política fue sustentada en formulaciones teóricas que planteaban la existencia de un modelo fracasado de gestión de la participación nacional en la administración de los ingresos petroleros, que conformaba una opción “rentista”, estatista y socializante, enfrentada a una política moderna, racional,  cónsona con las exigencias de la globalización, que se resumía en un escenario “productor”. [1]

Según los autores de estos escenarios (Ramón Espinaza y otros), planificadores mayores de PDVSA, “rentistas” eran las políticas que postulaban la defensa de la participación fiscal, porque intensificaban la ineficiencia estatista y las distorsiones estructurales   del “capitalismo rentístico”, forma particular que asumió ese sistema en Venezuela.

Para eludir esos males, el “escenario productor”, postulado por estos planificadores y asumido entusiastamente por la cúpula antiestatal de PDVSA, sostenía que la opción racional de utilización reproductiva de los ingresos petroleros era la reinversión de la renta petrolera en la propia industria, multiplicando proyectos dentro y fuera del país, tales como los megaproyectos de la Faja del Orinoco y la compra de refinerías dilapidadas en el exterior. Proyectos inviables desde el punto de vista de la Nación, pero altamente rentables para los intereses complotados en el diseño y ejecución los mismos, quienes aportarían la capacidad gerencial del capital internacional en el manejo de esos recursos.

En otras palabras: sustraer la mayor cantidad posible de ingresos del alcance de la “garra fiscal” del Estado venezolano (“the government take” ó lo que se coge el gobierno, en el lenguaje usual de la industria) y dedicarlos a la siembra del petróleo en el petróleo. Para lograrlo eso y “estimular” la inversión extranjera que nos ayudaría al desarrollo de ese luminoso futuro “productor” era necesario hacer lo que hicieron en esos 25 años: desmantelar todo el sistema estatal de percepción de la renta. 

·         El esquema de ganancias compartidas, aprobado por la Cámara de Diputados en  primera y apresurada discusión, es el instrumento diseñado para permitir la vuelta del capital petrolero internacional a las operaciones de exploración y producción en Venezuela. Es la "apertura" de lo que hasta ahora estuvo reservado con exclusividad al Estado. 

Esta definición es importante para limitar los verdaderos alcances de la nueva política petrolera  resultante, la cual se nos quiere vender como la panacea que curará todos los males de la Nación.

En verdad, en ese instrumento se ha materializado la voluntad política de quienes consideran que el petróleo es la única salvación del país, y que la expansión de ese negocio,  dinamizará al resto de la economía nacional.  Aun cuando esa expansión se haga  a costa de sacrificar conquistas y principios anticuados -rentistas, estatistas o socializantes- tales como los de maximización de la participación fiscal y control soberano del Estado sobre el recurso y su industria. Porque lo importante es que sobre el país se volcarán flujos masivos de inversión extranjera que, inmediatamente harán positivos los saldos de nuestra balanza de pagos, detendrán la caída del bolívar, generarán empleo y serán el detonante de una reactivación generalizada de nuestra economía. Los poderosos efectos multiplicadores serían tales, que el país se convertiría en destino privilegiado para capitales de inversión en otras ramas y hasta sería posible que retornaran los más de 100 mil millones de dólares depositados en el exterior por los beneficiarios criollos de la anterior bonanza petrolera.

·         El escenario óptimo de esta concepción -que cobra adeptos en la misma medida en la que no se le encuentran otras salidas a la crisis- es el de una privatización completa de la industria petrolera, la cual podría iniciarse con un reparto del capital accionario de PDVSA entre todos los venezolanos. Así, la empresa y su patrimonio dejarían de ser estatales. Lo colectivo se haría privado y las fuerzas del mercado harían el resto: asignarían, de la manera más eficiente, las mayores tajadas a los más capaces: Tales son la leyes del capitalismo, y con mayor razon, en el estadio salvaje en el que el mismo se encuentra en Venezuela. Pero, mientras eso sucede, el país se desarrollaría, desaparecerían la inflación y los  desajustes macroeconómicos, y los venezolanos sembrarían, al fin, su petróleo.

Pero los sueños, sueños son. La apertura, tal cual se plantea, se ejercerá sobre 17 lotes ya suficientemente explorados desde la superficie, completamente listos para verificación, mediante perforación exploratoria, de las auspiciosas estimaciones que arroja la geología. En tal situación, la inversión es capital-intensiva y  se concentra en equipos de perforación de alto nivel tecnológico, con un gran componente importado.  Las firmas nacionales -principalmente metalmecánicas- especializadas en los suministros de esta fase, funcionan con capacidad instalada ociosa, por lo tanto, no requerirán la creación de nuevos puestos de trabajo para cubrir el paulatino incremento de la demanda.

Cumplidas positivamente todas las previsiones, se estima que la producción en esas áreas alcance a medio millón de barriles diarios a mediados de la primera década del próximo siglo. Por tanto, las urgencias fiscales, que se tomaron como excusa para acelerar el proceso, no encontrarán satisfacción inmediata.

Con perspectivas de un limitado crecimiento de la demanda, esa producción adicional se añadirá a la de todos los países que hoy en día proyectan nuevos desarrollos y a la hoy cerrada de Irak, Irán y  Arabia Saudita -para sólo nombrar tres- contribuyendo a mantener deprimidos los precios y a poner en aprietos la rentabilidad de proyectos de márgenes estrechos como la Orimulsión, la internacionalización y el mejoramiento de crudos extrapesados.  

Elementos importantes a considerar en el análisis
de la participación estatal en el negocio petrolero

Carlos Mendoza Pottellá / Nov. 1995.

Tomando en cuenta la matriz de opinión plenamente establecida y alimentada continuamente por todos los medios de comunicación y asumida como verdad incontrovertible por destacados dirigentes de casi todo el espectro político en cuanto a la exagerada carga tributaria que amenaza la salud de “la gallina de los huevos de oro”, cualquier reivindicación del Fisco frente a PDVSA, como detener el proceso de desgravación establecido con la eliminación de los Valores Fiscales de Exportación, o hacer reparos a sus declaraciones impositivas, será repelida como intentos de volver a los tiempos del rentismo y el dirigismo populista.

La tarea por tanto, debe centrarse en desmontar, con hechos y cifras, las falacias establecidas como verdades. Toda reivindicación fiscal debe hacerse con una fundamentación exhaustiva,  legal, macroeconómica y sobre todo, política.
La realidad fundamental que se soslaya en la referida matriz de opinión es el de la propiedad del Estado sobre los recursos de hidrocarburos y los derechos que como propietario, independientemente de su condición de Estado, le corresponden.

Pese a la anómala condición de compañía anónima que se le confirió a PDVSA, sus ejecutivos no son otra cosa que funcionarios públicos y, en tanto que tales, ejecutores de la política estatal, de la política de los propietarios, en la gestión de esa industria. PDVSA no es una empresa que deba buscar cobijo en FEDECAMARAS o en Ven Am Cham : es una empresa estatal. Parecería una verdad de Pero Grullo, pero éste es uno de los principales problemas políticos que se plantean en el país en materia de política petrolera.. Las fidelidades de PDVSA se orientan hoy hacia sus clientes, socios internacionales, proveedores y contratistas; con los cuales no tiene secretos. Por otro lado, recela de los poderes públicos, esconde información a sus legítimos contralores y reniega de su condición estatal. En su visión corporativa lo importante es la expansión del negocio, aún al precio de minimizar los dividendos a repartir entre los propietarios. El más importante foco generador de tendencias privatistas de la industria petrolera nacional se encuentra en sus cúpulas gerenciales.

La política petrolera venezolana debe definirse claramente a nivel Estatal, es decir, debe ser establecida con la participación de todos los poderes públicos. La motivación es doble: La primera se refiere a que, en cualquier circunstancia de propiedad sobre los  recursos del subsuelo y los activos de esa industria, el Estado está en la obligación, claramente establecida en la Constitución y las leyes, de controlar, regular y fiscalizar a una actividad productiva que se desarrolla en su territorio. La segunda se refiere a esa condición actual que puede revertirse en el tiempo, pero mientras exista debe ser ejercida plenamente y sin complejos: el Estado es el propietario de los recursos y de la industria erigida para su explotación.

Esa política petrolera, en tanto que política de los propietarios colectivos, debe ser tambien el producto de una amplia consulta en todos los estamentos de la sociedad. Para ello, debe dársele participación cierta a todas las organizaciones representativas que no lo hacen directamente en los poderes públicos centrales, como la CTV, FEDECAMARAS, gremios profesionales, universidades, corporaciones de desarrollo regional, estados y municipios,  sin olvidar, desde luego, a ese poder público no deliberante que son las Fuerzas Armadas. Este también es el camino para hacer cualquier propuesta reivindicadora de los derechos de los propietarios sobre su patrimonio.

En el plano técnico - operativo de esa reivindicación, es necesario desmontar las bases de desinformación sobre las cuales se fundamenta la "verdad petrolera". se hace necesario, por tanto, recabar toda la información disponible y contrastarla con las presentaciones voluntariamente sesgadas que se hacen de la misma. Hay que hacer evidentes los detalles que se ocultan detrás de las prácticas de agregación de las cifras. Analizar cada negocio, cada sector de actividad. de manera de establecer la eficiencia particular de cada uno de ellos.

Pero aun manejando las muy manipuladas cifras actuales, en ellas se pueden encontrar los indicios de una grave situación en cuanto al deterioro de la participción fiscal petrolera.
Ese deterioro tiene tres fuentes fundamentales: La primera de esas fuentes está en el conjunto de disposiciones tendientes a la desgravación impositiva que han sido establecidas, tanto por el Poder Ejecutivo, como el Legislativo, en los cuatro períodos constitucionales transcurridos desde el momento en que esas actividades fueron reservadas al Estado.

La más grave de esas medidas ha sido, hasta ahora, la eliminación de los Valores de Exportación, mecanismo con el cual el Estado contrrarrestaba las manipulaciones en los costos que disminuían la base impositiva. En las "asociaciones estratégicas", partiendo del Cristóbal Colón, se redujo la tasa aplicable del ISLR del 67,7 al 30%, con garantía de que no habrá vuelta atrás.  Hoy en día  ya se plantean, en documentos oficiales,  propuestas concretas para reducir el pago del impuesto de explotación o regalía en las areas nuevas, aplicando factores de hasta 0,7 al precio de liquidación, para el cálculo del 16 2/3 por ciento, con la excusa de reconocer costos de transporte.

Dentro de esta misma fuente puede ubicarse una variante: la omisión -voluntaria o nó- en las labores de fiscalización y control, la inercia en el tratamiento de situaciones nuevas, etc. Este es, por ejemplo, el caso del cobro del impuesto de explotación entre 1979 y 1986, lapso en el cual los  precios de liquidación se dejaron estancados entre 11 y 12 dólares el barril, mientras que los precios de realización subían de 17 a  29 y se mantuvieron por encima de 25 dólares por barril hasta el final del período. (En los tiempos pre-nacionacionalización los precios de liquidación de  la regalía superaron siempre a los precios de realización o de referencia)

La segunda fuente de deterioro de la participación fiscal tiene una raigambre más antigua, y se refiere, precisamente, a las prácticas de manipulación de costos en las que dictaron cátedra las antiguas compañías concesionarias.

Tales prácticas son poco perceptibles en los primeros años de funcionamiento de la industria petrolera en manos del Estado, aún cuando se produjeron denuncias puntuales como el exagerado costo de los contratos de asistencia tecnológica, los descuentos de precios establecidos en los contratos de comercialización,  los "obscenos" -Gonzalo Barrios dixit- sueldos de los ejecutivos petroleros o los costos imputados a unas supuestas "actividades de producción en la Faja del Orinoco".

A partir de 1991, por el contrario, puede observarse una aceleración en el tendencial crecimiento de los costos. Sería pertinente analizar en detalle este período para determinar la naturaleza de ese extraordinario crecimiento. De manera particular, cabría revisar los resultados de negocios tales como las asociaciones estratégicas en la Faja del Orinoco, la explotación de "campos marginales" que ahora no lo son tanto, la orimulsión y la internacionalización. Los aportes o cargas que generan Carbozulia, Pequiven y Palmaven. ¿Qué ha pasado y que pasará con Sucre Gas y el proyecto Cristóbal Colón?
En la internacionacionalización por ejemplo, se materializa una forma clara y evidente de sacrificio o elusión fiscal, al entregar a las filiales de PDVSA en el estados Unidos cargamentos de petróleo con descuentos de hasta 3 dólares por barril sobre su precio de realización. Más grave aún es el net-back de Ruhr Oel, en el cual se reflejan, en algunos años, descuentos superiores a los 5 dólares por barril.

La tercera fuente de la caída fiscal tiene que ver con el crecimiento real de los costos operativos. Ese crecimiento se genera, fundamentalmente, en la necesidad de revertir la tendencia física de los yacimientos tradicionales a disminuir su capacidad productiva, calculada en 600 mil barriles diarios cada año. Esta tendencia era estimada en 200 mil barriles diarios cada año en la década de los setenta y se ha venido incrementado debido a las políticas de expansión constante de la producción. Precisamente para que esa tendencia no se materialice y peor aún, para generar nueva capacidad potencial, se debe incurrir en costos crecientes de reparación y reacondicionamiento, de generación e inyección de vapor, de perforación de avanzada y desarrollo dentro del area probada, sin mencionar aquí la perforación exploratoria para encontrar nuevas localizaciones.
Como puede observarse, no se trata solamente de la tendencia física. originada por el saqueo que hicieron las concesionarias entre los años 60 y 70, sino también de la voluntad de revertirla. Aquí cabría preguntarse, ¿Hasta cuándo será económicamente factible mantener ese esfuerzo? ¿No serían inferiores esos costos si se trazaran metas de producción cónsonas con el grado de agotamiento de los yacimientos?

En resumen, podría afirmarse que para cada una de estas tres fuentes de deterioro fiscal hay alternativas, pero ellas no son sencillas, ni fáciles de aplicar. Repitiéndonos, la situación conforma un serio problema político que sólo puede ser encarado teniendo todos los ases en la mano: Información certera y precisa como instrumento fundamental para la sustentación de una voluntad política y búsqueda de un apropiado nivel de consenso en torno a las decisiones que se propondrían.

Expansionismo petrolero contumaz

Carlos Mendoza Pottellá     

Domingo, 1 de agosto de 1999
El pasado martes 13 de julio, el precio del crudo marcador WTI superó, por primera vez en casi dos años, los veinte dólares por barril. Todas las fuentes informativas indican que ello ha sido posible por la disciplina de los miembros de la OPEP en el cumplimiento de los recortes de producción acordados en marzo y efectivos a partir del 1º de abril del presente año. Destacan esas fuentes, de manera particular, el cumplimiento al 97% por parte de Venezuela, máximo violador en los años pasados, como un claro indicador de que la Organización de los exportadores netos de petróleo ha recuperado la conciencia de su poder.

Esta alza de los precios es explicada más en detalle por la circunstancia de que el cumplimiento de los recortes ha eliminado la sobreoferta de dos millones de barriles diarios que se registró hasta marzo, con lo cual se ha impedido el mantenimiento de los altos niveles de inventarios prevalecientes durante todo el año anterior.
Esa realidad, que está permitiendo al país salir de la profunda crisis fiscal en que la hundieron las absurdas políticas expansivas del combo Giusti-Arrieta y que hace factible destinar a un Fondo de Estabilización Macroeconómica todo el ingreso petrolero que se perciba por encima del estimado promedio presupuestario de 9 dólares el barril, debería ser prueba irrefutable de la perversidad intrínseca de las políticas impuestas por los anteriores dirigentes del país en materia petrolera; sin embargo, el discurso expansionista sigue vivo en la mente de muchos venezolanos y se manifiesta en las posiciones de algunos destacados exponentes de la vieja dirigencia política y petrolera nacional. Para muestra un botón: El mismo martes 13 en el que se alcanzó la cumbre de los 20 dólares el barril por primera vez en 20 meses me tocó participar en el programa televisivo "Triángulo" que se transmite por Televen y dirige el periodista Carlos Fernández. El tema tratado fue el de las propuestas de privatización de PDVSA y los otros participantes fueron el Prof. Mazhar Al Shereidah, el ex Ministro de Cordiplán Miguel Rodríguez y el ex Presidente de PDVSA Andrés Sosa Pietri.

Aparte de argumentar sobre las ventajas de colocar acciones de PDVSA en el mercado bursátil, los doctores Sosa y Rodríguez retomaron la defensa de los planes de expansión de PDVSA sobre la base casuística de que "mala fue la apertura de Caldera", pero el Plan de Expansión de PDVSA de 1991 estaba muy bien fundamentado, preparado para garantizar la participación del empresariado nacional y blindado a través de políticas macroeconómicas que impedirían la exagerada apreciación del tipo de cambio y con ello, que se produjera la famosa "enfermedad holandesa" o el "efecto Venezuela", como más propiamente la denominaron los economistas noruegos en los años sesenta y lo popularizara J. P. Pérez Alfonzo en los setenta.

Bueno, ya se sabe que los sueños... sueños son. Pero lo malo es que éstos son sueños pertinaces y, peor aún, contumaces: A pesar de los golpes de la terca realidad, a pesar de la catástrofe en la que nos sumió el expansionismo petrolero, precisamente desde 1991, se sigue soñando con un mundo ideal, donde es posible que Venezuela produzca, impunemente, 8 millones de barriles diarios a 10 dólares. Un escenario absurdo e irrealizable, porque antes de que ello pueda suceder, Arabia Saudita estaría produciendo 20 millones de barriles diarios, sumados a los 12 a 15 millones que producirían cada uno de los otros países del Golfo Pérsico, Irán e Irak en primer lugar. En ese escenario, los precios estarían en las profundidades de los 4 dólares el barril y Venezuela no podría producir ni un solo barril rentable, porque tal nivel de precios estaría muy por debajo de los actuales costos totales de operación de PDVSA.

Afortunadamente, ese escenario no le interesa a nadie, sobre todo a los productores de los costosos crudos de Texas, Alaska y el Mar del Norte, cuya presencia en el mercado no puede ser vista como una pérdida de mercado para nuestros crudos, sino la garantía de que los precios van a estar en un nivel tal que garantizará a los productores de crudos más baratos una alta percepción unitaria de renta. Sosa Pietri sostiene que es mejor producir 8 millones de barriles a 10 dólares cada uno que 2 millones de barriles a 40 dólares cada uno. El problema es que, como ya dije, ese primer escenario, el de su preferencia, es absolutamente irrealizable y, por lo demás, nadie está proponiendo el segundo, el cual es también un extremo de la argumentación por reducción al absurdo.

Haciendo referencia al mundo feliz descrito por los doctores Rodríguez y Sosa en el programa comentado, en el cual la industria petrolera se convertiría en la "locomotora" del desarrollo económico, donde florecerían centenares y miles de industrias, dados los encadenamientos y efecto multiplicador de la inversión petrolera (algo por cuya demostración PDVSA pagó infructuosamente a un grupo de profesores universitarios), debo decir que ésta es, una vez más, una contradicción flagrante con la experiencia de 80 años de explotación petrolera en nuestro país y con la circunstancia, bastante conocida por lo demás, del carácter de enclave capital intensivo de la industria petrolera, no tanto por su voluntad de serlo (expresada en muchos de sus anteriores dirigentes), sino por la existencia real de encadenamientos tecnológicos, de insumos y suministros de todo tipo con un complejo industrial internacional y monopólico, cuyos efectos no pueden ser trasladados, de la noche a la mañana y por virtud de "una política macroeconómica adecuada" a la inexistente industria nacional. Mucho menos por decreto. ¿Compre venezolano? ¿A quién? Más allá de cabezales de pozos, tubos sin costura, válvulas, varillas de succión, otros rubros metal-mecánicos y algunos químicos, todo lo demás se importa y tendrá que seguirse importando, sobre todo si se mantiene la política de privilegiar la expansión de la producción de crudo en desmedro del desarrollo industrial no petrolero y agropecuario.

La necesidad de un cambio de mentalidad y orientación en la administración de nuestra industria petrolera queda reflejada en los resultados que arrojan las estadísticas de estos últimos 22 años: Más producción, mayores costos unitarios, menor participación fiscal.



Valga la oportunidad para referirnos a planteamientos en donde se esgrimen argumentos del mismo tenor, tomando como muestra representativa los del Dr. Arturo Uslar Pietri, consecuente detractor de la Organización, cuando afirma que la OPEP no nos ha beneficiado mucho y sostiene, entre otras, la falacia que ya refutáramos en torno a la historia oficial del muchacho bueno al que todos le hacen trampas:

"Yo no sé quién tiene la responsabilidad, pero alguien la tiene, de que Venezuela haya aceptado que la OPEP establezca cuotas de producción petrolera. Eso va contra el interés de Venezuela.
 ¿Nuestra presencia en la OPEP no nos está beneficiando mucho?

-No creo que nos ha beneficiado mucho en ningún momento. Venezuela se ha sentido un poco el padre o la madre de la OPEP. Ha soportado la mala conducta de los demás. Casi todos los países principales productores han respetado muy poco los sistemas de cuotas de la OPEP, y Venezuela es uno de los poquísimos que las ha respetado siempre."   (*)

(*) El Universal, 12 de agosto de 1990, Entrevista a Arturo Uslar Pietri: La OPEP no nos ha beneficiado mucho. Esa Organización nunca ha tomado en cuenta a Venezuela ni sus intereses para nada. El sistema de cuotas es contrario a los intereses de Venezuela.

Lo de consecuente detractor no es gratuito. En materia petrolera, el Premio Príncipe de Asturias, como los patrocinantes borbones del galardón, ni olvida nada, ni aprende nada.(*) 

El Gráfico No. 38 puede permitir al lector visualizar cuán absurda era la pretensión de que Venezuela debía mantener constante -a los niveles de 1960- su cuota de participación en la producción OPEP: La producción anual del país ha debido alcanzar los 4 millones de barriles diarios para 1963, creciendo constantemente hasta alcanzar los 8 millones en 1970 y mantenerse por encima de este nivel, en los alrededores de los 10 millones de b.d., hasta 1980. ¡El "propio" sueño petrolero! 
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Los intereses de los países que integraron la OPEP no eran intereses coincidentes, no lo han sido en ningún momento, y a lo largo de la vida de la OPEP las contradicciones han surgido de manera continua. Venezuela entró de buena fe, tal vez de excesiva buena fe...

Si nosotros viéramos los datos que voy a citar ahora aquí, de lo que ha ocurrido en la posición relativa de los países petroleros desde la creación de la OPEP para acá, tendríamos que dudar muy fuertemente si la OPEP ha beneficiado a Venezuela hasta ahora o no. (*)

(*) Arturo Uslar Pietri, "Política Petrolera y Desarrollo Nacional", Discurso en el Senado, 18 de mayo de 1966, recopilado en "Los Venezolanos y el Petróleo", Págs. 129-152. Edición del Banco de Venezuela, Caracas 1990. Los párrafos citados aparecen en las páginas 143 y 144. Puede verse también en el Diario de Debates del Congreso de la República, pág. 416-428 del volumen correspondiente a 1966.





[1]  PDVSA, Guías Corporativas 1993-1998,  C. Mendoza P. La “verdad petrolera” frente a la realidad, en El Poder Petrolero y la Economía Venezolana, pp. 87-98. CDCH UCV, Caracas 1995.