Apuntes de política petrolera venezolana
(I y II)
Carlos Mendoza Pottellá
Debo
comenzar estos “Apuntes..” agradeciendo al Dr. Mazhar Al Shereidah por
ofrecerme una ventana en este portal, Petroanalysis, para ventilar mis
reflexiones en materia de política y economía petrolera.
Ya entrando en el tema, aprovecho para
reiterar la prédica que por años y de manera angustiosa hemos sostenido muchos colegas y que Petroanalysis ha
venido cumpliendo de manera destacada:
La primera tarea de un investigador social
venezolano en materia de política
petrolera es el combate a la ignorancia generalizada, sostenida y promovida
históricamente por los sectores internos e internacionales que se han apropiado
privilegiadamente de la riqueza generada por la explotación de los
hidrocarburos nacionales.
Para ello es preciso masificar la información
sobre el tema para que sea realmente democrática la toma de decisiones y poder combatir todos los mitos y falacias
imperantes que se han instalado en la mente de los venezolanos como verdades
irrefutables.
Justamente,
uno de esos mitos, al que pretendo referirme en estos primeros “Apuntes” es el
de que somos una potencia petrolera y que nuestro destino será siempre ese,
extractor de un material precioso y generador de una inmensa y eterna renta.
Al
respecto, es indispensable el estudio de la estructura y relaciones de la
industria petrolera mundial, su génesis histórica y sus perspectivas presentes
y futuras. La posición de nuestro país en esa historia y en el desenvolvimiento
futuro de una industria condenada a minimizarse en el largo plazo, por los
cambios tecnológicos en curso universalmente y por su propio papel en la
generación de gases responsables del efecto invernadero.
Las
política de producción y desarrollo de la industria petrolera venezolana tiene
que formularse dentro de un panorama global en donde se enfrentan los intereses
de muchos centros de poder y en especial el del capital financiero
internacional, máxima expresión del capitalismo contemporáneo y determinante de
los nuevos rumbos del desarrollo industrial, que exprimirán, mientras sea
posible, los yacimientos petroleros más eficaces.
Precisamente,
los yacimientos petroleros venezolanos no se encuentran entre ellos. Las
perspectivas, a mediano plazo, son de un difícil estancamiento de los niveles
de producción y una tendencia indetenible a su disminución, tanto por la
declinación de los campos convencionales que ubicaron al país como fuente
principal de petróleo a nivel global desde 1925 hasta nuestros días, como por
la inviabilidad en el mediano plazo, en términos de precios y costos, de un
relevo garantizado por la expansión de
los campos de la Faja de Orinoco.
Aunque
esta pueda ser una visión pesimista, si se consideran los delirios
extractivistas, tales son los retos que debe enfrentar una política económica
que pretenda construir un país realmente productivo, creador de valor y no
beneficiario o parasitario de una renta producto de la fertilidad petrolera del
suelo venezolano.
En
definitiva, no se trata de una simple política petrolera, de expansión a todo
trapo de la producción, independientemente de las restricciones que imponen los
mercados, entre las cuales la principal es la de renuncia a nuestra soberanía
sobre los recursos minerales del país, sino, precisamente de cómo afrontar las
realidades contemporáneas en esta materia y, sobre todo, cómo construir las
bases de una Venezuela post-petrolera y no extractivista.
En ese camino, es urgente deslastrar a la propia
planificación petrolera de la mitología expansiva y centrarla en proyectos
viables y rentables en el corto y mediano plazo, que se constituyan en los
puentes indispensables hacia una economía más diversificada.
Concluyo, por ahora, con una pequeña muestra, dentro del
conjunto de proyectos y aspectos específicos que, a mi manera de ver, debe encarar nuestra
industria petrolera:
Es vital la consideración como prioridad nacional el desarrollo de los yacimientos de gas natural, asociado y no asociado. Su extracción es urgente, paradójicamente, para ayudar a la producción petrolera en los envejecidos campos convencionales, enfrentados ya a su fase de declinación y que plantean requerimientos de estímulo energético para extender su vida productiva.
En general, el destino prioritario del gas natural deberá ser el mercado interno, para los proyectos de gasificación directa de los hogares, para la alimentación plantas de generación eléctrica que todavía consumen costosos hidrocarburos líquidos, sustitución de gasolina en vehículos y, desde luego para usos petroquímicos. En segundo lugar, para el suministro hacia nuestro entorno caribeño.
Es importante lo que se ha hecho, hasta ahora y a un altísimo costo, en la Faja Petrolífera del Orinoco, pero en las condiciones actuales son inviables nuevos proyectos de “mejoramiento” en los bloques asignados, cuya actividad ha quedado estancada sine die en la “producción temprana”.
Mientras tanto y desde ya, es primordial mantener e incrementar la producción de crudos livianos y medianos en las regiones tradicionales, entre otras cosas, para hacer comercializable, vía mezclas, a la mencionada “producción temprana” extrapesada, que hoy obtiene sus diluentes de la importación, lo cual, como es obvio, reduce significativamente su rendimiento económico.
Esta historia continuará..
CMP/30 de agosto de 2018
(II)
La intención didáctica, como la expresada en la primera entrega de estos apuntes, siempre se confronta con la urgencia de tratar temas de actualidad. Ese es hoy, nuevamente, el caso.
Desde hace mucho tiempo, el que tenemos en estos menesteres, hemos combatido las tendencias liberales, privatizadoras, envueltas en paquetes que promueven el reparto inmediato de los recursos de hidrocarburos nacionales entre sus propietarios, los ciudadanos que viven actualmente en el territorio nacional, sin ninguna noción de solidaridad transgeneracional. “El que venga atrás que arree” decía Pérez Alfonzo.
La irracionalidad y el egoísmo implícito en esas propuestas permitían respuestas relativamente “cómodas” desde el punto de vista de los defensores de la Nación, entendida como concepto eterno. A ello nos referimos en nuestro artículo de junio de 2017, “Pescadores en río revuelto”. Reproducido luego en el Portal Aporrea.
(https://www.aporrea.org/energia/a255058.html)
Hoy, las circunstancias allí descritas de caída de la producción y desvanecimiento de los ilusorios planes de expansión de la misma, se han agravado, determinando las búsquedas oficiales de salidas de emergencia, desesperadas, en abierto retroceso en posiciones hasta hace muy poco irreductibles.
Tal es el panorama que se avizora con las recientes rondas de negociación de “contratos de servicios”, las nuevas condiciones de renovación y ampliación del financiamiento a empresas chinas y proyectos petroleros y mineros donde participen empresas chinas y los anuncios de modificaciones constitucionales favorables a una renovada inversión extranjera.
La magnitud de las circunstancias críticas puede estimarse si revisamos los indicadores de ese curso declinante y los contrastamos con las metas de la “planificación” 2002-2019 que pretendía llevar la producción hasta 6 millones de barriles diarios al final de ese lapso:
(Resumen de escenarios PDVSA 2002-2019)
Esta planificación se fundamentó, desde sus inicios en una percepción super optimista de la evolución de los precios del petróleo, considerando que los mismos habían alcanzado un “piso” de 100 dólares, equivalentes al costo marginal de la oferta futura de las lutitas, aguas profundas y arenas bituminosas, fuentes sustitutas de las reservas convencionales del Medio Oriente y África, en proceso de agotamiento a mediano plazo y largo plazo.
Además, se estimaba una inédita capacidad de “captura” del crudo venezolano que, por ejemplo, entre 2010 y 2015 aumentaría su participación en la oferta global de 3,37% a 4,68% al aumentar su producción de 2,90 millones de barriles diarios en 2010 a 4,46 MMBD en el 2015, aportando la Faja del Orinoco el 70 por ciento de ese crecimiento.
En otras palabras, mientras se estimaba que la demanda global crecería en ese lapso en un 10,93%, la producción venezolana lo haría en un 53%. (Cifras AIE y Plan PDVSA 2010-2015)
La dura realidad es que la producción petrolera venezolana ha caído desde 3,4 millones de barriles diarios en 2008 a menos de 1,4 mmbd en agosto de 2018.
Los síntomas de esa caída se sintieron consistentemente en todos estos años, en todos los índices de actividad de la industria, como lo muestra la siguiente tabla:
OPEC Annual Statistical Bulletin 2017
Cifras que son el resultado de la caída de los taladros en operación, que pasaron de un promedio de 71 en el 2011 a 35 en lo que va del 2018, con su mínimo de 26 el pasado mes de agosto, tal como lo registra la última cuenta global de la empresa Baker Hughes.
Pero nada de esto ha conducido a reevaluar las metas y las condiciones que determinan la evolución de costos, precios, nuevas tecnologías e incorporación de reservas inusitadas en los Estados Unidos, amén de los movimientos geopolíticos de la “seguridad energética”.
Por el contrario, en un ejercicio de ceguera extrema, o de una desvergonzada voluntad de mentir, todavía se siguen hablando de los 6 millones de barriles diarios para el 2019.
Presumiendo una inocente inconsciencia, cabría preguntar ¿De dónde saldrán recursos que la propia PDVSA estimó en más trescientos mil millones dólares de desembolso total en 5 años para alcanzar esa meta?
Todo parece indicar que la obvia respuesta a esta pregunta está obligando a enfoques menos optimistas y también, menos verticales a la hora de la negociación con los inevitables socios extranjeros.
Mientras tanto, los pronósticos dramáticos se multiplican, acentuando los niveles de angustia y propensión a la toma de decisiones desesperadas.
“Venezuela, que bombeó 1,22 millones de barriles diarios en Agosto, de acuerdo con el último registro de Platts sobre la producción de la OPEP, podría ver su producción caer hasta 1 millón de bd en 2019, pronostica Platts Analytics.”
cmp / 19 de septiembre, 2018.
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