Francisco Mieres
Presentación
Carlos Mendoza Potellá
Para quien esto escribe, después de una relación profesional y personal de casi cuatro décadas, presentar al autor de este volumen de la colección “Venezuela y Su Petróleo” constituye un grave compromiso personal y político. En cumplimiento de ese cometido, comenzaremos utilizando el texto “Humanismo Integral” que, con motivo del fallecimiento de este ilustre venezolano en julio de 2008, redactáramos, el Dr. Gastón Parra Luzardo y el suscrito, para su inserción en la sección “Francisco Mieres. In memoriam”, de la Revista BCV 2-2008.
Francisco Mieres pudo haber dicho, a la manera Goethe, “nada humano me es ajeno”.
El curso vital de Francisco Mieres fue el ejercicio de una vigilia perenne por la humanidad y su entorno, por la naturaleza toda como conjunto de sistemas interdependientes, pero sobre todo, por los más débiles, por los humillados y marginados. Se mantuvo en la lucha permanente contra el subdesarrollo y la dependencia; por la soberanía de los pueblos del sur sobre sus recursos naturales; contra el colonialismo y el neocolonialismo; contra el imperialismo, el fascismo y el racismo; por el socialismo, contra el stalinismo, el pensamiento uniformado y la estupidez burocrática; por la integración latinoamericana y sur-sur, por la causa del pueblo palestino, por los sin-tierra del Brasil y los piqueteros de Argentina; por los Yanomami, los Warao, los Yukpas, los Barí, los Wayú, los Paraujanos y todas las etnias americanas en proceso de exterminio, contra la “paz blanca” de terratenientes y desarrollistas petroleros y carboníferos. Cualquier lista que se haga será incompleta para registrar el mundo de preocupaciones de este incansable combatiente.
Todas las manifestaciones auténticas del espíritu humano le merecieron atención y dedicación: desde la música coral de sus días de estudiante universitario hasta las más genuinas expresiones del arte popular venezolano, desde Benito Quiroz y Un Solo Pueblo, pasando por las cumbres de la música universal. Así mismo, y de la mano de Aquiles Nazoa, con Neruda, Cantinflas y Charles Chaplin.
Político militante y comprometido, fue siempre un iconoclasta, que vivió el desgarramiento íntimo de descubrir y combatir las perversiones del “socialismo real” y la frustrante búsqueda de un “socialismo con rostro humano”. Estimuló el desarrollo de todas las formas de organización popular alternativa, desde asociaciones de vecinos y juntas ambientales hasta el Foro Social Mundial.
Economista integral, desde sus tiempos como asistente de investigación en el Banco Central de Venezuela hasta su incorporación a la entonces recién fundada Academia Nacional de Ciencias Económicas, se inspiró en el pensamiento y la obra nacionalista de Juan Pablo Pérez Alfonzo para fundar y desarrollar el Postgrado en Economía y Administración de Hidrocarburos, centro de investigación y formación transdisciplinaria, desde donde se libraron intensas batallas por una auténtica nacionalización de la industria petrolera y en oposición a la estafa histórica de la gerencia transnacional enquistada a partir de 1976 en los puestos de comando de la empresa petrolera estatal.
De su labor como investigador y periodista queda el testimonio de varios libros, trabajos académicos inéditos, los editoriales de su última aventura periodística, la revista “Sudaca”, y centenares de artículos, publicados en cinco décadas, en diarios y revistas nacionales e internacionales.
La obra primigenia de Francisco Mieres, “El Petróleo y la Problemática Estructural Venezolana” constituye, por su acuciosidad y profundidad analítica un hito fundamental en la literatura político-económica nacional. Sin embargo, y tal como sucede con las obras de todos los autores que el BCV ha querido rescatar en esta Colección “Venezuela y su Petróleo”, sus enseñanzas han sido eludidas y combatidas con el silencio impuesto por los gestores y beneficiarios privilegiados de las políticas que permitieron la liquidación, sin justa compensación para Venezuela, del patrimonio de recursos petroleros nacionales durante todo el siglo XX.
Publicada originalmente en 1969 por el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela, en esta obra Francisco Mieres se propuso, según sus propias palabras, “poner de relieve los rasgos fundamentales de la estructura de la propiedad, de la producción y del mercado petrolero internacional en el mundo capitalista”.
Adentrarse en sus páginas, cuarenta años después, es un ejercicio de verificación de la certeza histórica de sus planteamientos. En ellas se pueden encontrar hallazgos originales, primarios, preliminares, pero esbozados con una visión de futuro que se verá dolorosamente confirmada en los años subsiguientes, sobre todo, en el período de vigencia de la “apertura” indiscriminada de la industria petrolera venezolana a la rapacidad del gran capital petrolero internacional, período que se inicia en 1976 bajo el manto encubridor de una sedicente “nacionalización” y la rectoría, ya mencionada, de una elite gerencial nativa, de mentalidad y cultura transnacional, implantada en los puestos de comando de la empresa estatal por las mismas concesionarias, meses antes de su estatización.
Uno de sus primeros señalamientos consiste, justamente, en destacar el encubrimiento, la distorsión de los rasgos fundamentales, monopolistas, del capital petrolero internacional que abunda en la literatura económica más difundida entre el público. Como ejemplo cita las tesis fundamentales de FEDECAMARAS de 1962 en las cuales se habla de la “fuerte competencia” por la que atraviesa la industria petrolera venezolana.
Somos testigos, aún en la contemporaneidad, de que esto que Mieres denominada “cantinela insoportable” sigue siendo un recurso para doblegar la voluntad de los países propietarios de los recursos petroleros para que renuncien a sus posiciones de control y disminuyan su participación soberana en los beneficios de esa industria. De hecho, estos fueron los propósitos fundamentales de las políticas inspiradas en el Consenso de Washington, con la furia de neoliberalismo e inevitabilidad de una globalización impuesta por el gran capital mundial, que nos vendieron en “paquetes” repletos de supuesta “modernidad” nuestros yuppies entrenados en las Universidades del norte desarrollado durante los años 80 y 90. Este sigue siendo el discurso de CEDICE, del IESA y de los antiguos adalides de la “apertura” de PDVSA, cuando vocean alarmando por la posición de Venezuela en los últimos lugares del ranking mundial de la “competitividad”.
Meres describe con elocuencia esta visión distorsionada, que más que eso es interesada, desde la primera nota al pie de su obra, que reproducimos a continuación:
Así, por ejemplo, en un documento que debiera reputarse como serio, puesto que se presenta como la “Tesis fundamental de los sectores empresariales sobre el desarrollo econóimico —más conocida como Carta Económica de Mérida, por haber sido aprobada en esa ciudad por la Asamblea de la Federación Venezolana de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción en 1962—, se leen afirmaciones como estas: “La industria petrolera atraviesa por una etapa de fuerte competencia” (p. 35); “la posición del petróleo venezolano frente a la competencia ha empeorado”; “tenemos que estimular a la industria petrolera para que compita agresivamente en el mercado”, “asegurando que podemos seguir compitiendo favorablemente” (p. 36); y así prosigue interminable la cantinela de la “competencia”, sugiriendo una burda y falsa imagen de la estructura de la industria petrolera en el mundo capitalista. No se hace mención ni una sola vez del concepto de monopolio, oligopolio o similares, ni del control internacional de la oferta por empresas o coaliciones de empresas, ni de las restricciones oficiales en el mercado norteamericano, ni de fijación manipulada de precios o de evasión de impuestos, fenómenos típicos de la industria petrolera capitalista que la alejan no poco de la fementida “libre competencia”.
De seguidas, el autor da cumplida respuesta a esta falacia, describiendo el funcionamiento del capitalismo monopolista, “la estructura empresarial dominante” y a la industria petrolera como una rama plenamente representativa de esa estructura.
Con profusión de referencias científicas, en donde incluye a los autores clásicos y a modernos defensores del sistema, analiza el funcionamiento del capitalismo monopolista de Estado, “en que el capital monopolista se entrelaza inextricablemente con la propiedad estatal… que se ha desarrollado en ciertos países capitalistas avanzados, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial”. Es así como abunda en la constatación que hacen múltiples analistas del propio centro capitalista sobre la evidente contradicción entre la realidad de la concertación entre monopolios y Estados de sus metrópolis y los discursos de promoción del libre mercado y la “competitividad”.
Para muestra, tomaremos unas de sus citas más esclarecedoras, valiosa además por la fecha de su emisión, 1944:
El concepto básico de la libertad de empresa es la antítesis de la cartelización del mercado. Sin embargo, con demasiada frecuencia nuestros industriales han tenido el descaro de intentar el fomento de una política favorable al cartel mediante un plausible llamado en pro de la libertad de empresa. Pretenden que la libertad de competir en el mercado abarque la posibilidad de suprimir esa competencia. Wendell Berge, Cartels, challenge to a Free World, Washington, 1944,
Partiendo de estas constataciones, nuestro autor desarrolla el centro de su exposición: la descripción del mecanismo cartelizado de funcionamiento del mercado petrolero internacional. Allí desmonta todos los mecanismos inter e intra monopolistas de segmentación del mercado y sistemas de precios que permiten drenar hacia las alforjas de las “siete hermanas”, sus filiales y asociadas la masa fundamental de los beneficios producidos por la industria petrolera a nivel global: paraísos fiscales, doble paridad de las cotizaciones, precios de realización ficticios, manipulación de fletes, imputación arbitraria de costos, etc.
A muchos podrá parecerle historia antigua, ya superada, pero si se observa con detenimiento, allí podremos encontrar la génesis de los actuales mecanismos electrónicos que brindan nueva opacidad al mercado petrolero, escondido ahora tras la multiplicación de transacciones de papel, o peor aún, de impulsos electrónicos, pero con los mismos resultados en la multiplicación y concentración de los beneficios en las principales corporaciones energéticas y sus órganos financieros asociados.
Entonces, como ahora, las argumentaciones en defensa de la competitividad y el libre mercado sirven en nuestro país para promover los intereses extranjeros y combatir las políticas nacionales reivindicadoras de la soberanía nacional. Un centro focal de tales manipulaciones lo constituyeron entonces las políticas promovidas por Juan Pablo Pérez Alfonzo. La enumeración hecha por Mieres de esos argumentos no tiene desperdicio:
“… la política intervencionista venezolana no les habría permitido reducir los precios en la medida necesaria para luchar por los mercados tradicionales del petróleo venezolano y conquistar otros, lo cual se ha añadido a los nuevos impuestos de 1958 y 1961 para reducir las utilidades netas de las empresas, y aumentar su incertidumbre respecto a las expectativas de desarrollo en el país. En tal situación, los empresarios se han visto prácticamente obligados a cerrar pozos y cancelar planes de expansión de sus actividades petroleras en Venezuela. Como factores que deterioran el clima de inversión en petróleo se citan el no otorgamiento de nuevas concesiones, los cambios diferenciales existentes hasta comienzos de 1964, la creación de la Corporación Venezolana de Petróleo y la promoción de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, así como los esfuerzos de controlar los precios a través de la Comisión Coordinadora de la Producción y el Comercio de Hidrocarburos. Como consecuencia, se sostiene que con la aplicación de una serie de medidas internas que alimenten los beneficios de las empresas, les permitan bajar los precios sin limitaciones y competir “agresivamente” en el mercado mundial, les aseguren la exclusiva de la explotación del sector de hidrocarburos en el país, tanto en producción como en comercio, les prometan la obtención de nuevos terrenos petrolíferos, les garanticen la obtención de moneda nacional más barata, les proporcionen desgravámenes fiscales por las nuevas inversiones, les permitan “reajustar” sin presiones el personal y su remuneración, retornará la prosperidad a “nuestra principal industria” y, por tanto, a toda la economía venezolana.”
Otro aspecto resaltante de la exposición de Mieres lo constituye la denuncia del papel de los organismos multilaterales, como el Banco Mundial, en la promoción del interés de las corporaciones norteamericanas e inglesas, las cuales para ese entonces no eran todavía tildadas de transnacionales. Las recomendaciones de la misión de ese Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento en Venezuela constituyen la reproducción al calco de esos intereses, pero en un tono de chantaje y amenaza característicos de aquella época de confrontación y guerra fría. Argumentos que en nuestros tiempos, siendo los mismos, se endulzan con la racionalidad macroeconómica, la modernidad y las exigencias de la globalización.
“En vista de estas dificultades, la misión considera necesario que el gobierno revise su política petrolera de modo que Venezuela pueda fortalecer su posición en el mercado petrolero mundial a través de una reducción de costos y de un aumento de la confianza en las perspectivas de la industria, tanto a corto como a largo plazo. Si los recursos petroleros venezolanos han de contribuir más efectivamente al deseable desarrollo y diversificación de la economía, tanto durante el período del plan como a largo término, entonces algún arreglo entre el gobierno y las compañías petroleras podría ser mutuamente ventajoso. Por ejemplo, la industria quizá encuentre que puede ayudar al gobierno a conseguir su objetivo inmediato de un modesto incremento en la producción, utilizando algo de la gran capacidad instalada, actualmente cerrada en Venezuela, a costos marginales que no sean sustancialmente mayores que aquellos en que se incurre en otras áreas productoras. Además, para ayudar al gobierno, puede muy bien ser que existan consideraciones de orden estratégico que podrían llevar a la industria a decidir que sus fuentes venezolanas participaran en la satisfacción de la creciente demanda mundial, particularmente en los mercados tradicionales de Venezuela. Por otro lado, en ausencia de alguna acción gubernamental para contribuir a reforzar la posición competitiva del petróleo venezolano, el uso de la capacidad actualmente cerrada colocaría a la industria posteriormente en una posición más desfavorable de lo que de otro modo sería el caso. En consecuencia, parecería razonable esperar que el gobierno estimulara una tal acción por parte de las compañías productoras, con medidas destinadas a reforzar la posición competitiva de la industria, incentivando una expansión de las actividades y, por ende, elevando el nivel de confianza.”
La falacia de esta argumentación es desmontada por Mieres con una extensa y documentada investigación, cuyos resultados podemos resumir arbitrariamente en una sola de sus frases: “...pese a la modificación impositiva de 1961, las empresas declararon en 1963 beneficios equivalentes al diecinueve por ciento del capital invertido, sin contar la traslación subrepticia al exterior”. Remata la faena al señalar que ese porcentaje equivale al doble del rendimiento obtenido en ese mismo año por el cartel petrolero internacional en su conjunto. Varios años después el propio Mieres y otros investigadores universitarios denunciaban que esa tasa de la ganancia equivalía casi a 37% del capital invertido. Es decir, que las concesionarias recuperaban toda su inversión en menos de tres años.
En un escenario petrolero lleno de meandros de ocultamiento, con el control total de la información que le prodigaban las agencias internacionales de noticias y la prensa nacional complaciente, la capacidad de penetración en los intersticios de lo que el autor denomina “mecanismos de pensamiento de la burguesía monopolista” era una cualidad indispensable para acertar en el diagnóstico de aquella realidad. De ello hace gala Mieres al exponer su suspicacia sobre los verdaderos motivos de las empresas internacionales de hidrocarburos, cuando después de quejarse en ácidos tonos sobre el exceso de capacidad instalada, “se empeñen tan afanosamente en obtener... más exceso de capacidad a través de nuevas concesiones petrolíferas en Venezuela, así como en el mar del Norte o en las costas de Alaska.”
La respuesta la encuentra el autor en el propio informe del BIRF que ha citado generosamente:
“Tal política confiere seguridad a la industria de conjunto; también la capacita para un regateo más efectivo con los gobiernos locales y otorga buen grado de independencia en la eventualidad de acontecimientos desfavorables en una cualquiera de las áreas productivas.”
En otras palabras, un nuevo otorgamiento de concesiones era, evidentemente, amolar un cuchillo para el propio pescuezo nacional, tal como lo preveía Pérez Alfonzo.
Más adelante en el texto, se reproducen las argumentaciones del Banco Mundial respecto a la OPEP, en donde de recomienda a los países miembros de esa organización que negocien con las corporaciones petroleras concesionarias para que los precios vuelvan a los niveles anteriores a 1960. ¡La misma cantinela!, que diría Mieres.
Pero lo que hace trascendentes a estos documentos e informes de sectores empresariales y organismos multilaterales es, tal como Mieres denuncia con lujo de detalles, la forma como ellos incidieron decisivamente en las inconsecuencias de la política petrolera del gobierno de Rómulo Betancourt.
En efecto, después de haber asumido inicialmente como centro de esa política al “pentágono de acción” de su Ministro de Minas e Hidrocarburos, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Betancourt desmonta luego, con sus “Medidas Económicas de Urgencia”, cada uno de esos principios, a tenor de las exigencias del BIRF y FEDECAMARAS y, sobre todo, cediendo a las presiones chantajistas de la Embajada de los Estados Unidos en Caracas, que ya para entonces promovía la “Alianza para el Progreso” para contener la insurgencia popular en América Latina. Por cierto, y tal como refiere Mieres, estas presiones fueron denunciadas y documentadas, no precisamente por casualidad, por Ernesto “Ché” Guevara en la famosa Conferencia Interamericana de Punta del Este donde fue constituida esa “Alianza” preservadora del status quo, de la “pax americana”, de la dependencia y el atraso social y material de nuestros países.
Es así, entonces, como ese Presidente venezolano garantiza el enanismo permanente de la CVP y la convierte en vehículo para el otorgamiento de concesiones disfrazadas, congela el crecimiento de la participación fiscal, desestimula el funcionamiento de la OPEP y anula a la Comisión Coordinadora de la Conservación y el Comercio de los Hidrocarburos, garante de la “justa participación”, muerta al nacer..
Es necesario señalar que el corazón de la obra de Mieres, lo que da razón de ser a su título, es precisamente, el análisis de la incidencia de los ingresos petroleros en los problemas estructurales de la economía y la sociedad venezolana. La exposición de esas circunstancias aparece a través de todas sus páginas, pero sobre todo en los diez últimos capítulos.
En ellos hay una descripción detallada de la industria petrolera concesionaria, de las magnitudes de sus operaciones y los ingresos que deriva de ellas y, consecuentemente, de la relación contradictoria de esas corporaciones con el Estado venezolano.
Nuevamente encontramos allí aportes de pionero, básicos para la comprensión de la incidencia del petróleo en la vida venezolana. Esos hallazgos iniciales van a ser luego desarrollados por él mismo en el transcurso de si incansable curso vital. Sus observaciones no se quedaron entonces en el simple análisis de la variables cuantitativas referidas, del ingreso petrolero, los costos, la participación fiscal, las remuneraciones de los factores de la producción, el consumo y la inversión, la evolución de la formación bruta de capital, de las importaciones o la significación presupuestaria de ese ingreso, sino que, partiendo de esa variables, ahondará luego en la deformación estructural de la economía venezolana, la crisis de los sectores económicos tradicionales y el surgimiento de una economía parasitaria de la renta petrolera, intrínsecamente incapaz de generar fuerzas autónomas para un desarrollo sostenido.
“…la recuperación económica actual no ha traído consigo ninguna modificación fundamental ni en el monto ni en la composición de las inversiones nacionales. Al contrario, ha de señalarse con inquietud el nivel persistentemente bajo de las mismas, la falta de ímpetu propio de la inversión privada nacional y la recurrencia de la pauta “carreteras y viviendas” —o sea, bajísima productividad y economías externas tendientes a cero en nuestro país hace ya ocho años— en la inversión pública. Parece evidente, en fin, que a menos que se verificara en este aspecto una transformación radical, es difícil concebir cómo habrían de lograrse por esta vía las metas que la economía nacional tiene planteadas.”
En definitiva, esta obra, que el Banco Central de Venezuela está rescatando del olvido injustificado, constituye una parte del legado invalorable de un hombre que luchó toda su vida por el rescate de la soberanía nacional sobre sus recursos naturales y, con acendrada pasión, por la reivindicación los derechos de las mayorías nacionales excluidas del disfrute de ese patrimonio colectivo y de la gestión de su propio destino.
CMP Agosto 2009
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