En tiempos de desastre y pandemia
Carlos Mendoza Pottellá
Agosto 2020
Tiempos de desastre
puede ser una caracterización benévola para los que estamos viviendo. Nos encontramos
en lo profundo de un foso y los pronósticos indican la llegada de las lluvias que lo inundarán.
Sectores sociales,
individualidades y grupos de intereses,
nacionales y extranjeros, disputan enconadamente sobre los escombros de nuestra
industria petrolera. Cada uno tiene su diagnóstico particular y sus
consecuentes propuestas.
Ninguna pugna interesada
debería sorprendernos hoy, dada nuestra larga historia de posiciones
enfrentadas en cuanto al uso, disposición y aprovechamiento del recurso que ha
sido el eje de la economía y la sociedad venezolana durante más de cien años.
En lo personal, y tal
como lo he manifestado en otras oportunidades, debo reconocer mi ubicación
dentro un sector controversial y controvertido de la opinión pública nacional
en materia petrolera, desde el cual he encarado
la autoimpuesta tarea de hacer crónica periódica de tales asuntos.
Pero en las
circunstancias actuales, creo que la definición del curso a seguir como Nación,
aquél que nos permitiría salir medianamente ilesos de esa profunda sima en la cual
nos encontramos todos, debe concitar la búsqueda, en el seno de la sociedad y
de la opinión pública, de una zona de consenso, de un acuerdo mínimo que impida
que nos matemos para provecho de terceros.
Desde luego, se trata de
una tarea cuya factibilidad linda con lo ilusorio, al considerar las
posibilidades de superar conflictos antagónicos, característicos de una
sociedad como la nuestra, en la cual, cada sector de intereses particulares encubre
la búsqueda de su provecho egoísta bajo el manto del interés general, al tiempo
que asistimos inermes al desmoronamiento ético del discurso político, porque
los propósitos de igualdad social conviven sin sonrojos con los manejos corruptos y la proliferación de
fortunas privadas alimentadas por el control mafioso de posiciones de poder.
Por todo ello, ese indispensable
consenso debe pasar por el tamiz previo del restablecimiento moral del país,
amén de la creación de un espacio de convivencia y respeto a la divergencia. Sin
dar cuartel, pero respetando la
legitimidad de las posiciones que cada quien defienda y someta a la evaluación
pública.
Esta reflexión viene a
cuento, además, por la preocupación personal ante el nivel en el cual se está
desarrollando el debate petrolero contemporáneo, donde prolifera la audacia
ignorante con pretensiones de experticia.
Un reciente evento de la
picaresca política nacional retrata lo que quiero expresar: Un político de
medio pelo interpretó, según su
conveniencia, el registro, en la reciente edición del Boletín Mensual de la OPEP, de la
producción petrolera venezolana correspondiente al mes de julio, 339 mil
barriles diarios, según fuentes secundarias -trágica cifra, equivalente a las
registradas en los años 30 del siglo pasado- para anunciar, con amplia difusión
por todos los medios de comunicación y redes sociales del país, que “la OPEP ha dejado de certificar a Venezuela
como país petrolero”.
En un país completamente
desinformado sobre la materia, muy pocos pusieron en duda tan temeraria
afirmación, cuyo objetivo era difundir, en medio del escándalo mediático, su consigna salvadora: “hay que privatizar ya a la industria petrolera”.
Ello propició que otro experto
petrolero aprovechara la ola para echar más leña al fuego anti-OPEP sin
desmentir el bulo. Por mi parte recibí tres consultas radiofónicas sobre el
tema, en una de las cuales el productor del programa me espetó la siguiente interrogante ¿Y Pérez
Alfonzo presidió la OPEP en tiempos de la nacionalización, verdad?
Sin embargo, la
motivación original de estas líneas, me lleva a referirme, en particular, a aquéllos
cuya reconocida experiencia les da autoridad para menospreciar y tildar de
pirata a todo aquél que, sin haber visto en su vida una torre de destilación o
un flexicoker, o no sepa interpretar
registros de sísmica tridimensional, opine críticamente sobre la
factibilidad social y económica de proyectos fantasiosos, cimentados en la
disposición a la ligera de fondos públicos.
Y es precisamente en uno
de esos campos reservados, el de los
proyectos para el desarrollo de las operaciones petroleras “aguas abajo”, en el
cual quiero inscribir, en esta
oportunidad, mis profanas opiniones.
En efecto, expondré en
lo que sigue un conjunto de hechos y circunstancias históricas que me han
llevado a considerar que el solipsismo tecnocrático, ombliguismo, diríamos en
lenguaje ordinario, ha sido aprovechado siempre por fuerzas políticas y
sectores sociales, nativos y foráneos, ajenos al interés colectivo, para
conducir a la industria petrolera venezolana a emprendimientos desastrosos,
verbigracia la “Internacionalización”, los “Megaproyectos” y los “Planes de la
Patria” de la Faja del Orinoco, a todos los cuales me he referido con
insistencia crítica en otras oportunidades.
[En “Citgo, la Internacionalización Revisitada”, hago un
resumen de esos argumentos que ahora renuevo. https://www.aporrea.org/energia/a276427.html]
Paradójicamente, gran
parte de los fiascos mencionados parten de un legítimo y ancestral anhelo
nacional:
Dejar de ser simples
productores de materia prima y avanzar en la manufactura, en el desarrollo de
una cadena de procesos “downstream” que nos permitan agregar valor a la materia
prima.
De tal suerte, la
instalación de refinerías en el país fue una aspiración nacional, al menos desde
los tiempos de Eleazar López Contreras, cuando un diputado zuliano, Manuel
Matos Romero, sugirió que estaba dispuesto a incinerarse frente al Congreso
Nacional al estilo bonzo, -método de suicidio ritual budista que no era
conocido entonces en el país, ni en el mundo occidental en general, porque sólo
fue popularizado en tiempos de la Guerra de Vietnam- si no se daban los pasos
concretos para refinar en el país al menos parte de la producción nacional de
crudo.
Esa aspiración nacional
fue concretada en 1943, con el convenio suscrito entre el gobierno de Isaías
Medina Angarita y las concesionarias petroleras, mediante el cual, además de
una nueva Ley de Hidrocarburos, se dispuso la construcción de las cuatro
grandes refinerías de Amuay, Cardón, Puerto La Cruz y El Palito.
Las tres primeras comenzaron a funcionar en 1950 y la última en
1960.
Como suele suceder en
los negocios de inocentes palomas con avezados gavilanes, las concesionarias
petroleras se dieron maña para instalar en el país cuatro grandes “cafeteras
rusas”, de escasa profundidad de procesamiento, meras destiladoras, cuya
producción de gasolinas, querosén, diesel y otros gasóleos, no llegaba al 40%
del crudo procesado, siendo su principal producto el residual, elegantemente conocido como “fuel oil”, de precio inferior al del crudo del cual provenía.
Cuando llegó a su máxima
capacidad, Amuay poseía la mayor unidad de destilación atmosférica del mundo:
300 mil barriles diarios y una desproporcionadamente pequeña capacidad de
conversión, medida en decenas de miles de barriles diarios.
La refinación se
convirtió aquí, desde entonces -y como de hecho lo era en todo el mundo- en un
“centro de costos”, instrumento eficiente para mermar la participación nacional
en el negocio medular: la producción de crudos.
Sin embargo, la
mitología parroquial, la mencionada aspiración de dejar de ser sólo exportadores
de materias primas, se ha convertido –reitero- en medio propiciatorio para
venderle al país, en todas las épocas, proyectos ruinosos, inviables
económicamente, desde la petroquímica de tecnología empaquetada y cobrada a
precio de oro por sus licenciatarios, hasta la adquisición de refinerías en el
exterior para “asegurar” mercados a nuestro crudo, cuyos resultados negativos
todavía padecemos.
Todos estos logros de la
estrechez tecnocrática, ajena al mundo de los mercados reales y a la
factibilidad económica, han sido factores
coadyuvantes, junto a la ignorancia
generalizada, la calva oportunidad para jugosos negocios
privados y la pésima gerencia, amén del reciente cerco externo, de las actuales
circunstancias ruinosas en las cuales se
encuentra la empresa petrolera pública.
Para colmo, siendo como
somos los únicos seres vivos que tropezamos siempre con la misma piedra, proyectos
similares se presentan hoy en el camino de su recuperación y, por ello,
constituyen otro eje motivador de esta
exposición.
Por ahora vuelvo al
pasado, a otros detalles de la historia de la refinación nacional a los cuales hice
referencia en artículos anteriores. Con mis disculpas por la reiteración del
discurso:
Una de las primeras
tareas asignadas a la empresa petrolera nacionalizada, en 1976, fue
precisamente, mejorar el patrón de refinación. Vale decir, salir del ruinoso
esquema, ya descrito, de refinerías productoras de 60% de residual.
El cumplimiento formal
de esa tarea se realizó en consonancia con los vínculos que prevalecían en las “operadoras nacionalizadas” con las
antiguas casas matrices transnacionales, vía Contratos de Asistencia Técnica.
A despecho de proyectos
integradores del proceso a nivel nacional –-v.g. Bonner and Moore-- que se consideraban
entonces en las instancias públicas pertinentes, Exxon Services realizó el cambio de patrón de
refinación a Lagoven en Amuay, Shell
contrató a Universal Oil Products para hacer lo propio para Maraven en Cardón, y Mobil contrató a una asociada tecnológica para mejorar el
patrón de El Palito. Gulf Oil había concertado con British Petroleum la ejecución
esa actividad en la refinería de Puerto
La Cruz, pero en el interín, esa exconcesionaria desapareció como corporación
independiente en los Estados Unidos, dejando a Meneven sin “partner”. Consecuentemente,
el convenio con los ingleses quedó en suspenso y la refinería oriental en la estacada
de su ineficiente configuración original.
De los costos directos
de esos procesos, sumados a los costos generales y automáticos de “asistencia
técnica”, sólo quedan algunas muestras, como las denuncias públicas no verificadas,
sobre supuestos miles de millones de dólares desembolsados por el Flexicoquer,
una tecnología experimental hasta entonces, llevada a escala comercial con los
fondos públicos en Amuay y certificada desde entonces como patente Exxon, la
cual produce ahora dividendos a esa corporación en otras partes del mundo.
Pero aquéllos fueron
apenas unos escarceos tímidos frente a lo que siguió luego: la adquisición de
19 refinerías chatarra en el exterior y los frustrados“megaproyectos” de la Faja del
Orinoco, DSMA (Desarrollo del sur de Monagas y Anzoátegui) y Guanipa 100+, para
los cuales se estimaron inversiones de 100 mil millones de dólares entre 1982 y
2000. (“El Megadisparate de PDVSA”,
Francisco Mieres dixit.)
Mención aparte merece el
posterior, sobredimensionado y sobrefacturado
desarrollo de “mejoradores”, técnicamente justificados para convertir
nuestros inmensos recursos de petróleos extrapesados y no comerciales, en crudos sintéticos fungibles, de más de 10º
API y con un menor contenido de azufre.
Concebidos en tiempos de
la apertura petrolera y abandono
premeditado del consenso OPEP para el establecimiento de cuotas de producción
para la defensa de los precios, y luego proyectados contradictoriamente en tiempos de pleno y
cotidiano voceo del alineamiento del país con los objetivos de esa
Organización, la justificación de su instalación es expuesta por analistas de
la Universidad Metropolita, con argumentos abiertamente contrarios a las
políticas públicas prevalecientes entonces, los cuales constituyen, también, un
dechado de estrabismo pronosticador:
“Estas reservas de crudo
no-convencional han sido consideradas como fuentes amortiguadoras del mercado
en momentos en que hay restricciones o gran demanda, contribuyendo a limitar
los incrementos de los precios del petróleo a nivel mundial”
“ilimitadas reservas, ventajas
comparativas y competitivas”.
“papel fundamental como fuente de
ingreso y desarrollo industrial de Venezuela”
[A. Baumeister, Y. Da Silva y S.
Giadinella. Situación a nivel de recursos humanos y materiales en los futuros
proyectos para producir crudo extrapesado de la Faja Petrolífera del Orinoco.
Estudio de la Universidad Metropolitana]
No puedo dejar pasar la oportunidad para preguntar ¿cuáles
son las ventajas comparativas y competitivas de la más costosa de las
producciones petroleras del mundo? ¿Con que instrumental técnico-económico,
tasas internas de retorno y análisis probabilístico de los escenarios de los
mercados, se realiza esa afirmación? ¿Dónde reside la conveniencia, para un
país exportador neto miembro de una organización que, en conjunto, genera más
del 30% de la oferta global, de
propiciar límites al incremento de los precios de su producto? Hoy se le podría
preguntar eso a Donald Trump, Secretario General de Facto del nuevo “Cartel”
OPEP Plus.
Veamos pues, según la misma fuente, el programa de
instalación de “mejoradores y sus costos, optimistamente estimados:
[A. Baumeister et allí. Loc. Cit.]
El modesto resumen de estos proyectos es el siguiente:
En adición a los 4 mejoradores que ya estaban en operación
para entonces, con capacidad teórica de 650 mil barriles diarios, se proyectan
diez nuevos, los cuales comenzarían a instalarse entre 2011 y 2013 en las áreas
Carabobo y Junín de la Faja del Orinoco, con capacidad conjunta para
procesar 2 millones 840 mil barriles
diarios y alcanzar la insólita capacidad total de 3.490 mil bd de crudos
mejorados.
Ocho de esos proyectos, que ya contaban con presupuesto asignado, insumirían la módica
suma de 98.400 millones de dólares durante los 4-5 años de su implantación,
hasta arrancar en 2017, gestionadas por las empresas mixtas que se detallan en
los cuadros insertos.
Nuevamente, dadas las circunstancias presentes, huelgan,
piadosamente, los comentarios.
Los cuatro mejoradores previos, únicos que a la postre quedaron instalados, funcionan hasta ahora y por más de
dos décadas con una ocupación reducida de su capacidad de diseño, lo cual comporta,
a la postre, una evaluación negativa de la eficiencia financiera de los
recursos públicos allí consumidos.
Las magnitudes megalíticas de los 10 fallidos, totalmente
ajenas a las perspectivas del mercado entonces y ahora, determinaron su fracaso.
Pero es comprensible el desprecio olímpico de estos magnos
planificadores hacia la modestísima y escasamente lucrativa alternativa de mantener, reponer y ampliar la capacidad
operativa de nuestras septuagenarias refinerías. Hoy, los ignaros mortales que
habitamos en esta Tierra de Gracia pagamos las consecuencias de esos sueños majestuosos.
Debo recordar aquí, tal como he
relatado en otras ocasiones, que el énfasis en el desarrollo acelerado de la
Faja del Orinoco nos fue impuesto, en tiempos de Guerra Fría, por presiones
geoestratégicas para garantizar la seguridad energética de “Occidente”.
[Política
petrolera a la manera de los músicos del “Titanic”. https://www.aporrea.org/energia/a263621.html ]
La magnitud de los montos comprometidos en esos mega proyectos mejoradores y el desarrollo concomitante de una capacidad de producción de crudos extrapesados de 1 millón 400 mil barriles diarios, determinaron, dada la competencia por recursos escasos que se generó, el abandono de nuestros campos petroleros convencionales: Ancianos y declinantes, pero todavía con una esperanza de vida productiva de petróleos livianos, medianos y pesados, de varias décadas.
Todo ese proceso se inscribe,
además del señalado factor geopolítico, en el campo de la hipnosis tecnocrática,
una suerte de escopolamina–burundanga, colectivamente aplicada, mediante la cual Venezuela se convirtió, por su sola voluntad, en la
depositaria de las mayores reservas petroleras
del mundo “certificadas” por la firma
Ridley Scott previo el pago de 600 millones de dólares, y aceptadas como
válidas por BP Statistical Review, OPEP,
AIE, IEA, y todos los órganos oficiales y extraoficiales de registro de las
estadísticas petroleras.
Al respecto escribí tres notas en Octubre de 2017,
Petróleo venezolano: Recursos, reservas y
fantasías, I - II, y Factor de
Recobro: De las fantasías al “paquete chileno”, las cuales me hicieron merecedor de una lluvia
de acusaciones de pirata, infiltrado y otras lindezas. https://www.aporrea.org/energia/a253811.html https://www.aporrea.org/energia/a254319.html
En 2019 insistí con otro trabajo: Recursos, Reservas, Faja y Lutitas:
https://petroleovenezolano.blogspot.com/2019/02/recursos-reservas-faja-y-lutitas.html#.Xz8_dfNKjMw
“Incrementar el nivel de producción de
crudo a 6.000 MBD para el año 2019, de los cuales 4.000 MBD provendrán dela
Faja Petrolífera del Orinoco Hugo Chávez Frías.”
El mundo nos contempla
con sonrisas benévolas. Total… las ilusiones venezolanas son inocuas, no
afectan el interés general “del mercado” y se desvanecen y reaparecen, como sombras chinescas, sin
ningún efecto práctico.
Hoy contamos con seis
refinerías dilapidadas, paralizadas, resistiéndose, después de décadas de
descuido, con explosiones y derrames, a su restablecimiento productivo. Sumemos
a ellas los cuatro “mejoradores” sobrevivientes, también casi paralizados,
convertidos algunos de ellos en simples centros de mezcla de crudos
extrapesados con crudos livianos o naftas -en gran proporción importados- para
obtener un crudo de 16º API.
Una actividad para la
cual, como se puede inferir sin ser expertos, no se requiere la costosa
tecnología instalada en ellos.
Algunos creemos estar
despertando del sueño, comprobando cómo fuimos estafados.
Pero todavía hoy siguen prevaleciendo las
esperanzas de que, levantadas las sanciones norteamericanas, con una gerencia eficiente y la generosa
participación de inversionistas extranjeros, será posible alcanzar el
protagonismo mundial que nos otorgan nuestras reservas máximas.
A mi manera de ver, sin
embargo, este sueño común a tirios y troyanos no tiene un fundamento sólido, ni
en las experiencias pasadas, ni en las perspectivas actuales del negocio
petrolero mundial.
Fuera de Venezuela, la
posesión de refinerías y plantas petroquímicas en los países exportadores de
petróleo no fue una realidad tangible sino hasta hace pocas décadas y su
cuantía, independientemente de magnitudes individuales, tampoco fue, ni es
ahora, significativa frente al volumen del mercado global.
Como ya referí, las instalaciones venezolanas comenzaron su
operación a partir de los años 50 con los controvertidos resultados económicos
ya señalados. Hasta entonces, descontando pequeñas instalaciones para cubrir
consumos locales en otros países exportadores, las grandes refinerías se
instalaban mayoritariamente en los principales centros de consumo, tal como lo
reflejan las estadísticas globales.
Mendoza P. Carlos, El Poder Petrolero y la Economía Venezolana, UCV-CDCH, Caracas
1995,, pág 212
La línea casi horizontal
del gráfico anterior que representa la capacidad de diseño instalada en los
países miembros de la OPEP, reflejaba hasta mediados de los años 60, en su
mayor parte, a la erigida desde 1950 en Venezuela.
Todavía hoy, el paralizado Complejo Refinador de Paraguaná
aparece individualmente registrado como
el segundo mayor del mundo, con 940 mil
barriles diarios de capacidad nominal de destilación, sólo recientemente superado por el complejo de Reliance Industries en India.
En el resto de los
países miembros de la OPEP destacan Emiratos Árabes Unidos con una refinería de
817 mil bd de capacidad, cuarta del mundo, y la de Ras Tanura en Arabia
Saudita, de 550 mil bd de capacidad, décima del mundo. La más antigua de todas,
Abadán, en Irán, construida originalmente en 1912 por la Anglo-Persian Company,
antecesora de BP, destruida y reconstruida, tiene hoy una capacidad de 429 mil
bd.
En 2018, el ranking de
capacidades nominales de refinación entre los miembros de la OPEP era el
siguiente:
Se observa claramente la
desproporción entre la capacidad instalada de refinación en Venezuela y su
producción petrolera para ese año 2018, respecto a las mismas relaciones registradas
en los otros países del grupo.
Aún con una hipotética
vuelta a la producción de 2 millones de barriles diarios, esa capacidad teórica
de refinación sería suficiente para procesar en el país el 95% de esa
producción. Si a ello le añadimos la capacidad de las 31 refinerías adicionales
“planificadas” por PDVSA para el 2030,
Venezuela se convertiría en un gigante importador de petróleo.
Esa desproporción se
acentúa en la catastrófica situación
actual de parálisis sus operaciones -año y medio después del registro de
las cifras anteriores- cuando esa
capacidad nominal está operando a niveles muy inferiores al 10%, tal como lo percibimos
todos los venezolanos, con la consecuente escasez de gasolina que mantiene
paralizado en gran parte al parque automotor nacional, el cual apenas se mueve,
surtido con gasolina importada.
Es claro que en la
magnitud de ese diseño original se expresaba la voluntad nacional comentada al
principio, de dejar de ser un simple exportador de crudo, pero el nivel de
utilización actual, amén de reflejar el efecto reciente de factores externos
como las sanciones norteamericanas contra Venezuela, es también el resultado
del comentado y largo abandono de esas viejas instalaciones –no restablecidas,
incluso, de accidentes ocurridos hace más de una década- dado el énfasis en las
frustradas pretensiones de llenar al país de los “mejoradores” que procesarían
nuestras inmensas reservas extrapesadas.
Esto muestra, además,
que la voluntad de construir o poseer refinerías en países exportadores netos
de petróleo, contraviniendo la lógica económica imperante en ese mercado, no
llegó, en ninguna parte a los niveles alcanzados por la epopeya venezolana,
mezcla de liviandad en el manejo del patrimonio público y negociados privados,
que condujo a la adquisición de dos decenas de chatarras en el exterior entre
1983 y 1998:
Mendoza P. 1995, Op. Cit. Cap. V.2.3. La
Internacionalización, Págs. 211-245.
Ampliada en Mendoza P.,
Nacionalismo Petrolero Venezolano en Cuatro Décadas págs.. 156-215. BCV,
Colección Venezuela y Su Petróleo, Caracas 2010.
Juan Carlos Boué, La Internacionalización de PDVSA, una costosa ilusión, Fondo Editorial Darío Ramírez, Ministerio de Energía y Minas, Caracas.
Asamblea Nacional, “Comisión Especialpara investigar las irregularidades cometidas en la celebración y ejecución de los Convenios Operativos, Asociaciones Estratégicas y negocios de Internacionalización” Mayo 2006.
Añádase la más reciente
programación de PDVSA, en 2010, ya mencionada, de alcanzar en 2030 la posesión
de 37 refinerías, 29 de ellas en el exterior y 8 en el país, en total, un
tercio de las refinerías que poseen los Estados Unidos, de acuerdo al gráfico
que, dado su nivel de absurdo irresponsable, no me canso de incorporar en mis
últimos trabajos:
[PDVSA Plan de la Patria 2010]
La irracionalidad económica original del
programa “internacionalizador”, la acabo
de comprobar, una vez más, al revisar un gráfico del World Oil Outlook 2019 de
la OPEP.
Durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo pasado, en el transcurso de las cuales la meritocracia venezolana desarrolló ese programa de inversiones, se registraron los máximos niveles históricos de capacidad instalada ociosa en el mundo, los cuales se espera que sean nuevamente alcanzados a mediados de la década que transcurre:
[OPEP, World
Oil Outlook 2019, https://woo.opec.org/pdf-download/
]
Por todo lo anterior, me pareció pertinente recordar el gráfico de los márgenes de refinación registrados en esos tiempos, (Diciembre 1991-Marzo 1994) para los crudos Arabian Light y Arabia Heavy, en las refinerías de Rotterdam y el Golfo de México (EUA), realizado por mí en su oportunidad, y en el cual se pueden percibir, a ojos vista y pese a la mala calidad de la copia, las barras que muestran la prevalencia mayoritaria de los márgenes negativos:
Hoy, las circunstancias no han cambiado, y aunque las estadísticas hablan por sí solas, debo hacer algunos comentarios sobre las mismas, para evaluar la continua formulación de proyectos que el optimismo ciego sigue alimentando, sin distingo, en todos los campos de la opinión pública nacional.
El grueso de la
refinación mundial se concentra, hoy como siempre, en los países consumidores
de derivados petroleros, a niveles tales, que los tres primeros de ellos,
Estados Unidos, China y Japón, producen el 55% de la gasolina consumida en el
mundo. Si incluimos a los 5 siguientes, Rusia, India, Canadá Brasil y Alemania,
el referido porcentaje alcanza al 70%.
Esas proporciones se van
a mantener y a acentuar, por imperio de las circunstancias presentes y
previsibles en el mercado petrolero mundial.
De hecho, así lo
registraban todos los pronósticos de los principales centros generadores de los
mismos, Agencia Internacional de Energía, OPEP y la Administración de
Información Energética de los Estados Unidos, que datan todos del pasado mes de
diciembre y que no podían contemplar entonces
los efectos de la pandemia confrontada actualmente, que evidentemente serán perversos,
pero todavía no evaluables en sus reales proporciones.
Un ejemplo de las
tendencias negativas para los proyectos expansivos, previstas en diciembre por el citado OPEC WOO,
es pertinente a la discusión que nos ocupa: las perspectivas de caída, a nivel
global, de la utilización de la capacidad de las refinerías en los próximos años.
Remito a la lectura de la fuente original, porque este gráfico es apenas el resumen de un detallado análisis de las perspectivas regionales y globales de la demanda de derivados, en contraste con la capacidad instalada actual, los requerimientos futuros y los proyectos de desmantelamiento y ampliación en curso. El resultado de ese análisis es la predicción de un superávit de capacidad de refinación de más de 4 millones de barriles diarios en 2024.
A estas alturas, creo
que no puedo cargar más las tintas para enfatizar mi opinión pesimista sobre la
materia.
Pero sí debo insistir en
la referencia inicial, la urgencia nacional, in extremis, de un acuerdo
nacional que nos permita sobrevivir como país, como sociedad soberana.
La alternativa será
convertirnos en tierra de nadie, a merced de los dueños del mundo,
quienesquiera que ellos sean. Aunque en el debate actual hay quienes sostienen
que soberanía nacional es un concepto pre-moderno y desfasado, confío en que
esa no sea la opinión mayoritaria.
REFERENCIAS PERSONALES
El Poder Petrolero y la Economía
Venezolana, UCV-CDCH, Caracas 1995,
Nacionalismo Petrolero Venezolano en Cuatro Décadas, Recopilación, BCV, Colección Venezuela
y Su Petróleo, Caracas 2014.
De las Concesiones a los Contratos, Visión retrospectiva de la política
petrolera venezolana. Trabajo de Ascenso, Escuela de
Economía UCV, 1983, Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas 2011.
Crítica Petrolera Contemporánea, FACES UCV, Caracas 2000.
https://www.aporrea.org/autores/mendoza.potella
https://petroleovenezolano.blogspot.com/
CMP/23 de Agosto 2020
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