martes, 1 de septiembre de 2020

Historia petrolera "a la carta"



 

Política petrolera venezolana

En cinco décadas


Carlos Mendoza Pottellá

Septiembre 2020

Originalmente había titulado estas notas, que pretendían ser volanderas, apelando a una rima de Gustavo Adolfo Bécquer: “¿Volverán las oscuras golondrinas petroleras?” Y me respondía: Todo parece indicar que sí, según las insistentes propuestas privatizadoras, que con todo su poder de fuego mediático y político están impulsando el desmantelamiento de la actual estructura legal y constitucional de la industria petrolera venezolana.  

Pero la magnitud del asunto planteado me obligó a revisar los términos de un debate en el cual he participado desde los años 70 del siglo pasado, para revivir aquí algunas de esas incidencias.

Es legítimo que, en las circunstancias trágicas como las venezolanas actuales, cada sector de opinión  pública, partido, gremio o asociación privada, elabore sus diagnósticos y proponga   la salida que a su parecer sea la más factible, menos dolorosa y conveniente para el  país o que se amolde a sus preferencias político-ideológicas y a sus intereses, colectivos o  particulares.

En ejercicio de ese derecho, debo decir que en este diferendo político está en juego, nada más y nada menos que el destino de este país como Nación soberana. Esa es, para mí, la entidad de lo que se dirime. Un asunto que tiene que ser asumido con conciencia de su gravedad y sometido un detallado escrutinio público sobre la pertinencia colectiva, social y, una vez más, nacional, de las opciones planteadas.

Lamentablemente, en el debate político actual, más allá de las propuestas inmediatas de los grupos en pugna por el control político del país, nos encontramos, de repente, debatiendo con insólita ligereza sobre la pertinencia de que un Estado tenga injerencia en el destino de los recursos naturales de la Nación.

De hecho, esa discusión es asumida por algunos proponentes modernos, con un desconocimiento, real o pretendido, de la historia universal después de la comunidad primitiva, la cual no es otra que la historia de los Estados-Nación, de sus orígenes sangrientos, guerras, conquistas, colonizaciones y destrucciones de unos para que otros prevalezcan, desde asirios, babilónicos, faraónicos, chinos, tártaros, mongoles, persas,  griegos, romanos, aztecas, incas y mayas, para sólo citar a los más conocidos de los antiguos, hasta los Estados feudales absolutistas europeos y asiáticos como el otomano y los modernos Estados liberales, monarquías constitucionales, reinos despóticos, socialdemócratas. comunistas, clericales o fascistas.

En medio de esa historia universal y en un mundo como el actual, donde los mayores de esos Estados se están disputando el control del globo desde los comienzos del Siglo XX y hoy definen sus fronteras, zonas de influencia, “patios traseros” continentales y derechos mineros en la Luna, en Venezuela prosperan discursos demonizadores de nuestro Estado: “Estado Omnipotente”, “Petroestado”, etc.

Lo más paradójico es que esa discusión se produce en un país con una cruenta historia de luchas por la soberanía e independencia como república, como Nación independiente, propietaria de sus minas desde hace 190 años.

Con un discurso que desconoce esa tradición y su evolución a través de todos los instrumentos constitucionales de los cuales se ha dotado, para pretender que el Estado no es la representación jurídica de  la Nación y que los propietarios de sus recursos de hidrocarburos son “sus ciudadanos”.

Vale decir, en nuestro caso, un porcentaje de los venezolanos vivos y ninguno de los que han de nacer en los años y siglos por venir, precisamente aquéllos que hacen eterna a la Nación.

Para ello se utiliza una socorrida confusión entre los conceptos de Estado y Gobierno, atribuyendo a esta instancia temporal los atributos del Estado perenne.

Como muestra de que se trata de un problema de larga data, transcribo mis reflexiones de hace 25 años sobre este asunto, salvando la distancia y las circunstancias particulares:

“La consideración fundamental que hay que hacer sobre el tema es que se trata de un problema político, de un problema de relaciones de poder, en el cual una peculiar agrupación, integrada por factores privados nacionales y extranjeros vinculados al negocio petrolero y cúpulas gerenciales de la empresa pública, ha logrado imponer como verdades indiscutidas un conjunto de postulados que mezclan realidades objetivas con una carga considerable de falacia.

Dichas afirmaciones forman parte de un programa definido que tiene como norte la expansión constante del negocio petrolero –independientemente de la pertinencia macroeconómica y el rendimiento fiscal de esa expansión- y la creciente privatización de las actividades en esa industria en particular.”

 [Mendoza P. De la participación estatal en el negocio petrolero,  Noviembre 1995, Inserto en Mendoza P. 2010, Nacionalismo Petrolero Venezolano en Cuatro Décadas, BCV, Colección Venezuela y su Petróleo, pág.273.]

https://www.academia.edu/41805065/Nacionalismo_petrolero_en_4_d%C3%A9cadas

También de esa época datan los argumentos generados por la gerencia petrolera aperturista, los cuales son esgrimidos ahora  como palabras sagradas para justificar sus “novedosas” propuesta:

“Al no resolver las diferencias entre Estado y Nación, le dejará al Estado la propiedad de los yacimientos petroleros cuando estos deberían ser propiedad de la Nación. Es decir de todos nosotros. El Estado es su ente regulador más no su dueño.

Mientras no entendamos que el Estado es parte de nosotros, pero no es todos nosotros, y que todos nosotros somos la Nación, seguiremos leyendo declaraciones como las de la UCV en relación con la apertura petrolera, en la cual se sugiere que todo lo que reste propiedad al Estado sobre la industria petrolera es “desnacionalizador”, así esa propiedad o parte de ella pase a manos venezolanas.”

[Alberto Quirós Corradi, El Universal, 14/9/1995- pág. 2-2] Subrayado mío, 2020]

Cinco días antes, Andrés Sosa Pietri se preguntaba:

¿Cómo invertir la inmensa fortuna que recibirá Venezuela si privatizamos a PDVSA? [El Universal, 9/9/1995, p. 2-2]

Mi comentario, en el mismo texto donde reproduje esas declaraciones fue:

“Planteadas las cosas en estos términos hipotéticos, también podríamos preguntarnos por la magnitud de la fortuna que recibiría la Nación venezolana –y sobre todo sus fuerzas “vivas”- por la venta del estado Zulia o ese deshabitado e improductivo estado Amazonas.”

 [Mendoza P., 1996, Apertura Petrolera Apertura petrolera: Nombre de estreno para un viejo proyecto antinacional, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones FACES-UCV, N° 2-3, págs. 225-254] -  Reproducido en Mendoza P. 2014, Nacionalismo  págs. 279-307. https://www.academia.edu/41805065/Nacionalismo_petrolero_en_4_d%C3%A9cadas

Como ya dije, pero repito, los citados personajes pretendieron  olvidar que patrimonio público significa propiedad colectiva y, en el caso de las minas e hidrocarburos, dada su magnitud, propiedad transgeneracional, eterna.

La privatización es una expropiación de la Nación presente y futura en beneficio de unos pocos,  aquél mínimo porcentaje de sus ciudadanos que tienen posibilidades económicas para participar del festín, y peor aún, que la lógica del mercado conducirá a la concentración de ese patrimonio en manos corporativas transnacionales.

En nuestros días, en lo que debería ser una legítima lucha política de oposición a un gobierno sustentado en una ideología política que no se comparte, al cual se le puede juzgar y condenar por corrupto, tiránico, ineficiente y fallido, justificando con ello que se  promueva su sustitución legal, algunos herederos de aquellas concepciones cruzan la línea para poner en juego, de manera irresponsable,  el patrimonio Nacional.

Peor aún, se pone ese patrimonio en la mesa de negociación con el Estado más poderoso de la Tierra, el cual ha ejercido y mantenido permanentes pretensiones geoestratégicas de control sobre los recursos de este rincón de su patio trasero, pretensiones, por cierto, mencionadas recientemente en su debate electoral: “Venezuela es parte de los Estados Unidos”. 

En todos los Estados que poseen petróleo en el mundo, aún en aquéllos anglosajones donde priva el principio de la accesión minera que otorga la propiedad  de las minas al propietario privado del suelo, la industria petrolera que esos ciudadanos erigen sobre el mismo está controlada por el Estado y sujeta a las prioridades estratégicas de éste, a una pesada carga fiscal y a un control directo de sus operaciones.

En tiempo presente, no se necesita más muestra que la intervención del Presidente de los Estados Unidos durante la más reciente crisis de los precios petroleros, en febrero-marzo pasados, imponiendo limitaciones a los productores petroleros privados  y negociando límites de producción con los países de la OPEP Plus y hasta presionando a un reticente México para que accediera a los recortes asignados. 

Sobre las propuestas de desmontaje de lo que un  sector de la opinión ha dado en llamar “petroestado” y los proyectos que cursan en instancias legislativas y centros académicos promotores del neoliberalismo más radical, he escrito recientemente varios artículos.

Impúdicamente, a fuer de haberme declarado en campaña personal contra estos desaguisados, transcribo una vez más los links en los cuales pueden encontrarse trabajos tales como

“Proyecto de Ley Orgánica para regularizar el comercio de esclavos en Venezuela”, “Agencia para el Despojo del patrimonio público”, “Agencia Venezolana de Hidrocarburos marca A.C.M.E”, “Soberanía, Delenda Est”,  “Cambalache Petrolero: La nueva apertura de PDVSA Ad Hoc”, “El Cuervo, El Pozo y el petróleo”, “La oportunidad la pintan calva… para la rebatiña petrolera”, “Vuelan los rebullones…  sobre el petróleo venezolano”, “Aquelarre privatizador de PDVSA Ad Hoc”, y otros:

https://www.aporrea.org/autores/mendoza.potella

https://petroleovenezolano.blogspot.com

Insistiendo en ese empeño, en esta oportunidad pretendo enfocarme en otros aspectos del problema, en particular, en la interpretación de la historia petrolera venezolana al gusto de ciertos consumidores.

Esto, sin mencionar muestras de ignorancia e irrespeto supino, como la del Presidente de la “Junta Directiva ad hoc de PDVSA”, Luis A. Pacheco, Ph.D., quien reduce esa historia a la pervivencia de ocho mitos sostenidos por Pero Grullo, Tarzán de los monos y Corín Tellado: “Venezuela’s Oil Mythologies Have Hindered Its Development”,  [https://www.bakerinstitute.org/files/12818/]  

A ese profundo estudio universitario me referí en mi “Cambalache Petrolero”. https://www.aporrea.org/energia/a287932.html

Para algunos escudriñadores del pasado, la oportunidad trágica que vivimos es propicia para sostener, a la manera de Jorge Manrique, que todo tiempo pasado fue mejor.

¡Pero cuidado! No cualquier tiempo pasado, sino precisamente aquél que suponen más conveniente para fundamentar sus argumentos y al cual adoban a su manera con tonos heroicos, omitiendo grises y oscuridades, y presentándolo lleno de bondades, para contrastar con el desastroso presente.  

Tal es el producto de comparaciones trucadas con épocas pasadas omitiendo los contextos prevalecientes en cada oportunidad. Este es el caso de nuestra historia petrolera.

Una historia contada anacrónicamente, a la manera de “Los Picapiedras”, trogloditas antediluvianos que manejaban “rocomóviles” y en sus hogares middle class se disfrutaba de la “rocovisión”.

Es el caso de los relatores de esta historia revisada “de la industria petrolera en Venezuela”, a la cual conciben como un ente con principios y valores perennes, independientes de cada contexto histórico,  idealizan el papel que ese ectoplasma desempeñó en todas las etapas que transcurren entre 1914 y 1998, en su lucha contra el “estatismo”, una peculiar enfermedad tropical de la cual sufrimos los venezolanos.

En un trabajo de octubre de 1997 me referí a ese síndrome:

“A lo largo de toda la historia de la industria petrolera venezolana, incluso antes de la nacionalización,  nunca ha faltado un capítulo dedicado a la educación”. (Subrayado nuestro)

 Es decir, que para la Gerencia Corporativa de Asuntos Públicos de PDVSA, “la industria petrolera” sigue siendo la misma, desde 1917 para acá, y que el “Petróleo en Gotas” de Maraven  tiene los mismos propósitos del “Petróleo en Pocas Palabras” de la Shell, que en 1960 trataba de convencer a los venezolanos de la peligrosidad de la competencia del petróleo árabe y de la inconveniencia de asociarse con esos milenarios negociantes que se aprovecharían de nuestra ingenuidad.

[Mendoza P.Privatizadores a la ofensiva... y con todos los hierros”, en  Crítica Petrolera Contemporánea, FACES-UCV, Caracas 2000. págs. 80-83]

Veamos una lectura, con sesgo malicioso, de ese trayecto.

En ese lapso “la industria” logró vencer, en cada momento, las acechanzas del estatismo, y se dio maña para preservar y maximizar la inmensa tajada de la renta petrolera que extraían en Venezuela para sus respectivas casas matrices.

Así lo expone abiertamente el principal teórico de esta visión, quien también es la fuente de la mención anterior:

“Se pueden distinguir tres etapas en el desarrollo de la industria petrolera venezolana: la primera culmina con la nacionalización a mediados de los setenta, la segunda corresponde a la consolidación de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), y la tercera es la etapa actual, de reapertura del sector a la inversión privada”.

“Entre 1920 y 1938 se aprobaron siete leyes de hidrocarburos. Cada una representaba un avance en la posición rentista del Estado.”

 “La presión tributaria, la limitación de las concesiones y el hostigamiento constante en las operaciones, desestimuló la inversión petrolera a lo largo de los sesenta...”

“Después de sesenta años de operaciones, la industria petrolera era tan nacional como cualquier otra. La gerencia, el personal técnico, los obreros, eran esencialmente venezolanos”

“La segunda muestra de adopción de una política de orientación productora fue la eliminación, en 1993, del Valor Fiscal de Exportación...”

 [Ramón Espinasa en su trabajo “El Negocio Petrolero” en Debates IESA N°2 – Citado por Mendoza P. 2000, Loc. Cit.]

Así pues, “la industria” derrotó las incipientes pretensiones reivindicativas del interés estatal de Gumersindo Torres en 1920-1930 y de Néstor Pérez Luzardo en 1936. Luego,  y a pesar de haber sido obligada por el Departamento de Estado norteamericano a concertar un convenio con Isaías Medina Angarita en 1943,  se dio maña para encontrar mecanismos amortiguadores de los dañosos mecanismos estatistas que ya se asomaban.

En Noviembre de 1948, “la industria” derrotó por nocaut las pretensiones perezalfonzianas de ejercer la soberanía nacional ¿?,  sobre la regalía petrolera, cobrada en especie para cambiarla por carne argentina. Insolencia que se puede medir por el hecho de que se trataba del 16,6% del valor de la producción del mayor exportador petrolero del mundo… y para negociarlo fuera de los canales corporativos con otros paisitos.

Desde entonces, “la industria” vivió diez años de paz y cosecha fructífera de dividendos, en tiempos de Pérez Jiménez, cuando obtuvo nuevas concesiones en áreas probadas y nadie se acordó de estar vigilando puntillosamente las relaciones entre utilidad neta empresarial y participación fiscal.

En el transcurso de cuatro décadas, 1920-1960, “Venezuela se convirtió  en el mayor exportador mundial de petróleo”, comprendiendo que en ese entrecomillado la referencia al país es apenas un pudoroso velo para no decir Creole, Shell, Mobil, Gulf Oil, Texaco, Phillips, Standard de California y otras eficientísimas filiales corporativas.

En efecto, partiendo de menos de 20 mil barriles diarios en los años 20, “la industria” llegó a extraer de Venezuela 3 millones 700 mil barriles diarios, en 1970.

Pero no todo lo bueno dura para siempre…

Como dije, en tiempos de Pérez Jiménez “la industria” disfrutó la gloria… hasta llegar al funesto año de 1960, (según lo evalúa Espinasa en el párrafo citado)  cuando comenzó a sufrir los primeros embates reales del estatismo:

El mismo proponente de la percepción de regalías en especie, sin haber cogido escarmiento con la lección de 1948, se atrevió a inventar una satánica Corporación Venezolana del Petróleo, de propiedad… ¡válgame Dios!... estatal y, además, logró el establecimiento por vía constitucional de un principio según el cual no se otorgarían nuevas concesiones a “la industria” al vencimiento de las entonces vigentes.

Años más tarde, “la industria”, ya en su etapa “nacionalizada”, evaluó la política de “no más concesiones como una agresión a “la actividad productiva petrolera”:

…y ya en la era democrática, se desataron fuerzas nacionalistas en contra de la actividad productiva petrolera. En lo institucional, esto se sintetizó en la política de “no más concesiones” --- La presión a partir de 1958 en contra del capital provoca un proceso de desinversión neta…“ [PDVSA. Guías Corporativas 1993-1998. Visión a Largo Plazo, pág. 6]

Respecto a aquella sulfurosa Corporación, “la industria” logró en su momento torcerle el brazo a gobiernos bastante asustadizos en materia de sus relaciones con las casas matrices y sus Estados metropolitanos, logrando que ese engendro se mantuviera prácticamente nonato, reducida a una mínima capacidad de producción, dos mini barquitos, una oficinita de comercio en New York y una mini refinería, que no hacían mella en el control de “la industria” sobre el petróleo venezolano.

Pero, simultáneamente, se produjo otro evento estatista, esta vez de proporciones internacionales: el mismo genio del mal que ideó a la fulana “CVP”, propuso la constitución de un “compacto petrolero” para concertar las voluntades de  un puñado de paisitos para la defensa de los precios de sus crudos, base de cálculo de sus respectivas participaciones fiscales, países en los cuales “la industria” extraía más del 60% del petróleo producido en el mundo.

Pero, como siempre hay un Dios que protege a los buenos, ese organismo, pomposamente autodenominado “OPEP” no logró funcionar, más allá de mudarse de Ginebra para Viena y organizar Secretariados y departamentos de estudios, sin tener incidencia efectiva en los precios de realización, los cuales siguieron siendo dictados unilateralmente por “la industria” hasta 1971.

En esta nueva década sucedieron eventos que obligaron a “la industria” a remozarse: las guerras entre árabes e israelíes, el embargo petrolero anunciado por aquéllos contra quienes apoyaron a su contrincante, la cuadruplicación de los precios del petróleo y un sinfín de novedades suficientemente documentadas desde entonces, hicieron aparecer el fantasma de la “seguridad energética de Occidente” y la necesidad de planificar un suministro garantizado a largo plazo..

Entendiendo los peligros que en ese entonces, tiempos de aguda  Guerra Fría, comportaban para “la industria” y “Occidente” en general, los brotes de un nacionalismo radical, el cual ya despuntaba en Libia y Argelia, los peligrosos proyectos como el de la República Árabe Unida de Nasser, más la presencia amenazante de la Unión Soviética en las cercanías de sus yacimientos en el Medio Oriente, “la industria” ideó un plan para desmontar esos riesgos del extremismo.

Textualmente, según sus principales ideólogos, usar la política del palo y la zanahoria: impulsar una “nacionalización” diseñada por ella misma. Una retirada táctica al estilo judoka que le permitiría a “Occidente” ganar la estratégica guerra del petróleo.

La ejecución de ese plan comenzó en octubre de 1972, con el Acuerdo General de Participación, mediante el cual los países productores del Golfo Pérsico se hicieron propietarios del 25% de los activos de las industrias que extraían el petróleo en sus respectivos territorios.

Su justificación fue expuesta por los voceros y geo estrategas de “la industria”, en particular James Akins, Zar energético de Richard Nixon [The Oil Crisis: This Time the Wolf is Here”, J. E. Akins; 1973; Foreign Affairs] y Gerard M. Brannon de la Fundación Ford,  [“Políticas respecto a la OPEP” ,1974] quienes teorizaban sobre la conveniencia de que los Estados productores controlaran las fases primarias del negocio, teniendo en cuenta que las mismas  seguirían atadas a las redes de la "industria global”, que la tecnología y los técnicos que utilizarían estas empresas “estatizadas” seguirían siendo los mismos y, como broche de oro, que no tendrían otra alternativa sino operar con los medios y canales de comercialización de las casa matrices corporativas.

Ya en ese tiempo, Akins se refería a las  propuestas hechas a Venezuela para comenzar la explotación conjunta de la Faja del Orinoco, las cuales se estaban discutiendo con el gobierno venezolano desde 1971.

El suscrito comentó estas incidencias de la siguiente manera:

El Acuerdo General de Participación, limitado a las operaciones de exploración y producción, constituyó el primer gran ensayo de una fórmula substitutiva del régimen concesionario. En él están prefiguradas todas las características que van a ser plasmadas con virtuosismo en la nacionalización petrolera venezolana y que garantizarían el mantenimiento de la relación dependiente que estamos analizando.  (Mendoza P., 1983.  De las Concesiones a los Contratos, / Ed. El Perro y la Rana 2011, pág. 107.),

De tal suerte, en septiembre de 1973, el Presidente de la mayor filial venezolana de “la industria”, planteaba la conveniencia de esa salida: Robert N. Dolph, Presidente de la Creole Petroleum Corporation declaraba, repitiendo los mismos argumentos de Akins, sostenía de manera insólita, que…

“…es al pueblo y al gobierno  de Venezuela a quienes corresponde decidir en ejercicio de su soberanía, el papel que jugarán las corporaciones en Venezuela. A la luz de lo que ocurre en el mundo,  … mucho antes de 1983.”

(22 de septiembre de 1973. Once meses antes, en octubre de 1972 se habían producido declaraciones similares de J.J. De Liefde, Presidente para entones de la Compañía Shell de Venezuela)

 [Mendoza P. Loc. Cit. Pág 124, citando  a Rodríguez G. y Yánez, Cronología ideológica de la nacionalización petrolera venezolana, FACES UCV 1977, pág. 115]

Cuando los líderes de las mayores corporaciones extranjeras instaladas en el país comienzan a hablar de los derechos soberanos del pueblo venezolano… ¡prepárense! Que lo que viene es joropo.  

Sin embargo, habiendo sido ya concertada esa transición escalonada en el Medio Oriente, la cual sólo en 1982 otorgaría a aquellos países el 51% de la propiedad sobre los activos petroleros, los venezolanos continuaban con su ilusión de tomar el control total  de la industria en 1983. Incluso, aprobaron una Ley en 1973 para garantizar la intangibilidad de los activos que deberían “revertir” en aquel año.

Esa amenaza venezolana  a “la industria” fue percibida entonces por tres miembros de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, quienes propusieron el envío de una “task force” para proteger sus intereses en Venezuela.

Pero estos desprevenidos congresistas fueron callados por la propia industria, la cual ya tenía, como hemos visto, una salida diseñada:  Su propia auto-nacionalización, esta vez, a la venezolana.

A diferencia de otros tiempos, cuando promovía golpes de Estado, y como confirman las citadas declaraciones de Dolph, más las  K. Wetherell  y J.J De Liefde, de la compañía Shell de Venezuela, “la industria” espoleó el adormecido espíritu nacionalista de los venezolanos.

Y así, previo debates para el público de galería, sobre indemnizaciones y lucros cesantes, pero con “avenimientos” subterráneos, en agosto de 1975 las mismas concesionarias  designaron, de su seno, a quienes asumirían el primero de enero de 1976, la gerencia petrolera venezolana: el entonces Presidente de la Compañía Shell de Venezuela se convirtió en Presidente de la “Operadora Nacionalizada” Maraven. El Vice-Presidente de la Creole Petroleum Corporación, filial venezolana de la Standard Oil-Exxon se transmutó en Presidente de Lagoven, otra “Operadora Nacionalizada”.  

El mismo esquema se repitió once veces con los gerentes de las demás filiales transnacionales, travestidos en gerentes de empresas estatales, un tipo de empresa que ellos habían enfrentado y ridiculizado durante décadas.

Además, cada una de esas nuevas operadoras contaba, de acuerdo con el avenimiento, con un Contrato de Asistencia Técnica que garantizaba la presencia de su antigua casa matriz en todos los negocios futuros. (Cambio de Patrón de Refinación, desarrollo de la Faja del Orinoco,  proyectos gasíferos costa afuera, control de siniestros, suministro de equipos, aditivos, partes y piezas, por ejemplo)

Las mayores de ellas habían sido dotadas, además, con un Contrato de Comercialización que garantizaba sustanciales descuentos en los precios de los crudos distribuidos en sus particulares redes de mercados.  

Como alertaban las críticas de los eternos inconformes y profetas del desastre, los negocios de “la industria” en Venezuela continuaron viento en popa y con perspectivas de mejorías, en los megaproyectos de la Faja, la posible expansión de la exploración y producción hacia áreas que no habían estado bajo concesiones, los negocios internacionales que se iniciaron en 1983 (la compra total o parcial de 19 refinerías chatarra en el exterior, “porque las estaban vendiendo” y quedaban fuera de la garra fiscal del Estado) y las perspectivas de materialización efectiva de la apertura total, que ya estaba prevista en la Ley que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos con la disposición de su Artículo 5° que hacía posible la constitución de empresas mixtas para el desarrollo de las actividades reservadas al Estado.

Las condiciones para el regreso completo a los negocios “as usual” se estaban haciendo propicias, además,  por la eliminación del Valor Fiscal de Exportación, la erosión paulatina de la Regalía, el desmantelamiento del Ministerio de Minas e Hidrocarburos  y el sabotaje a las decisiones “anti-industria” de la OPEP, concretado en la constante violación de las cuotas acordadas en esa perversa Organización.

Una muestra de los resultados de esa gestión, en cuando a la minimización del exagerado “government take”,  la presento en el siguiente gráfico:



La mencionada quita impositiva fue el factor determinante de que 1998 y 1999 fueran los años de menor participación fiscal petrolera en el lapso considerado 1990-2006. Aun tomando en cuenta la novedosa figura de “dividendos” con la cual se quiso compensar el desmoronamiento.

Las perspectivas de la re-privatización ya se estaban exponiendo públicamente. El  máximo dirigente de “la industria”, Luis Giusti, lo proclamaba abiertamente, hasta con un remitido pagado, el 21 de junio de 1997, en la revista Time, precisamente dirigido a los oídos sensibles en el escenario donde se debaten los destinos del mundo, en el cual  expuso los planes de una privatización parcial de “solo 15%”, debido a lo poco preparado que estaba el público venezolano para lo inevitable: la privatización total.

Adentrándose  en espacios más amplios, hacia la toma del poder político directo, en los escenarios estudiados por la dirigencia meritocrática para las elecciones de 1998, este destacado estratega aparecía como la opción presidencial óptima para una “Dictadura Modernizante”, cuya implantación fue gestionada infructuosamente en el norte: El Vicealmirante Muñoz León, mensajero de ocasión, no obtuvo la autorización indispensable del Departamento de Estado para tal proyecto.

Con el perdón del lector, me voy a permitir otra larga cita:

“…Y es así, también, como el nombre de Luis Giusti comienza a ser mencionado como el del consenso de las fuerzas conservadoras y antinacionales para una “solución de emergencia”. Y es entonces cuando comienzan las confesiones que hacen innecesarias las denuncias:

En la industria petrolera “tenemos un proyecto político desde hace quince años”, “una dictadura modernizante garantizaría el cumplimento pleno de los objetivos de la corporación”: “Se elimina el Valor Fiscal de Exportación. Se modifica el esquema tributario para promover la inversión. Apertura amplia a capitales privados  nacionales y extranjeros en todas las actividades petroleras. Promoción efectiva de la industrialización de los hidrocarburos. Precios del mercado interno competitivos... Venezuela se sale de la OPEP”.

[PDVSA, Coordinación de Planificación Estratégica, “Escenarios Nacionales a Mediano y Largo Plazo”, Caracas junio de 1993. Luis Giusti, Coordinador].

“Venezuela ha venido sobreproduciendo desde hace unos diez años”.

 [Luis Giusti, El Nacional, 21 de Febrero de 1998. Pág. E-1] (Traducción CMP: PDVSA viene violando las cuotas concertadas con la OPEP desde hace 10 años)

[Mendoza P., La herencia transnacional en el seno de PDVSA: los bebés de Rosemary, en  Crítica Petrolera Contemporánea, FACES-UCV, Caracas 2000. pág. 113]

Y según las propias declaraciones de Giusti al Weekly Petroleum Argus en esos días, su próximo trabajo en Venezuela sería el de Presidente de la República.

Ese mismo año, la caída de los precios como consecuencia del sabotaje aperturista, los llevó hasta niveles inferiores a los 10 dólares el barril, lo cual comportó una pérdida neta de más de 90 mil millones de dólares para los países miembros de la OPEP en su conjunto, 10 mil de los cuales correspondieron a Venezuela. La factura petrolera de los Estados Unidos disminuyó, en consecuencia, en 30.000 millones de dólares.

“La industria” global no fue mezquina. Ese mismo año, su principal mentor en el país fue proclamado el Ejecutivo Petrolero del año, como el mejor representante de las ideas y principios de la industria a nivel global:

“Luis Giusti recibió el premio “Petroleum Executive of The Year” que confiere la Revista Petroleum Intelligence Weekly al más destacado líder de la industria a nivel mundial, según el dictamen de un jurado integrado por directivos de las principales corporaciones petroleras internacionales.”

"The process by which the winner of this award is selected is particularly noteworthy and assures that the selection is fully representative of the views of the industry".

Nominations for the award were solicited from CEOs and other senior managers of over 100 of the world's largest oil and gas firms, as they appear in the annual rankings by Petroleum Intelligence Weekly (PIW). The nominations were reviewed by a group of senior oil executives, who made the final selection.
 
[Raja Sidawi, Chairman of Energy Intelligence, Marzo 2006]

Evidentemente, los principales dirigentes venezolanos de “la industria” estaban cumpliendo cabalmente con los intereses generales de la misma, ateniéndose a los modernos principios de la gerencia corporativa globalizada en tiempos de unipolaridad.

En esta instancia, me corresponde aclarar que mis referencias a la gerencia petrolera de orientación transnacional no comporta ninguna evaluación negativa individual y prejuiciada hacia los miles de empleados y técnicos que laboraron y desarrollaron sus capacidades en las antiguas concesionaras, quienes luego constituyeron la nómina operativa inicial de la industria nacionalizada.

 Confieso que algunas de mis expresiones fueron en su tiempo demasiado genéricas, sobre todo cuando hablé con rudeza  de “los bebés de Rosemary” de la trasnacionalidad y  ocasioné la protestas de algunos, quienes se sintieron aludidos injustamente.

La presunta meritocracia fue, por el contrario, y como denunciaron varias de sus víctimas, un mecanismo sibilino para seleccionar, vía campana de Gauss aplicada con vetos previos y otros métodos non sanctos, a una dirección complaciente con las líneas maestras anti estatales, decantándose de funcionarios críticos e incómodos, a quienes se posponía y excluía, a pesar de sus títulos y méritos reales.

En fin, este ha sido un resumen, apresurado por la voluntad de hacer crónica urgente, de una novela que se quiere seguir vendiendo: “La Industria Petrolera contra el Estado Rentista”.

Ese pasado es, precisamente,  el que hoy, con legítimo orgullo, sus albaceas pretenden reverdecer con las propuestas aperturistas, -desnacionalizadoras, en mi lenguaje extremista-  en curso en la Asamblea Nacional y en el debate público.

Pero también es el mismo que combatimos, desde su gestación hace 45 años, algunos redomados estatistas, quienes pretendemos garantizar que no vuelvan aquellas golondrinas que, a la manera de Bécquer,“aprendieron nuestros nombres”.

CMP/ 01/09/2020

lunes, 24 de agosto de 2020

Debate Petrolero

 

En tiempos de desastre y pandemia

Carlos Mendoza Pottellá

Agosto 2020

Tiempos de desastre puede ser una caracterización benévola para los que estamos viviendo. Nos encontramos en lo profundo de un foso y los pronósticos indican la llegada de las lluvias  que lo inundarán.

Sectores sociales, individualidades  y grupos de intereses, nacionales y extranjeros, disputan enconadamente sobre los escombros de nuestra industria petrolera. Cada uno tiene su diagnóstico particular y sus consecuentes propuestas.

Ninguna pugna interesada debería sorprendernos hoy, dada nuestra larga historia de posiciones enfrentadas en cuanto al uso, disposición y aprovechamiento del recurso que ha sido el eje de la economía y la sociedad venezolana durante más de cien años.

En lo personal, y tal como lo he manifestado en otras oportunidades, debo reconocer mi ubicación dentro un sector controversial y  controvertido de la opinión pública nacional en materia petrolera, desde el cual he  encarado la autoimpuesta tarea de hacer crónica periódica de tales asuntos.   

Pero en las circunstancias actuales, creo que la definición del curso a seguir como Nación, aquél que nos permitiría salir medianamente ilesos de esa profunda sima en la cual nos encontramos todos, debe concitar la búsqueda, en el seno de la sociedad y de la opinión pública, de una zona de consenso, de un acuerdo mínimo que impida que nos matemos para provecho de terceros.

Desde luego, se trata de una tarea cuya factibilidad linda con lo ilusorio, al considerar las posibilidades de superar conflictos antagónicos, característicos de una sociedad como la nuestra, en la cual, cada sector de intereses particulares encubre la búsqueda de su provecho egoísta bajo el manto del interés general, al tiempo que asistimos inermes al desmoronamiento ético del discurso político, porque los propósitos de igualdad social  conviven sin sonrojos con los  manejos corruptos y la proliferación de fortunas privadas alimentadas por el control mafioso de posiciones de poder.

Por todo ello, ese indispensable consenso debe pasar por el tamiz previo del restablecimiento moral del país, amén de la creación de un espacio de convivencia y respeto a la divergencia. Sin dar cuartel, pero respetando  la legitimidad de las posiciones que cada quien defienda y someta a la evaluación pública.

Esta reflexión viene a cuento, además, por la preocupación personal ante el nivel en el cual se está desarrollando el debate petrolero contemporáneo, donde prolifera la audacia ignorante con pretensiones de experticia. 

Un reciente evento de la picaresca política nacional retrata lo que quiero expresar: Un político de medio pelo interpretó,  según su conveniencia, el registro, en la reciente edición  del Boletín Mensual de la OPEP, de la producción petrolera venezolana correspondiente al mes de julio, 339 mil barriles diarios, según fuentes secundarias -trágica cifra, equivalente a las registradas en los años 30 del siglo pasado- para anunciar, con amplia difusión por todos los medios de comunicación y redes sociales del país, que “la OPEP ha dejado de certificar a Venezuela como país petrolero”.

En un país completamente desinformado sobre la materia, muy pocos pusieron en duda tan temeraria afirmación, cuyo objetivo era difundir, en medio del escándalo mediático, su  consigna salvadora: “hay que privatizar ya a la industria petrolera”.

Ello propició que otro  experto petrolero aprovechara la ola para echar más leña al fuego anti-OPEP sin desmentir el bulo. Por mi parte recibí tres consultas radiofónicas sobre el tema, en una de las cuales el productor del programa  me espetó la siguiente interrogante ¿Y Pérez Alfonzo presidió la OPEP en tiempos de la nacionalización, verdad?

Sin embargo, la motivación original de estas líneas, me lleva a referirme, en particular, a aquéllos cuya reconocida experiencia les da autoridad para menospreciar y tildar de pirata a todo aquél que, sin haber visto en su vida una torre de destilación o un flexicoker, o no sepa interpretar  registros de sísmica tridimensional, opine críticamente sobre la factibilidad social y económica de proyectos fantasiosos, cimentados en la disposición a la ligera de fondos públicos.

Y es precisamente en uno de esos  campos reservados, el de los proyectos para el desarrollo de las operaciones petroleras “aguas abajo”, en el cual quiero inscribir,  en esta oportunidad, mis profanas opiniones.

En efecto, expondré en lo que sigue un conjunto de hechos y circunstancias históricas que me han llevado a considerar que el solipsismo tecnocrático, ombliguismo, diríamos en lenguaje ordinario, ha sido aprovechado siempre por fuerzas políticas y sectores sociales, nativos y foráneos, ajenos al interés colectivo, para conducir a la industria petrolera venezolana a emprendimientos desastrosos, verbigracia la “Internacionalización”, los “Megaproyectos” y los “Planes de la Patria” de la Faja del Orinoco, a todos los cuales me he referido con insistencia crítica en otras oportunidades.

[En “Citgo, la Internacionalización Revisitada”, hago un resumen de esos argumentos que ahora renuevo. https://www.aporrea.org/energia/a276427.html]

Paradójicamente, gran parte de los fiascos mencionados parten de un legítimo y ancestral anhelo nacional:

Dejar de ser simples productores de materia prima y avanzar en la manufactura, en el desarrollo de una cadena de procesos “downstream” que nos permitan agregar valor a la materia prima.

De tal suerte, la instalación de refinerías en el país fue una aspiración nacional, al menos desde los tiempos de Eleazar López Contreras, cuando un diputado zuliano, Manuel Matos Romero, sugirió que estaba dispuesto a incinerarse frente al Congreso Nacional al estilo bonzo, -método de suicidio ritual budista que no era conocido entonces en el país, ni en el mundo occidental en general, porque sólo fue popularizado en tiempos de la Guerra de Vietnam- si no se daban los pasos concretos para refinar en el país al menos parte de la producción nacional de crudo.

Esa aspiración nacional fue concretada en 1943, con el convenio suscrito entre el gobierno de Isaías Medina Angarita y las concesionarias petroleras, mediante el cual, además de una nueva Ley de Hidrocarburos, se dispuso la construcción de las cuatro grandes refinerías de Amuay, Cardón, Puerto La Cruz y El Palito.

Las tres primeras  comenzaron a funcionar en 1950 y la última en 1960.

Como suele suceder en los negocios de inocentes palomas con avezados gavilanes, las concesionarias petroleras se dieron maña para instalar en el país cuatro grandes “cafeteras rusas”, de escasa profundidad de procesamiento, meras destiladoras, cuya producción de gasolinas, querosén, diesel y otros gasóleos, no llegaba al 40% del crudo procesado, siendo su principal producto el residual, elegantemente conocido como “fuel oil”, de precio inferior al del crudo del cual provenía.

Cuando llegó a su máxima capacidad, Amuay poseía la mayor unidad de destilación atmosférica del mundo: 300 mil barriles diarios y una desproporcionadamente pequeña capacidad de conversión, medida en decenas de miles de barriles diarios.

La refinación se convirtió aquí, desde entonces -y como de hecho lo era en todo el mundo- en un “centro de costos”, instrumento eficiente para mermar la participación nacional en el negocio medular: la producción de crudos.

Sin embargo, la mitología parroquial, la mencionada aspiración de dejar de ser sólo exportadores de materias primas, se ha convertido –reitero- en medio propiciatorio para venderle al país, en todas las épocas, proyectos ruinosos, inviables económicamente, desde la petroquímica de tecnología empaquetada y cobrada a precio de oro por sus licenciatarios, hasta la adquisición de refinerías en el exterior para “asegurar” mercados a nuestro crudo, cuyos resultados negativos todavía padecemos.

Todos estos logros de la estrechez tecnocrática, ajena al mundo de los mercados reales y a la factibilidad económica, han sido  factores coadyuvantes, junto a  la ignorancia generalizada,   la calva oportunidad para jugosos negocios privados y la pésima gerencia, amén del reciente cerco externo, de las actuales  circunstancias ruinosas en las cuales se encuentra la empresa petrolera pública.

Para colmo, siendo como somos los únicos seres vivos que tropezamos siempre con la misma piedra, proyectos similares se presentan hoy en el camino de su recuperación y, por ello, constituyen  otro eje motivador de esta exposición.

Por ahora vuelvo al pasado, a otros detalles de la historia de la refinación nacional a los cuales hice referencia en artículos anteriores. Con mis disculpas por la reiteración del discurso:

Una de las primeras tareas asignadas a la empresa petrolera nacionalizada, en 1976, fue precisamente, mejorar el patrón de refinación. Vale decir, salir del ruinoso esquema, ya descrito, de refinerías productoras de 60% de residual.

El cumplimiento formal de esa tarea se realizó en consonancia con los vínculos  que prevalecían en  las “operadoras nacionalizadas” con las antiguas casas matrices transnacionales, vía Contratos de Asistencia Técnica.

A despecho de proyectos integradores del proceso a nivel nacional –-v.g. Bonner and Moore-- que se consideraban entonces en las instancias públicas pertinentes,  Exxon Services realizó el cambio de patrón de refinación a Lagoven  en Amuay, Shell contrató a Universal Oil Products para hacer lo propio para Maraven  en Cardón, y Mobil contrató a  una asociada tecnológica para mejorar el patrón de El Palito. Gulf Oil había concertado con British Petroleum la ejecución  esa actividad en la refinería de Puerto La Cruz, pero en el interín, esa exconcesionaria desapareció como corporación independiente en los Estados Unidos, dejando a Meneven sin “partner”. Consecuentemente, el convenio con los ingleses quedó en suspenso y la refinería oriental en la estacada de su ineficiente configuración original. 

De los costos directos de esos procesos, sumados a los costos generales y automáticos de “asistencia técnica”, sólo quedan algunas muestras, como las denuncias públicas no verificadas, sobre supuestos miles de millones de dólares desembolsados por el Flexicoquer, una tecnología experimental hasta entonces, llevada a escala comercial con los fondos públicos en Amuay y certificada desde entonces como patente Exxon, la cual produce ahora dividendos a esa corporación en otras partes del mundo.

Pero aquéllos fueron apenas unos escarceos tímidos frente a lo que siguió luego: la adquisición de 19 refinerías chatarra en el exterior y los  frustrados“megaproyectos” de la Faja del Orinoco, DSMA (Desarrollo del sur de Monagas y Anzoátegui) y Guanipa 100+, para los cuales se estimaron inversiones de 100 mil millones de dólares entre 1982 y 2000. (“El Megadisparate de PDVSA”, Francisco Mieres dixit.)

Mención aparte merece el posterior, sobredimensionado y sobrefacturado  desarrollo de “mejoradores”, técnicamente justificados para convertir nuestros inmensos recursos de petróleos extrapesados y no comerciales,  en crudos sintéticos fungibles, de más de 10º API y con un menor contenido de azufre.

Concebidos en tiempos de la apertura petrolera  y abandono premeditado del consenso OPEP para el establecimiento de cuotas de producción para la defensa de los precios, y luego proyectados  contradictoriamente en tiempos de pleno y cotidiano voceo del alineamiento del país con los objetivos de esa Organización, la justificación de su instalación es expuesta por analistas de la Universidad Metropolita, con argumentos abiertamente contrarios a las políticas públicas prevalecientes entonces, los cuales constituyen, también, un dechado de estrabismo pronosticador:

“Estas reservas de crudo no-convencional han sido consideradas como fuentes amortiguadoras del mercado en momentos en que hay restricciones o gran demanda, contribuyendo a limitar los incrementos de los precios del petróleo a nivel mundial”

“ilimitadas reservas, ventajas comparativas y competitivas”.

“papel fundamental como fuente de ingreso y desarrollo industrial de Venezuela”

[A. Baumeister, Y. Da Silva y S. Giadinella.  Situación a nivel de recursos humanos y materiales en los futuros proyectos para producir crudo extrapesado de la Faja Petrolífera del Orinoco. Estudio de la Universidad Metropolitana]

No puedo dejar pasar la oportunidad para preguntar ¿cuáles son las ventajas comparativas y competitivas de la más costosa de las producciones petroleras del mundo? ¿Con que instrumental técnico-económico, tasas internas de retorno y análisis probabilístico de los escenarios de los mercados, se realiza esa afirmación? ¿Dónde reside la conveniencia, para un país exportador neto miembro de una organización que, en conjunto, genera más del 30% de la oferta global,  de propiciar límites al incremento de los precios de su producto? Hoy se le podría preguntar eso a Donald Trump, Secretario General de Facto del nuevo “Cartel” OPEP Plus.

Veamos pues, según la misma fuente, el programa de instalación de “mejoradores y sus costos, optimistamente estimados:


[A. Baumeister et allí. Loc. Cit.]

El modesto resumen de estos proyectos es el siguiente:

En adición a los 4 mejoradores que ya estaban en operación para entonces, con capacidad teórica de 650 mil barriles diarios, se proyectan diez nuevos, los cuales comenzarían a instalarse entre 2011 y 2013 en las áreas Carabobo y Junín de la Faja del Orinoco, con capacidad conjunta para procesar  2 millones 840 mil barriles diarios y alcanzar la insólita capacidad total de 3.490 mil bd de crudos mejorados.

Ocho de esos proyectos, que ya contaban con  presupuesto asignado, insumirían la módica suma de 98.400 millones de dólares durante los 4-5 años de su implantación, hasta arrancar en 2017, gestionadas por las empresas mixtas que se detallan en los cuadros insertos.

Nuevamente, dadas las circunstancias presentes, huelgan, piadosamente, los comentarios.

Los cuatro mejoradores previos, únicos  que a la postre quedaron  instalados, funcionan hasta ahora y por más de dos décadas con una ocupación reducida de su capacidad de diseño, lo cual comporta, a la postre, una evaluación negativa de la eficiencia financiera de los recursos públicos allí consumidos.

Las magnitudes megalíticas de los 10 fallidos, totalmente ajenas a las perspectivas del mercado entonces y ahora, determinaron su fracaso.

Pero es comprensible el desprecio olímpico de estos magnos planificadores hacia la modestísima y escasamente lucrativa alternativa de  mantener, reponer y ampliar la capacidad operativa de nuestras septuagenarias refinerías. Hoy, los ignaros mortales que habitamos en esta Tierra de Gracia  pagamos las consecuencias de esos sueños majestuosos. 

Debo recordar aquí, tal como he relatado en otras ocasiones, que el énfasis en el desarrollo acelerado de la Faja del Orinoco nos fue impuesto, en tiempos de Guerra Fría, por presiones geoestratégicas para garantizar la seguridad energética de “Occidente”.

 [Política petrolera a la manera de los músicos del “Titanic”. https://www.aporrea.org/energia/a263621.html ]

La magnitud de los montos comprometidos en esos mega proyectos mejoradores y el desarrollo concomitante de una capacidad de producción de crudos extrapesados de 1 millón 400 mil barriles diarios, determinaron, dada la competencia por recursos escasos que se generó, el abandono de nuestros campos petroleros convencionales: Ancianos y declinantes, pero todavía con una esperanza de vida productiva de petróleos livianos, medianos y pesados, de varias décadas.

Todo ese proceso se inscribe, además del señalado factor geopolítico, en el campo de la hipnosis tecnocrática, una suerte de escopolamina–burundanga, colectivamente aplicada,  mediante la cual Venezuela se convirtió, por su sola voluntad, en la depositaria de las mayores reservas petroleras del mundo  “certificadas” por la firma Ridley Scott previo el pago de 600 millones de dólares, y aceptadas como válidas por BP Statistical Review,  OPEP, AIE, IEA, y todos los órganos oficiales y extraoficiales de registro de las estadísticas petroleras.

Al respecto escribí tres notas en Octubre de 2017, Petróleo venezolano: Recursos, reservas y fantasías, I - II, y Factor de Recobro: De las fantasías al “paquete chileno”,  las cuales me hicieron merecedor de una lluvia de acusaciones de pirata, infiltrado y otras lindezas. https://www.aporrea.org/energia/a253811.html https://www.aporrea.org/energia/a254319.html

En 2019 insistí con otro trabajo: Recursos, Reservas, Faja y Lutitas:

https://petroleovenezolano.blogspot.com/2019/02/recursos-reservas-faja-y-lutitas.html#.Xz8_dfNKjMw

 En el ejercicio de esa voluntad soberana para el cálculo de nuestras reservas, se formularon metas como las propuestas en el “Plan Estratégico Operacional PDVSA 2014”

“Incrementar el nivel de producción de crudo a 6.000 MBD para el año 2019, de los cuales 4.000 MBD provendrán dela Faja Petrolífera del Orinoco Hugo Chávez Frías.”

El mundo nos contempla con sonrisas benévolas. Total… las ilusiones venezolanas son inocuas, no afectan el interés general “del mercado” y se desvanecen  y reaparecen, como sombras chinescas, sin ningún efecto práctico.

Hoy contamos con seis refinerías dilapidadas, paralizadas, resistiéndose, después de décadas de descuido, con explosiones y derrames, a su restablecimiento productivo. Sumemos a ellas los cuatro “mejoradores” sobrevivientes, también casi paralizados, convertidos algunos de ellos en simples centros de mezcla de crudos extrapesados con crudos livianos o naftas -en gran proporción importados- para obtener un crudo de 16º API.

Una actividad para la cual, como se puede inferir sin ser expertos, no se requiere la costosa tecnología instalada en ellos.  

Algunos creemos estar despertando del sueño, comprobando cómo fuimos estafados.

Pero  todavía hoy siguen prevaleciendo las esperanzas de que, levantadas las sanciones norteamericanas,  con una gerencia eficiente y la generosa participación de inversionistas extranjeros, será posible alcanzar el protagonismo mundial que nos otorgan nuestras reservas máximas.

A mi manera de ver, sin embargo, este sueño común a tirios y troyanos no tiene un fundamento sólido, ni en las experiencias pasadas, ni en las perspectivas actuales del negocio petrolero mundial.

Fuera de Venezuela, la posesión de refinerías y plantas petroquímicas en los países exportadores de petróleo no fue una realidad tangible sino hasta hace pocas décadas y su cuantía, independientemente de magnitudes individuales, tampoco fue, ni es ahora, significativa frente al volumen del mercado global.

Como ya referí,  las instalaciones venezolanas comenzaron su operación a partir de los años 50 con los controvertidos resultados económicos ya señalados. Hasta entonces, descontando pequeñas instalaciones para cubrir consumos locales en otros países exportadores, las grandes refinerías se instalaban mayoritariamente en los principales centros de consumo, tal como lo reflejan las estadísticas globales.

Mendoza P. Carlos, El Poder Petrolero  y la Economía Venezolana, UCV-CDCH, Caracas 1995,, pág 212

La línea casi horizontal del gráfico anterior que representa la capacidad de diseño instalada en los países miembros de la OPEP, reflejaba hasta mediados de los años 60, en su mayor parte, a la erigida desde 1950 en Venezuela.

Todavía hoy,  el paralizado Complejo Refinador de Paraguaná aparece individualmente registrado  como el segundo  mayor del mundo, con 940 mil barriles diarios de capacidad nominal de destilación, sólo   recientemente superado  por el complejo de Reliance Industries  en India.

En el resto de los países miembros de la OPEP destacan Emiratos Árabes Unidos con una refinería de 817 mil bd de capacidad, cuarta del mundo, y la de Ras Tanura en Arabia Saudita, de 550 mil bd de capacidad, décima del mundo. La más antigua de todas, Abadán, en Irán, construida originalmente en 1912 por la Anglo-Persian Company, antecesora de BP, destruida y reconstruida, tiene hoy una capacidad de 429 mil bd.

En 2018, el ranking de capacidades nominales de refinación entre los miembros de la OPEP era el siguiente:


Se observa claramente la desproporción entre la capacidad instalada de refinación en Venezuela y su producción petrolera para ese año 2018, respecto a las mismas relaciones registradas en los otros países del grupo.

Aún con una hipotética vuelta a la producción de 2 millones de barriles diarios, esa capacidad teórica de refinación sería suficiente para procesar en el país el 95% de esa producción. Si a ello le añadimos la capacidad de las 31 refinerías adicionales “planificadas” por PDVSA  para el 2030, Venezuela se convertiría en un gigante importador de petróleo. 

Esa desproporción se acentúa en la catastrófica situación  actual de parálisis sus operaciones -año y medio después del registro de las cifras anteriores-  cuando esa capacidad nominal está operando a niveles muy inferiores al 10%, tal como lo percibimos todos los venezolanos, con la consecuente escasez de gasolina que mantiene paralizado en gran parte al parque automotor nacional, el cual apenas se mueve, surtido con gasolina importada.

Es claro que en la magnitud de ese diseño original   se expresaba la voluntad nacional comentada al principio, de dejar de ser un simple exportador de crudo, pero el nivel de utilización actual, amén de reflejar el efecto reciente de factores externos como las sanciones norteamericanas contra Venezuela, es también el resultado del comentado y largo abandono de esas viejas instalaciones –no restablecidas, incluso, de accidentes ocurridos hace más de una década- dado el énfasis en las frustradas pretensiones de llenar al país de los “mejoradores” que procesarían nuestras inmensas reservas extrapesadas.

Esto muestra, además, que la voluntad de construir o poseer refinerías en países exportadores netos de petróleo, contraviniendo la lógica económica imperante en ese mercado, no llegó, en ninguna parte a los niveles alcanzados por la epopeya venezolana, mezcla de liviandad en el manejo del patrimonio público y negociados privados, que condujo a la adquisición de dos decenas de chatarras en el exterior entre 1983 y 1998: 

Mendoza P. 1995, Op. Cit. Cap. V.2.3. La Internacionalización, Págs. 211-245.  Ampliada en Mendoza P.,  Nacionalismo Petrolero Venezolano en Cuatro Décadas págs.. 156-215. BCV, Colección Venezuela y Su Petróleo, Caracas 2010.

Juan Carlos Boué, La Internacionalización de PDVSA, una costosa ilusión, Fondo Editorial Darío Ramírez, Ministerio de Energía y Minas, Caracas. 

Asamblea Nacional, “Comisión Especialpara investigar las irregularidades cometidas  en la celebración y ejecución de los Convenios Operativos, Asociaciones Estratégicas y negocios de Internacionalización” Mayo 2006.

Añádase la más reciente programación de PDVSA, en 2010, ya mencionada, de alcanzar en 2030 la posesión de 37 refinerías, 29 de ellas en el exterior y 8 en el país, en total, un tercio de las refinerías que poseen los Estados Unidos, de acuerdo al gráfico que, dado su nivel de absurdo irresponsable, no me canso de incorporar en mis últimos trabajos:

[PDVSA Plan de la Patria 2010] 

La irracionalidad económica original del programa “internacionalizador”,  la acabo de comprobar, una vez más, al revisar un gráfico del World Oil Outlook 2019 de la OPEP. 

Durante las décadas de los años 80 y 90 del siglo pasado, en el transcurso de las cuales la meritocracia venezolana desarrolló ese programa de inversiones, se registraron los máximos niveles históricos de capacidad instalada ociosa en el mundo, los cuales se espera que sean nuevamente alcanzados a mediados de la década que transcurre:

 [OPEP, World Oil Outlook 2019,  https://woo.opec.org/pdf-download/ ]

Por todo lo anterior, me pareció pertinente recordar el gráfico de los márgenes de refinación registrados en esos tiempos, (Diciembre 1991-Marzo 1994) para los crudos Arabian Light y Arabia Heavy, en las refinerías de Rotterdam y el Golfo de México (EUA),  realizado por mí en su oportunidad, y en el cual se pueden percibir, a ojos vista y pese a la mala calidad de la copia, las barras que muestran la prevalencia mayoritaria de los márgenes negativos:

                      Mendoza P. 1995, Op. Cit.,  pág. 230-231.

Hoy, las circunstancias no han cambiado, y aunque las estadísticas hablan por sí solas, debo hacer algunos comentarios sobre las mismas, para evaluar la continua formulación de proyectos  que el optimismo ciego sigue alimentando, sin distingo, en todos los campos de la opinión pública nacional.

El grueso de la refinación mundial se concentra, hoy como siempre, en los países consumidores de derivados petroleros, a niveles tales, que los tres primeros de ellos, Estados Unidos, China y Japón, producen el 55% de la gasolina consumida en el mundo. Si incluimos a los 5 siguientes, Rusia, India, Canadá Brasil y Alemania, el referido  porcentaje alcanza al 70%.

Esas proporciones se van a mantener y a acentuar, por imperio de las circunstancias presentes y previsibles en el mercado petrolero mundial.

De hecho, así lo registraban todos los pronósticos de los principales centros generadores de los mismos, Agencia Internacional de Energía, OPEP y la Administración de Información Energética de los Estados Unidos, que datan todos del pasado mes de  diciembre y que no podían contemplar entonces los efectos de la pandemia confrontada actualmente, que evidentemente serán perversos, pero todavía no evaluables en sus reales proporciones. 

Un ejemplo de las tendencias negativas para los proyectos expansivos,  previstas en diciembre por el citado OPEC WOO, es pertinente a la discusión que nos ocupa: las perspectivas de caída, a nivel global, de la utilización de la capacidad  de las refinerías en los próximos años.

Remito a la lectura de la fuente original, porque este gráfico es apenas el resumen de un detallado análisis de las perspectivas regionales y globales de la demanda de derivados, en contraste con la capacidad instalada actual, los requerimientos futuros y los proyectos de desmantelamiento y ampliación en curso. El resultado de ese análisis es la predicción  de un superávit de capacidad de refinación de más de 4 millones de barriles diarios en 2024.

A estas alturas, creo que no puedo cargar más las tintas para enfatizar mi opinión pesimista sobre la materia.

Pero sí debo insistir en la referencia inicial, la urgencia nacional, in extremis, de un acuerdo nacional que nos permita sobrevivir como país, como sociedad soberana.

La alternativa será convertirnos en tierra de nadie, a merced de los dueños del mundo, quienesquiera que ellos sean. Aunque en el debate actual hay quienes sostienen que soberanía nacional es un concepto pre-moderno y desfasado, confío en que esa no sea la opinión mayoritaria.   

 

REFERENCIAS PERSONALES

El Poder Petrolero  y la Economía Venezolana, UCV-CDCH, Caracas 1995,

Nacionalismo Petrolero Venezolano en Cuatro Décadas, Recopilación, BCV, Colección Venezuela y Su Petróleo, Caracas 2014.

De las Concesiones a los Contratos, Visión retrospectiva de la política petrolera venezolana.  Trabajo de Ascenso, Escuela de Economía UCV, 1983, Fundación Editorial El Perro y La Rana, Caracas 2011.

Crítica Petrolera Contemporánea, FACES UCV, Caracas 2000.

https://www.aporrea.org/autores/mendoza.potella

https://petroleovenezolano.blogspot.com/

 CMP/23 de Agosto 2020