martes, 8 de septiembre de 2020

Los "cadáveres exquisitos"

 Mitos y estafas en la 

política petrolera venezolana

Carlos Mendoza Pottellá

Septiembre 2020

Para ir por la calle del medio, comienzo reconociendo abiertamente que la motivación principal de este artículo ha sido la alusión directa a mi persona que hiciera el Ex Ministro y ex Presidente de PDVSA, Rafael Ramírez, en el Programa “Vladimir a la Carta”,  el cual se transmite por Internet, contradiciendo mis asertos sobre lo que considero como fiascos de la planificación petrolera asociada al desarrollo acelerado de la Faja del Orinoco.

Por ello me siento obligado a resumir aquí los hechos y circunstancias históricas en base a los cuales he sostenido mi opinión negativa sobre los proyectos petroleros que han diezmado a la economía venezolana desde los años 80 del siglo pasado.

Al respecto, viene a mi memoria un ejercicio de ingenio y talento literario que alguna vez contemplé en uno de mis lamentablemente escasos contactos con la bohemia de los años 60-70, la poesía y la República del Este: la construcción de un “cadáver exquisito”

Apelando a Google, encontré una definición precisa de este proceso intelectual: una técnica de creación colectiva que nace en el ámbito literario y luego se aplicará en las artes visuales. Es una especie de juego donde cada participante hace su aporte sin saber cuál es el aporte que hacen los demás.  (Subrayado mío)

En materia de política petrolera, al revisar la génesis y desarrollo de la mitología petrolera venezolana según la cual este país es el depositario de las mayores reservas petroleras del mundo, cuyo desarrollo debe ser acelerado para aprovechar las limitadas oportunidades que ofrece el mercado, me encontré con un proceso parecido.

Pero en la construcción de este particular “cadáver exquisito” no se cumple la frase subrayada en la definición: En éste caso si hubo participantes en el proceso que conocían, a priori, cuál sería el aporte de los demás. De hecho, ellos fueron quienes asignaron los roles que cada actor desempeñaría en la obra.

Por mi parte, eso es lo que pienso exponer aquí, en un cadáver exquisito construido a mi manera y con la urgencia que impone la voluntad polémica, a partir de trabajos previos, recientes y de hace más de tres décadas, con las referencias documentales disponibles en mi disco duro y en las redes.

Espero que los resultados sean más convincentes que los del Doctor Frankenstein. 

Aunque pueden buscarse antecedentes más antiguos, tomaré como punto de partida los acuerdos de la Segunda Postguerra del Siglo XX, con los cuales los vencedores de aquella contienda establecieron las bases del futuro previsible a nivel mundial.

Entre esos acuerdos, a la par de la constitución de la Organización de las Naciones Unidas, con su Consejo de Seguridad y el sistema Económico-Financiero diseñado en Bretton Woods, estuvo la expresa apuesta por el petróleo como la fuente energética sobre la cual se sustentaría el desarrollo económico global.

Ello se hizo con plena conciencia del carácter exhaustible de esa materia orgánica: Los físicos de los años 40 garantizaban que cuando el petróleo comenzara a dar muestras de agotamiento, la humanidad tendría ya décadas viviendo en el mundo luminoso de la desintegración nuclear. Un mundo tal, donde la electricidad sería gratuita, como nos lo recordaba James Akins en su Oil Crisis, This Time the Wolf is Here”:

 “…la firme convicción de fines de la década de 1940 de que la última planta generadora de electricidad a partir de combustibles fósiles se habría construido en 1970; y que en esta nueva era dorada, el uso doméstico de la electricidad ni siquiera se mediría. Sería tan barato, nos dijeron, que el costo de mano de obra para leer los medidores sería mayor que el costo de la energía que los propietarios podrían consumir.” [Akins, J. E.,  Foreign Affairs, abril 1973]   A pesar de su ironía, el propio Akins soñaba con que eso si se podría lograr a finales del Siglo XX).

De tal suerte, entre 1946 y 1970 se produjo un crecimiento exponencial del consumo de petróleo. El petróleo y el automóvil se convirtieron en los sectores puntas de ese desarrollo, hasta el extremo de caracterizar a la sociedad resultante como la “civilización automovilístico-petrolera”.

Pero simultáneamente, comenzaron a posponerse y a frustrarse las perspectivas de la alternativa nuclear que haría el relevo indispensable.

La fusión nuclear,  que superaría a la fisión, prevista por aquellos físicos encandilados por los “ensayos” de Hiroshima y Nagasaki, nunca llegó a desarrollarse y comenzaron a menudear las alertas sobre los riesgos del “pacto fáustico” que implicaba la fisión, con la inevitable producción de una sustancia residual tan peligrosa como el Plutonio: Una pelota de ese material del tamaño de una toronja, gasificado, sería suficiente para acabar con toda la vida sobre la Tierra. Con una vida media radiactiva de 25.000 años, sin ningún lugar suficiente seguro en el planeta para almacenarlo y ninguna otra utilidad, que no fuera el producir bombas termonucleares. Tal sería el siniestro legado de estas generaciones al futuro. [Michel Grenon, 1985, “La Crisis Mundial de la Energía”]

El primer accidente de proporciones considerables, que se produjo en un reactor ubicado  cerca de Nueva York, en “The Three Miles Island”, despertó el movimiento antinuclear norteamericano, el cual fue atemperado con la patriotera  e hipócrita política de “Not in my backyard”, que determinó la restricción de la instalación de nuevos reactores en suelo norteamericano.

En 1950, la Rand Corporation, contratista del Pentágono dirigida por el estratega guerrerista Hermann Khan, pronosticó que el petróleo se acabaría en el año 2050.

En 1955, el Geólogo Marion “King” Hubbert, predecía que los yacimientos convencionales de Estado Unidos llegaría a su “píco” en 1971.

Predicción que, pese a las burlas contemporáneas, fue certera, pues sólo la tecnología de la fracturación hidráulica de las lutitas (shale) logró detener la caída de la producción de ese país, que se había iniciado precisamente en aquel año.

En efecto, y según las estadísticas de la Energy Information Administration, la producción de los Estados Unidos, que en 1945 era de 4,7 millones de barriles diarios, alcanzó  los 9,6 millones 1970, para derrumbarse a partir de allí a los 5 millones de 2008. En este mismo año comienza la revolución tecnológica del “shale oil” que eleva ese indicador hasta los 12,25 millones de bd de 2019.


Como he referido anteriormente, en aquéllos años 70 comenzó la promoción histérica de la “crisis energética” y la búsqueda desesperada de una alternativa que garantizara la “seguridad energética” de Occidente, la cual dio origen a las políticas de ahorro y sustitución del petróleo por otras fuentes, a la creación de la Agencia Internacional de la Energía para proteger los intereses de los principales consumidores y, antes aún, a la promoción de las nacionalizaciones concertadas en los países miembros de la OPEP, para destapar la peligrosa olla del nacionalismo extremista, en tiempos de aguda guerra fría.

En un trabajo anterior, Política petrolera a la manera de los músicos del “Titanic”,  del cual estoy extrayendo gran parte de los datos y gráficos que aquí presento,  referí lo siguiente:    

Un ejemplo de la crispación de esos años fue el discurso del Estado de la Unión de Jimmy Carter en 1979, en el cual expuso un severo programa de seguridad energética, para enfrentar tendencias que de no ser contenidas determinarían que: “para mantener los ritmos del consumo global de petróleo se requerirá descubrir cada 9 meses una nueva Alaska, cada año una nueva Texas y cada tres años una nueva Arabia Saudita.

 [C. Mendoza P., 20 de mayo 2018, https://www.aporrea.org/energia/a263621.html]

Las predicciones de la Rand Corporation en 1950 sobre el fin del petróleo en 2050 se hicieron urgentes y el nuevo año fatal se acercó entonces a… 1995.

En mi artículo anterior, “Política Petrolera venezolana en cinco décadas” cuyo contenido total es pertinente a este cadáver exquisito, [https://www.aporrea.org/energia/a294299.html]  hice mención específica al caso de la nacionalización petrolera venezolana y como, desde 1971, ya se habían presentado en Venezuela los Secretarios del Departamento de Estado y el Departamento de Energía de los Estados Unidos, William P. Rogers y James Akins, respectivamente,  para gestionar ante el Gobierno de Caldera la apertura de operaciones en la Faja del Orinoco. El propio Akins, nos revela esas gestiones:

“Nosotros también hemos discutido un tratado con Venezuela que permitiría el desarrollo de sus petróleos pesados. Hemos propuesto entrada gratuita de estos petróleos a los Estados Unidos a cambio de garantías de inversión para las empresas que los  desarrollarán.”  [Akins, Loc. Cit]

La tardanza de los venezolanos en cumplir con esos propósitos intranquilizaba a gobiernos identificados plenamente con los intereses de “Occidente”, como el de la dictadura militar brasileña, cuyo plan Cahla Norte en tiempos de Garrastazu Médici, planteaba en esos años el escenario  de la toma de todo el Sur de Venezuela hasta la mitad de los estados Monagas, Anzoátegui y Guárico para garantizar el desarrollo de la Faja, tal como referí en el citado “A la manera de los músicos…”. 

Hubo que esperar más de una década, con el petróleo venezolano ya nacionalizado, en tanto se reajustaba la estructura meritocrática de PDVSA, para que esta empresa presentara, en 1983,  el plan de  asumir tales costos, su primer “megadisparate” de la Faja.

Me corresponde repetir los términos de ese primer proyecto y sus consecuencias.

La propuesta, con dispendio no autorizado de recursos públicos:

Los sueños:


El despertar:

Pese a esta realidad de los precios, en cuyo desarrollo durante la década de los 90 tuvo un papel determinante la decidida voluntad expansiva de la PDVSA aperturista, al violar durante más de una década los compromisos adquiridos en el seno de la OPEP -según propia confesión de su líder Luis Giusti- se impuso la consigna de “compensaremos la caída de los precios con el aumento de la producción”, para hacer realidad  los escenarios de su Planificación Corporativa en 1994:















En 1998 el precio promedio del petróleo de la cesta de crudos OPEP  llegó cifras inferiores a los 10 $ el barril y promedio 12,28 S/bl, mientras que  la “cesta venezolana de crudo y productos” llegó a realizarse a menos de 7$/bl.

Sin embargo, hubo de producirse un conjunto reuniones promovidas por el Secretario de Energía de los Estados Unidos Bill Richardson, con Noruega, México y Arabia Saudita, para convencer al binomio Giusti-Arrieta de la necesidad general, para todos los productores dentro y fuera de la OPEP, de cumplir con los recortes acordados. Tal como ahora, en 2020.

El resultado  lo registré gráficamente en su oportunidad:

[Mendoza P. “La verdad Petrolera, un elefante y siete ciegos”, FUNDAPATRIA, 26/08/1999. Reproducido en Mendoza P. 2010, Nacionalismo Petrolero en cuatro décadas, BCV, Colección Venezuela y su Petróleo, pág. 404. https://www.academia.edu/41805065/Nacionalismo_petrolero_en_4_d%C3%A9cadas

Aquí es necesario un paréntesis.

Las posiciones de la gerencia petrolera venezolana hasta 1999 fueron coherentes con los postulados del “poder petrolero” enumerados por mí, precisamente, en “El Poder Petrolero y la Economía Venezolana” [C. Mendoza P. UCV-CDCH, Caracas 1995] y reproducido en “Apertura petrolera: Nombre de estreno para un viejo proyecto antinacional” . “Nacionalismo Petrolero… , Loc. Cit. Pág 283. A saber:

“Este conjunto de verdades establecidas, que parte de concepciones hoy de moda en cuanto a la incapacidad del Estado para gerenciar actividades productivas, tiene una expresión particular, a saber

·        La carga fiscal sobre PDVSA es excesiva. PDVSA es la empresa petrolera que paga más impuestos en el mundo. Mantener esa carga fiscal equivale a perpetuar el ya fracasado modelo de rentismo parasitario y continuar alimentando unaEstado paternalista e ineficiente.

·        El control político sobre la industria obstaculiza el desarrollo eficiente de sus programas. Las trabas burocráticas que imponen los distintos organismos contralores, ejecutivos y legislativos, deben ser eliminados en beneficio de la autonomía gerencial para ejecutar eficientemente sus planes y programas. Este es el camino hacia la Venezuela productiva.  

·        El mejor destino del ingreso petrolero es su reinversión en el mismo sector. No existe otra actividad económica en Venezuela que le permita obtener ventajas comparativas y competitivas similares. Cada dólar adicional invertido en la industria petrolera genera, directa e indirectamente, efectos multiplicadores en el producto interno bruto (PIB) superiores a los de cualquier otra aplicación. 

·        Venezuela debe ir hacia una más estrecha colaboración con sus clientes desarrollados y abandonar asociaciones tercermundistas, de subdesarrollados y de perdedores, como la Organización de Países Exportadores de Petróleo. La OPEP no ha beneficiado mucho a Venezuela y le impone trabas a un desarrollo que la llevaría a convertirse en una de las primeras potencias petroleras del mundo.  

·        Para desarrollar la inmensa base de recursos de Venezuela, hay que desmontar todo el aparato de regulación y fiscalización que pesa sobre esa actividad industrial, porque ese desarrollo no es posible hacerlo con los recursos internos y es necesario atraer al capital petrolero internacional con proposiciones de una rentabilidad mayor a la ofrecida en otros destinos.” 

Pues bien, concluido el periplo meritocrático y aperturista, ahora expondré lo paradójico, lo incoherente y lo esquizofrénico.

Los escenarios que pronosticaban  de crecimiento de los precios por el respeto de las cuotas de producción se cumplieron durante todos los primeros años del nuevo Siglo.

Mientras que los precios de la cesta OPEP habían promediado en 1998 12,28 dólares el barril, alcanzando mínimos de menos de 10 dólares. En 1999 subieron a 17,44, saltando en 2000 a 27,6$/bl.

Esa trayectoria llevó el promedio de la cesta  OPEP a 50,59 $/bl en el 2005.

Hasta allí llegó la contención de los sueños y ansias productivistas en los nuevos dirigentes petroleros venezolanos.

Cada dos o tres años, a partir de 2005, PDVSA postuló  ambiciosos planes, el último de ellos en su Agenda Programática 2019, presentado como el “Plan de la Patria 2019-2025”.

Y todos ellos  basados en la multiplicación de la producción en la Faja del Orinoco. Sus magnitudes desbordaron siempre la capacidad financiera del país,  los límites de absorción del mercado mundial y contradecían y sigue contradiciendo  la proclamada política de defensa de los precios.

Ese mismo año 2005, manteniendo un alto perfil mediático como radicales defensores de la política de la OPEP, PDVSA presentó el “Plan Estratégico” 2005-2012, el cual preveía una expansión de la producción hasta 5 millones 837 mil barriles diarios.

Esto es lo que yo llamo esquizofrenia.

  


Esa meta comportaba un abandono tácito de la política de defensa de los precios, dadas las limitadas expectativas de la demanda y la vigencia de los recortes acordados.

Una versión más moderada, detalla sin embargo la magnitud de los recursos requeridos por ese plan: perforar 6.525 pozos, reacondicionar 8.343 pozos y trabajar con 120 taladros anuales.

Pero, simplemente, ese plan no funcionó. En 2012, partiendo de una producción menor a la de 2005, se presentó un nuevo plan para alcanzar la producción  de 6.819.000 barriles diarios. Ni uno más ni uno menos.


Pero tampoco se cumplió lo prometido y, por el contrario, comenzó el desbarrancamiento, como somos testigos y víctimas  todos los venezolanos en estos aciagos años.

Un análisis comparativo que hice en su momento sobre estas metas con la demanda mundial y la producción total de la OPEP arrojaron los siguientes resultados:

Según la Agencia Internacional de Energía, la demanda global de petróleo producido en los países miembros de la OPEP crecería entre 2010 y 2015 en un 6,4%, en tanto que PDVSA planificaba, en ese mismo lapso, un crecimiento de su producción de 53%, pasando de tener una participación en la oferta global de 3,5% a 5,1%. Venezuela aportaría el 23,3% del crecimiento de la producción mundial. La Faja del Orinoco aportaría el 70,8% de ese crecimiento.


Para este lapso, 2013-2019, el optimismo se desborda hasta posiciones francamente hilarantes: La demanda mundial de crudos crecerá en un 8,4%, mientras que la oferta Venezolana lo hará en un 97,8%.

Todas estas proyecciones de oferta tienen un solo nombre, conquista del mercado. Competencia abierta y a cuchillo. ¿A quién pensaba PDVSA quitar participación en el mercado? ¿A qué precios “competitivos” pensaba hacerlo?  Desde luego, en este contexto ya no es necesario hacer preguntas fastidiosas sobre la OPEP, cumplimiento de cuotas y otras bolserías para consumo de algunos académicos idiotas, anclados en discursos de autarquía, que no conocen las claves del “negocio”.

Algunos indicios sobre la respuesta a la primera pregunta formulada nos la da una lámina de Planificación Corporativa PDVSA en otra de sus optimistas presentaciones de la época:

§  En los próximos 6 años se proyecta un crecimiento en la demanda petrolera mundial de 5,5 MMBD, impulsada principalmente por China e India.

§  El call-on-OPEC se mantendrá por debajo de los 30 MMBD, motivo por el cual el crecimiento de la oferta de Venezuela vendrá a expensas de la declinación y restricciones de producción de otros productores OPEP, particularmente los países africanos Argelia, Angola y Nigeria. La última Reunión de la OPEP celebrada el pasado 27 de noviembre de 2014, acordó mantener el mismo techo de producción de sus Países Miembros, establecido en 30 MMBD.

 

[“call on opec” en la jerga AIE equivale a la demanda sobre crudos OPEP, que se calcula como residual, después de descontar la oferta de todos los demás productores. CMP] 

¡¡¡Eureka!!!. Allí está: Los débiles e indefensos países africanos, los negritos, pagarán el pato del expansionismo de PDVSA. Nuestro  petróleo Merey de 16° API tiene un “poder de captura” mucho mayor que el Bonny Light nigeriano de 45° API, o el Saharan Blend argelino de 37°. 

La triste y paradójica realidad, que abofetea a estos planificadores, es que esos crudos africanos son precisamente los que se utilizarán para convertir los extrapesados de la Faja, de menos de 8° API,  en Merey de 16°, ante el descalabro de nuestros crudos tipo Mesa 30°.

Mientras tanto, como ya dije, la industria comenzaba a desbarrancarse.

En un informe Presentado el 31 de agosto de 2013 por Eulogio Del Pino, Vicepresidente de Exploración y Producción a Rafael Ramírez, Presidente de PDVSA, se registraba ya la manifiesta declinación de la capacidad potencial de producción de los campos petroleros venezolanos, de 3 millones 630 mil barriles diarios en 2008 a 3.328 mbd en agosto de 2013.

Ello como consecuencia de la disminución, también allí registrada,  de los aportes de las labores de recuperación secundaria a la generación de nuevo potencial, que pasaron de 882,2 mil bd en 2008, a 652,3 en 2012. Tales aportes que no lograron contener la declinación “natural” del potencial de los envejecidos yacimientos convencionales, la cual se manifestó con una caída promedio de 700 mil barriles diarios anuales en el lapso considerado.

Desde luego que esa “moderada” declinación efectiva no explica completamente el precipicio de la producción iniciado al año siguiente y acelerado a partir de 2017 por las sanciones norteamericanas, pero si aporta un claro indicio de que las estrategias y proyectos expansivos de entonces ya eran, como estamos constatando en nuestros días, puro papel mojado.


Sin embargo, los sueños no se quedaron en 2013. Los nuevos escenarios, que llegan hasta nuestros días y van hacia el futuro, están fundados, ahora más que nunca, dado el colapso de nuestros campos convencionales, en la expansión a marcha forzada de la producción de la Faja del Orinoco y siguen la misma ruta ilusoria:

En el siguiente gráfico resumo todos los emprendimientos fallidos de la planificación de pajaritos preñados y, peor aún, los escenarios que se siguen presentando, en ambos lados de la contienda política, como las nuevas propuestas que, ahora sí, nos van a sacar del barranco:

Desde la Agenda Programática de PDVSA 1919,  hasta el Plan País en materia petrolera  de “PDVSA Ad Hoc”.

Fiel a la tradición de casi cuatro décadas, el último de los planes citados esparce metas y miles de millones como quien reparte papelillo:

“Aquí está el plan para que Venezuela vuelva a producir 3.000.000 de barriles diarios de petróleo”

Este plan se incorpora al festín de propuestas funambulescas a las cuales me he referido desde 1983, con los mismos términos de abierta inviabilidad física y financiera:

“se perforarán 11.000 pozos en 4 años y la inversión requerida será de 120.000 millones de dólares.”

  


En verdad, a estas alturas, no sé si he dejado claro cuál es el fundamento de mi posición de crítica al optimismo exagerado sobre la explotación acelerada de unos recursos que, en realidad existen, representan más del 90% de los crudos extrapesados y más de la quinta parte de todo el petróleo que existe sobre el planeta, pero que no son reservas en su gran mayoría.

Por el simple hecho de que su producción no es económicamente factible a los precios actuales y previsibles en las próximas décadas, dadas las vigentes tendencia de oferta y demanda petrolera a mediano y largo plazo.

El mismo mecanismo fraudulento con el cual fueron certificadas tales “reservas”, previo el pago de 600 millones de dólares a Ridley Scott, una empresa especializada en tales rubros, y la “decisión soberana” que estimó en 2006, por voluntad patriótica, un “factor de recobro de 20%, nos dan luces sobre la realidad de las mismas.

La cifra de 513 mil millones de barriles fue tomada directamente de una estimación previa del U.S Geological Survey, sobre los “recursos contingentes”,“técnicamente recuperables”,  en la Faja del Orinoco, conceptos geológicos e ingenieriles que no suponen ningún estimado de factibilidad económica, ni inmediata, ni en el futuro previsible a mediano plazo, siendo ésta una condición indispensable para que esos recursos sean considerados reservas. Así lo aclara la propia USGS autora del estimado original.

Sin embargo, los estrategas energéticos venezolanos  asumieron que esa cifra representaba un “factor de recobro” de 40% y consideraron, moderada y soberanamente, que el factor de recobro adecuado para calcular “reservas probadas” del país era 20%. Simple manejo de porcentajes y conveniencias políticas, sin ningún fundamento real y ni siquiera teórico.

Así lo expuse en mis artículos de 2017, Petróleo Venezolano: Recursos, Reservas y Fantasías ( I y II) y Factor de Recobro: De las fantasías al “paquete chileno”, disponibles en los siguientes enlaces:

https://www.aporrea.org/energia/a253811.html

https://www.aporrea.org/energia/a253971.html

https://www.aporrea.org/energia/a254319.html



El cálculo subsiguiente de “reservas probadas” no fue hecho a partir de los resultados de la actividad exploratoria, de descubrimientos y extensiones, sino por el método expedito de las  “revisiones” a punta de proyecciones automáticas del optimismo desaforado en cuanto a altos precios, bajísimos costos, estancamiento de la oferta y crecimiento exponencial de la demanda mundial de petróleo, en hojas de Excel (antes se hacían, como decía Pérez Alfonzo, afilando los lápices):

Descontando las “revisiones” concentradas entre 2006 y 2010, tal como se muestra en el cuadro anterior, aparece, por dos vías distintas, una cifra mucho más cercana a la realidad que confrontamos. Unos 60.000 millones de barriles, los cuales, pese a todo, constituyen una gran magnitud, a la cual se arribó con  una “revisión extraordinaria” hecha en 1986 para incluir las todavía moderadas “reservas” de la Faja.

Rystad Energy, una compañía especializada en estos temas, hace estimaciones parecidas sobre los recursos petroleros venezolanos, en base a las definiciones técnicas de los distintos estadios de desarrollo de las acumulaciones petroleras conocidas o estimadas.

No se trata de una santa palabra tecnológica, ni tenemos necesariamente que “estar de acuerdo” con esas cifras, pero si es indispensable tener en cuenta ese proceso de evaluación para poder realizar una estimación más certera de nuestras potencialidades petroleras y no seguir repitiendo como loros que “somos el país con la mayores reservas petroleras del mundo”, una consigna que sólo ha servido para preparar el casino donde hemos sido timados.

Las estimaciones de Rystad Energy se hacen suponiendo el sostenimiento de una producción de 2 millones de barriles diarios y los resultados son los siguientes:


Dependiendo de cuál de esas  cifras -entre 29 mil millones y  68 mil millones de barriles- escojamos para insertar al país en las estadísticas  globales, Venezuela se ubica entre el noveno  y el duodécimo país del mundo con reservas probadas/probables.

Esas siguen siendo posiciones respetables dentro de los más de sesenta países que producen petróleo, pero no para montar una fiesta por estar en ese ranking, a la manera de cualquier bateador de 300 en las Grandes Ligas, sino para decidir responsablemente el ritmo de su explotación, dentro del conjunto de medidas económicas y políticas requeridas para la reconstrucción de un país en ruinas.

Finalmente, y como estoy acostumbrando en mis últimas publicaciones, remito al lector a los sitios en donde se encuentran los trabajos donde he expresado, como ritornello, los mismos argumentos aquí transcritos.

 https://www.aporrea.org/autores/mendoza.potella

https://petroleovenezolano.blotgspot.com

https://www.academia.edu/41805065/Nacionalismo_petrolero_en_4_d%C3%A9cadas

 

                                CMP/ 7 de septiembre de 2020

martes, 1 de septiembre de 2020

Historia petrolera "a la carta"



 

Política petrolera venezolana

En cinco décadas


Carlos Mendoza Pottellá

Septiembre 2020

Originalmente había titulado estas notas, que pretendían ser volanderas, apelando a una rima de Gustavo Adolfo Bécquer: “¿Volverán las oscuras golondrinas petroleras?” Y me respondía: Todo parece indicar que sí, según las insistentes propuestas privatizadoras, que con todo su poder de fuego mediático y político están impulsando el desmantelamiento de la actual estructura legal y constitucional de la industria petrolera venezolana.  

Pero la magnitud del asunto planteado me obligó a revisar los términos de un debate en el cual he participado desde los años 70 del siglo pasado, para revivir aquí algunas de esas incidencias.

Es legítimo que, en las circunstancias trágicas como las venezolanas actuales, cada sector de opinión  pública, partido, gremio o asociación privada, elabore sus diagnósticos y proponga   la salida que a su parecer sea la más factible, menos dolorosa y conveniente para el  país o que se amolde a sus preferencias político-ideológicas y a sus intereses, colectivos o  particulares.

En ejercicio de ese derecho, debo decir que en este diferendo político está en juego, nada más y nada menos que el destino de este país como Nación soberana. Esa es, para mí, la entidad de lo que se dirime. Un asunto que tiene que ser asumido con conciencia de su gravedad y sometido un detallado escrutinio público sobre la pertinencia colectiva, social y, una vez más, nacional, de las opciones planteadas.

Lamentablemente, en el debate político actual, más allá de las propuestas inmediatas de los grupos en pugna por el control político del país, nos encontramos, de repente, debatiendo con insólita ligereza sobre la pertinencia de que un Estado tenga injerencia en el destino de los recursos naturales de la Nación.

De hecho, esa discusión es asumida por algunos proponentes modernos, con un desconocimiento, real o pretendido, de la historia universal después de la comunidad primitiva, la cual no es otra que la historia de los Estados-Nación, de sus orígenes sangrientos, guerras, conquistas, colonizaciones y destrucciones de unos para que otros prevalezcan, desde asirios, babilónicos, faraónicos, chinos, tártaros, mongoles, persas,  griegos, romanos, aztecas, incas y mayas, para sólo citar a los más conocidos de los antiguos, hasta los Estados feudales absolutistas europeos y asiáticos como el otomano y los modernos Estados liberales, monarquías constitucionales, reinos despóticos, socialdemócratas. comunistas, clericales o fascistas.

En medio de esa historia universal y en un mundo como el actual, donde los mayores de esos Estados se están disputando el control del globo desde los comienzos del Siglo XX y hoy definen sus fronteras, zonas de influencia, “patios traseros” continentales y derechos mineros en la Luna, en Venezuela prosperan discursos demonizadores de nuestro Estado: “Estado Omnipotente”, “Petroestado”, etc.

Lo más paradójico es que esa discusión se produce en un país con una cruenta historia de luchas por la soberanía e independencia como república, como Nación independiente, propietaria de sus minas desde hace 190 años.

Con un discurso que desconoce esa tradición y su evolución a través de todos los instrumentos constitucionales de los cuales se ha dotado, para pretender que el Estado no es la representación jurídica de  la Nación y que los propietarios de sus recursos de hidrocarburos son “sus ciudadanos”.

Vale decir, en nuestro caso, un porcentaje de los venezolanos vivos y ninguno de los que han de nacer en los años y siglos por venir, precisamente aquéllos que hacen eterna a la Nación.

Para ello se utiliza una socorrida confusión entre los conceptos de Estado y Gobierno, atribuyendo a esta instancia temporal los atributos del Estado perenne.

Como muestra de que se trata de un problema de larga data, transcribo mis reflexiones de hace 25 años sobre este asunto, salvando la distancia y las circunstancias particulares:

“La consideración fundamental que hay que hacer sobre el tema es que se trata de un problema político, de un problema de relaciones de poder, en el cual una peculiar agrupación, integrada por factores privados nacionales y extranjeros vinculados al negocio petrolero y cúpulas gerenciales de la empresa pública, ha logrado imponer como verdades indiscutidas un conjunto de postulados que mezclan realidades objetivas con una carga considerable de falacia.

Dichas afirmaciones forman parte de un programa definido que tiene como norte la expansión constante del negocio petrolero –independientemente de la pertinencia macroeconómica y el rendimiento fiscal de esa expansión- y la creciente privatización de las actividades en esa industria en particular.”

 [Mendoza P. De la participación estatal en el negocio petrolero,  Noviembre 1995, Inserto en Mendoza P. 2010, Nacionalismo Petrolero Venezolano en Cuatro Décadas, BCV, Colección Venezuela y su Petróleo, pág.273.]

https://www.academia.edu/41805065/Nacionalismo_petrolero_en_4_d%C3%A9cadas

También de esa época datan los argumentos generados por la gerencia petrolera aperturista, los cuales son esgrimidos ahora  como palabras sagradas para justificar sus “novedosas” propuesta:

“Al no resolver las diferencias entre Estado y Nación, le dejará al Estado la propiedad de los yacimientos petroleros cuando estos deberían ser propiedad de la Nación. Es decir de todos nosotros. El Estado es su ente regulador más no su dueño.

Mientras no entendamos que el Estado es parte de nosotros, pero no es todos nosotros, y que todos nosotros somos la Nación, seguiremos leyendo declaraciones como las de la UCV en relación con la apertura petrolera, en la cual se sugiere que todo lo que reste propiedad al Estado sobre la industria petrolera es “desnacionalizador”, así esa propiedad o parte de ella pase a manos venezolanas.”

[Alberto Quirós Corradi, El Universal, 14/9/1995- pág. 2-2] Subrayado mío, 2020]

Cinco días antes, Andrés Sosa Pietri se preguntaba:

¿Cómo invertir la inmensa fortuna que recibirá Venezuela si privatizamos a PDVSA? [El Universal, 9/9/1995, p. 2-2]

Mi comentario, en el mismo texto donde reproduje esas declaraciones fue:

“Planteadas las cosas en estos términos hipotéticos, también podríamos preguntarnos por la magnitud de la fortuna que recibiría la Nación venezolana –y sobre todo sus fuerzas “vivas”- por la venta del estado Zulia o ese deshabitado e improductivo estado Amazonas.”

 [Mendoza P., 1996, Apertura Petrolera Apertura petrolera: Nombre de estreno para un viejo proyecto antinacional, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones FACES-UCV, N° 2-3, págs. 225-254] -  Reproducido en Mendoza P. 2014, Nacionalismo  págs. 279-307. https://www.academia.edu/41805065/Nacionalismo_petrolero_en_4_d%C3%A9cadas

Como ya dije, pero repito, los citados personajes pretendieron  olvidar que patrimonio público significa propiedad colectiva y, en el caso de las minas e hidrocarburos, dada su magnitud, propiedad transgeneracional, eterna.

La privatización es una expropiación de la Nación presente y futura en beneficio de unos pocos,  aquél mínimo porcentaje de sus ciudadanos que tienen posibilidades económicas para participar del festín, y peor aún, que la lógica del mercado conducirá a la concentración de ese patrimonio en manos corporativas transnacionales.

En nuestros días, en lo que debería ser una legítima lucha política de oposición a un gobierno sustentado en una ideología política que no se comparte, al cual se le puede juzgar y condenar por corrupto, tiránico, ineficiente y fallido, justificando con ello que se  promueva su sustitución legal, algunos herederos de aquellas concepciones cruzan la línea para poner en juego, de manera irresponsable,  el patrimonio Nacional.

Peor aún, se pone ese patrimonio en la mesa de negociación con el Estado más poderoso de la Tierra, el cual ha ejercido y mantenido permanentes pretensiones geoestratégicas de control sobre los recursos de este rincón de su patio trasero, pretensiones, por cierto, mencionadas recientemente en su debate electoral: “Venezuela es parte de los Estados Unidos”. 

En todos los Estados que poseen petróleo en el mundo, aún en aquéllos anglosajones donde priva el principio de la accesión minera que otorga la propiedad  de las minas al propietario privado del suelo, la industria petrolera que esos ciudadanos erigen sobre el mismo está controlada por el Estado y sujeta a las prioridades estratégicas de éste, a una pesada carga fiscal y a un control directo de sus operaciones.

En tiempo presente, no se necesita más muestra que la intervención del Presidente de los Estados Unidos durante la más reciente crisis de los precios petroleros, en febrero-marzo pasados, imponiendo limitaciones a los productores petroleros privados  y negociando límites de producción con los países de la OPEP Plus y hasta presionando a un reticente México para que accediera a los recortes asignados. 

Sobre las propuestas de desmontaje de lo que un  sector de la opinión ha dado en llamar “petroestado” y los proyectos que cursan en instancias legislativas y centros académicos promotores del neoliberalismo más radical, he escrito recientemente varios artículos.

Impúdicamente, a fuer de haberme declarado en campaña personal contra estos desaguisados, transcribo una vez más los links en los cuales pueden encontrarse trabajos tales como

“Proyecto de Ley Orgánica para regularizar el comercio de esclavos en Venezuela”, “Agencia para el Despojo del patrimonio público”, “Agencia Venezolana de Hidrocarburos marca A.C.M.E”, “Soberanía, Delenda Est”,  “Cambalache Petrolero: La nueva apertura de PDVSA Ad Hoc”, “El Cuervo, El Pozo y el petróleo”, “La oportunidad la pintan calva… para la rebatiña petrolera”, “Vuelan los rebullones…  sobre el petróleo venezolano”, “Aquelarre privatizador de PDVSA Ad Hoc”, y otros:

https://www.aporrea.org/autores/mendoza.potella

https://petroleovenezolano.blogspot.com

Insistiendo en ese empeño, en esta oportunidad pretendo enfocarme en otros aspectos del problema, en particular, en la interpretación de la historia petrolera venezolana al gusto de ciertos consumidores.

Esto, sin mencionar muestras de ignorancia e irrespeto supino, como la del Presidente de la “Junta Directiva ad hoc de PDVSA”, Luis A. Pacheco, Ph.D., quien reduce esa historia a la pervivencia de ocho mitos sostenidos por Pero Grullo, Tarzán de los monos y Corín Tellado: “Venezuela’s Oil Mythologies Have Hindered Its Development”,  [https://www.bakerinstitute.org/files/12818/]  

A ese profundo estudio universitario me referí en mi “Cambalache Petrolero”. https://www.aporrea.org/energia/a287932.html

Para algunos escudriñadores del pasado, la oportunidad trágica que vivimos es propicia para sostener, a la manera de Jorge Manrique, que todo tiempo pasado fue mejor.

¡Pero cuidado! No cualquier tiempo pasado, sino precisamente aquél que suponen más conveniente para fundamentar sus argumentos y al cual adoban a su manera con tonos heroicos, omitiendo grises y oscuridades, y presentándolo lleno de bondades, para contrastar con el desastroso presente.  

Tal es el producto de comparaciones trucadas con épocas pasadas omitiendo los contextos prevalecientes en cada oportunidad. Este es el caso de nuestra historia petrolera.

Una historia contada anacrónicamente, a la manera de “Los Picapiedras”, trogloditas antediluvianos que manejaban “rocomóviles” y en sus hogares middle class se disfrutaba de la “rocovisión”.

Es el caso de los relatores de esta historia revisada “de la industria petrolera en Venezuela”, a la cual conciben como un ente con principios y valores perennes, independientes de cada contexto histórico,  idealizan el papel que ese ectoplasma desempeñó en todas las etapas que transcurren entre 1914 y 1998, en su lucha contra el “estatismo”, una peculiar enfermedad tropical de la cual sufrimos los venezolanos.

En un trabajo de octubre de 1997 me referí a ese síndrome:

“A lo largo de toda la historia de la industria petrolera venezolana, incluso antes de la nacionalización,  nunca ha faltado un capítulo dedicado a la educación”. (Subrayado nuestro)

 Es decir, que para la Gerencia Corporativa de Asuntos Públicos de PDVSA, “la industria petrolera” sigue siendo la misma, desde 1917 para acá, y que el “Petróleo en Gotas” de Maraven  tiene los mismos propósitos del “Petróleo en Pocas Palabras” de la Shell, que en 1960 trataba de convencer a los venezolanos de la peligrosidad de la competencia del petróleo árabe y de la inconveniencia de asociarse con esos milenarios negociantes que se aprovecharían de nuestra ingenuidad.

[Mendoza P.Privatizadores a la ofensiva... y con todos los hierros”, en  Crítica Petrolera Contemporánea, FACES-UCV, Caracas 2000. págs. 80-83]

Veamos una lectura, con sesgo malicioso, de ese trayecto.

En ese lapso “la industria” logró vencer, en cada momento, las acechanzas del estatismo, y se dio maña para preservar y maximizar la inmensa tajada de la renta petrolera que extraían en Venezuela para sus respectivas casas matrices.

Así lo expone abiertamente el principal teórico de esta visión, quien también es la fuente de la mención anterior:

“Se pueden distinguir tres etapas en el desarrollo de la industria petrolera venezolana: la primera culmina con la nacionalización a mediados de los setenta, la segunda corresponde a la consolidación de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), y la tercera es la etapa actual, de reapertura del sector a la inversión privada”.

“Entre 1920 y 1938 se aprobaron siete leyes de hidrocarburos. Cada una representaba un avance en la posición rentista del Estado.”

 “La presión tributaria, la limitación de las concesiones y el hostigamiento constante en las operaciones, desestimuló la inversión petrolera a lo largo de los sesenta...”

“Después de sesenta años de operaciones, la industria petrolera era tan nacional como cualquier otra. La gerencia, el personal técnico, los obreros, eran esencialmente venezolanos”

“La segunda muestra de adopción de una política de orientación productora fue la eliminación, en 1993, del Valor Fiscal de Exportación...”

 [Ramón Espinasa en su trabajo “El Negocio Petrolero” en Debates IESA N°2 – Citado por Mendoza P. 2000, Loc. Cit.]

Así pues, “la industria” derrotó las incipientes pretensiones reivindicativas del interés estatal de Gumersindo Torres en 1920-1930 y de Néstor Pérez Luzardo en 1936. Luego,  y a pesar de haber sido obligada por el Departamento de Estado norteamericano a concertar un convenio con Isaías Medina Angarita en 1943,  se dio maña para encontrar mecanismos amortiguadores de los dañosos mecanismos estatistas que ya se asomaban.

En Noviembre de 1948, “la industria” derrotó por nocaut las pretensiones perezalfonzianas de ejercer la soberanía nacional ¿?,  sobre la regalía petrolera, cobrada en especie para cambiarla por carne argentina. Insolencia que se puede medir por el hecho de que se trataba del 16,6% del valor de la producción del mayor exportador petrolero del mundo… y para negociarlo fuera de los canales corporativos con otros paisitos.

Desde entonces, “la industria” vivió diez años de paz y cosecha fructífera de dividendos, en tiempos de Pérez Jiménez, cuando obtuvo nuevas concesiones en áreas probadas y nadie se acordó de estar vigilando puntillosamente las relaciones entre utilidad neta empresarial y participación fiscal.

En el transcurso de cuatro décadas, 1920-1960, “Venezuela se convirtió  en el mayor exportador mundial de petróleo”, comprendiendo que en ese entrecomillado la referencia al país es apenas un pudoroso velo para no decir Creole, Shell, Mobil, Gulf Oil, Texaco, Phillips, Standard de California y otras eficientísimas filiales corporativas.

En efecto, partiendo de menos de 20 mil barriles diarios en los años 20, “la industria” llegó a extraer de Venezuela 3 millones 700 mil barriles diarios, en 1970.

Pero no todo lo bueno dura para siempre…

Como dije, en tiempos de Pérez Jiménez “la industria” disfrutó la gloria… hasta llegar al funesto año de 1960, (según lo evalúa Espinasa en el párrafo citado)  cuando comenzó a sufrir los primeros embates reales del estatismo:

El mismo proponente de la percepción de regalías en especie, sin haber cogido escarmiento con la lección de 1948, se atrevió a inventar una satánica Corporación Venezolana del Petróleo, de propiedad… ¡válgame Dios!... estatal y, además, logró el establecimiento por vía constitucional de un principio según el cual no se otorgarían nuevas concesiones a “la industria” al vencimiento de las entonces vigentes.

Años más tarde, “la industria”, ya en su etapa “nacionalizada”, evaluó la política de “no más concesiones como una agresión a “la actividad productiva petrolera”:

…y ya en la era democrática, se desataron fuerzas nacionalistas en contra de la actividad productiva petrolera. En lo institucional, esto se sintetizó en la política de “no más concesiones” --- La presión a partir de 1958 en contra del capital provoca un proceso de desinversión neta…“ [PDVSA. Guías Corporativas 1993-1998. Visión a Largo Plazo, pág. 6]

Respecto a aquella sulfurosa Corporación, “la industria” logró en su momento torcerle el brazo a gobiernos bastante asustadizos en materia de sus relaciones con las casas matrices y sus Estados metropolitanos, logrando que ese engendro se mantuviera prácticamente nonato, reducida a una mínima capacidad de producción, dos mini barquitos, una oficinita de comercio en New York y una mini refinería, que no hacían mella en el control de “la industria” sobre el petróleo venezolano.

Pero, simultáneamente, se produjo otro evento estatista, esta vez de proporciones internacionales: el mismo genio del mal que ideó a la fulana “CVP”, propuso la constitución de un “compacto petrolero” para concertar las voluntades de  un puñado de paisitos para la defensa de los precios de sus crudos, base de cálculo de sus respectivas participaciones fiscales, países en los cuales “la industria” extraía más del 60% del petróleo producido en el mundo.

Pero, como siempre hay un Dios que protege a los buenos, ese organismo, pomposamente autodenominado “OPEP” no logró funcionar, más allá de mudarse de Ginebra para Viena y organizar Secretariados y departamentos de estudios, sin tener incidencia efectiva en los precios de realización, los cuales siguieron siendo dictados unilateralmente por “la industria” hasta 1971.

En esta nueva década sucedieron eventos que obligaron a “la industria” a remozarse: las guerras entre árabes e israelíes, el embargo petrolero anunciado por aquéllos contra quienes apoyaron a su contrincante, la cuadruplicación de los precios del petróleo y un sinfín de novedades suficientemente documentadas desde entonces, hicieron aparecer el fantasma de la “seguridad energética de Occidente” y la necesidad de planificar un suministro garantizado a largo plazo..

Entendiendo los peligros que en ese entonces, tiempos de aguda  Guerra Fría, comportaban para “la industria” y “Occidente” en general, los brotes de un nacionalismo radical, el cual ya despuntaba en Libia y Argelia, los peligrosos proyectos como el de la República Árabe Unida de Nasser, más la presencia amenazante de la Unión Soviética en las cercanías de sus yacimientos en el Medio Oriente, “la industria” ideó un plan para desmontar esos riesgos del extremismo.

Textualmente, según sus principales ideólogos, usar la política del palo y la zanahoria: impulsar una “nacionalización” diseñada por ella misma. Una retirada táctica al estilo judoka que le permitiría a “Occidente” ganar la estratégica guerra del petróleo.

La ejecución de ese plan comenzó en octubre de 1972, con el Acuerdo General de Participación, mediante el cual los países productores del Golfo Pérsico se hicieron propietarios del 25% de los activos de las industrias que extraían el petróleo en sus respectivos territorios.

Su justificación fue expuesta por los voceros y geo estrategas de “la industria”, en particular James Akins, Zar energético de Richard Nixon [The Oil Crisis: This Time the Wolf is Here”, J. E. Akins; 1973; Foreign Affairs] y Gerard M. Brannon de la Fundación Ford,  [“Políticas respecto a la OPEP” ,1974] quienes teorizaban sobre la conveniencia de que los Estados productores controlaran las fases primarias del negocio, teniendo en cuenta que las mismas  seguirían atadas a las redes de la "industria global”, que la tecnología y los técnicos que utilizarían estas empresas “estatizadas” seguirían siendo los mismos y, como broche de oro, que no tendrían otra alternativa sino operar con los medios y canales de comercialización de las casa matrices corporativas.

Ya en ese tiempo, Akins se refería a las  propuestas hechas a Venezuela para comenzar la explotación conjunta de la Faja del Orinoco, las cuales se estaban discutiendo con el gobierno venezolano desde 1971.

El suscrito comentó estas incidencias de la siguiente manera:

El Acuerdo General de Participación, limitado a las operaciones de exploración y producción, constituyó el primer gran ensayo de una fórmula substitutiva del régimen concesionario. En él están prefiguradas todas las características que van a ser plasmadas con virtuosismo en la nacionalización petrolera venezolana y que garantizarían el mantenimiento de la relación dependiente que estamos analizando.  (Mendoza P., 1983.  De las Concesiones a los Contratos, / Ed. El Perro y la Rana 2011, pág. 107.),

De tal suerte, en septiembre de 1973, el Presidente de la mayor filial venezolana de “la industria”, planteaba la conveniencia de esa salida: Robert N. Dolph, Presidente de la Creole Petroleum Corporation declaraba, repitiendo los mismos argumentos de Akins, sostenía de manera insólita, que…

“…es al pueblo y al gobierno  de Venezuela a quienes corresponde decidir en ejercicio de su soberanía, el papel que jugarán las corporaciones en Venezuela. A la luz de lo que ocurre en el mundo,  … mucho antes de 1983.”

(22 de septiembre de 1973. Once meses antes, en octubre de 1972 se habían producido declaraciones similares de J.J. De Liefde, Presidente para entones de la Compañía Shell de Venezuela)

 [Mendoza P. Loc. Cit. Pág 124, citando  a Rodríguez G. y Yánez, Cronología ideológica de la nacionalización petrolera venezolana, FACES UCV 1977, pág. 115]

Cuando los líderes de las mayores corporaciones extranjeras instaladas en el país comienzan a hablar de los derechos soberanos del pueblo venezolano… ¡prepárense! Que lo que viene es joropo.  

Sin embargo, habiendo sido ya concertada esa transición escalonada en el Medio Oriente, la cual sólo en 1982 otorgaría a aquellos países el 51% de la propiedad sobre los activos petroleros, los venezolanos continuaban con su ilusión de tomar el control total  de la industria en 1983. Incluso, aprobaron una Ley en 1973 para garantizar la intangibilidad de los activos que deberían “revertir” en aquel año.

Esa amenaza venezolana  a “la industria” fue percibida entonces por tres miembros de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, quienes propusieron el envío de una “task force” para proteger sus intereses en Venezuela.

Pero estos desprevenidos congresistas fueron callados por la propia industria, la cual ya tenía, como hemos visto, una salida diseñada:  Su propia auto-nacionalización, esta vez, a la venezolana.

A diferencia de otros tiempos, cuando promovía golpes de Estado, y como confirman las citadas declaraciones de Dolph, más las  K. Wetherell  y J.J De Liefde, de la compañía Shell de Venezuela, “la industria” espoleó el adormecido espíritu nacionalista de los venezolanos.

Y así, previo debates para el público de galería, sobre indemnizaciones y lucros cesantes, pero con “avenimientos” subterráneos, en agosto de 1975 las mismas concesionarias  designaron, de su seno, a quienes asumirían el primero de enero de 1976, la gerencia petrolera venezolana: el entonces Presidente de la Compañía Shell de Venezuela se convirtió en Presidente de la “Operadora Nacionalizada” Maraven. El Vice-Presidente de la Creole Petroleum Corporación, filial venezolana de la Standard Oil-Exxon se transmutó en Presidente de Lagoven, otra “Operadora Nacionalizada”.  

El mismo esquema se repitió once veces con los gerentes de las demás filiales transnacionales, travestidos en gerentes de empresas estatales, un tipo de empresa que ellos habían enfrentado y ridiculizado durante décadas.

Además, cada una de esas nuevas operadoras contaba, de acuerdo con el avenimiento, con un Contrato de Asistencia Técnica que garantizaba la presencia de su antigua casa matriz en todos los negocios futuros. (Cambio de Patrón de Refinación, desarrollo de la Faja del Orinoco,  proyectos gasíferos costa afuera, control de siniestros, suministro de equipos, aditivos, partes y piezas, por ejemplo)

Las mayores de ellas habían sido dotadas, además, con un Contrato de Comercialización que garantizaba sustanciales descuentos en los precios de los crudos distribuidos en sus particulares redes de mercados.  

Como alertaban las críticas de los eternos inconformes y profetas del desastre, los negocios de “la industria” en Venezuela continuaron viento en popa y con perspectivas de mejorías, en los megaproyectos de la Faja, la posible expansión de la exploración y producción hacia áreas que no habían estado bajo concesiones, los negocios internacionales que se iniciaron en 1983 (la compra total o parcial de 19 refinerías chatarra en el exterior, “porque las estaban vendiendo” y quedaban fuera de la garra fiscal del Estado) y las perspectivas de materialización efectiva de la apertura total, que ya estaba prevista en la Ley que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos con la disposición de su Artículo 5° que hacía posible la constitución de empresas mixtas para el desarrollo de las actividades reservadas al Estado.

Las condiciones para el regreso completo a los negocios “as usual” se estaban haciendo propicias, además,  por la eliminación del Valor Fiscal de Exportación, la erosión paulatina de la Regalía, el desmantelamiento del Ministerio de Minas e Hidrocarburos  y el sabotaje a las decisiones “anti-industria” de la OPEP, concretado en la constante violación de las cuotas acordadas en esa perversa Organización.

Una muestra de los resultados de esa gestión, en cuando a la minimización del exagerado “government take”,  la presento en el siguiente gráfico:



La mencionada quita impositiva fue el factor determinante de que 1998 y 1999 fueran los años de menor participación fiscal petrolera en el lapso considerado 1990-2006. Aun tomando en cuenta la novedosa figura de “dividendos” con la cual se quiso compensar el desmoronamiento.

Las perspectivas de la re-privatización ya se estaban exponiendo públicamente. El  máximo dirigente de “la industria”, Luis Giusti, lo proclamaba abiertamente, hasta con un remitido pagado, el 21 de junio de 1997, en la revista Time, precisamente dirigido a los oídos sensibles en el escenario donde se debaten los destinos del mundo, en el cual  expuso los planes de una privatización parcial de “solo 15%”, debido a lo poco preparado que estaba el público venezolano para lo inevitable: la privatización total.

Adentrándose  en espacios más amplios, hacia la toma del poder político directo, en los escenarios estudiados por la dirigencia meritocrática para las elecciones de 1998, este destacado estratega aparecía como la opción presidencial óptima para una “Dictadura Modernizante”, cuya implantación fue gestionada infructuosamente en el norte: El Vicealmirante Muñoz León, mensajero de ocasión, no obtuvo la autorización indispensable del Departamento de Estado para tal proyecto.

Con el perdón del lector, me voy a permitir otra larga cita:

“…Y es así, también, como el nombre de Luis Giusti comienza a ser mencionado como el del consenso de las fuerzas conservadoras y antinacionales para una “solución de emergencia”. Y es entonces cuando comienzan las confesiones que hacen innecesarias las denuncias:

En la industria petrolera “tenemos un proyecto político desde hace quince años”, “una dictadura modernizante garantizaría el cumplimento pleno de los objetivos de la corporación”: “Se elimina el Valor Fiscal de Exportación. Se modifica el esquema tributario para promover la inversión. Apertura amplia a capitales privados  nacionales y extranjeros en todas las actividades petroleras. Promoción efectiva de la industrialización de los hidrocarburos. Precios del mercado interno competitivos... Venezuela se sale de la OPEP”.

[PDVSA, Coordinación de Planificación Estratégica, “Escenarios Nacionales a Mediano y Largo Plazo”, Caracas junio de 1993. Luis Giusti, Coordinador].

“Venezuela ha venido sobreproduciendo desde hace unos diez años”.

 [Luis Giusti, El Nacional, 21 de Febrero de 1998. Pág. E-1] (Traducción CMP: PDVSA viene violando las cuotas concertadas con la OPEP desde hace 10 años)

[Mendoza P., La herencia transnacional en el seno de PDVSA: los bebés de Rosemary, en  Crítica Petrolera Contemporánea, FACES-UCV, Caracas 2000. pág. 113]

Y según las propias declaraciones de Giusti al Weekly Petroleum Argus en esos días, su próximo trabajo en Venezuela sería el de Presidente de la República.

Ese mismo año, la caída de los precios como consecuencia del sabotaje aperturista, los llevó hasta niveles inferiores a los 10 dólares el barril, lo cual comportó una pérdida neta de más de 90 mil millones de dólares para los países miembros de la OPEP en su conjunto, 10 mil de los cuales correspondieron a Venezuela. La factura petrolera de los Estados Unidos disminuyó, en consecuencia, en 30.000 millones de dólares.

“La industria” global no fue mezquina. Ese mismo año, su principal mentor en el país fue proclamado el Ejecutivo Petrolero del año, como el mejor representante de las ideas y principios de la industria a nivel global:

“Luis Giusti recibió el premio “Petroleum Executive of The Year” que confiere la Revista Petroleum Intelligence Weekly al más destacado líder de la industria a nivel mundial, según el dictamen de un jurado integrado por directivos de las principales corporaciones petroleras internacionales.”

"The process by which the winner of this award is selected is particularly noteworthy and assures that the selection is fully representative of the views of the industry".

Nominations for the award were solicited from CEOs and other senior managers of over 100 of the world's largest oil and gas firms, as they appear in the annual rankings by Petroleum Intelligence Weekly (PIW). The nominations were reviewed by a group of senior oil executives, who made the final selection.
 
[Raja Sidawi, Chairman of Energy Intelligence, Marzo 2006]

Evidentemente, los principales dirigentes venezolanos de “la industria” estaban cumpliendo cabalmente con los intereses generales de la misma, ateniéndose a los modernos principios de la gerencia corporativa globalizada en tiempos de unipolaridad.

En esta instancia, me corresponde aclarar que mis referencias a la gerencia petrolera de orientación transnacional no comporta ninguna evaluación negativa individual y prejuiciada hacia los miles de empleados y técnicos que laboraron y desarrollaron sus capacidades en las antiguas concesionaras, quienes luego constituyeron la nómina operativa inicial de la industria nacionalizada.

 Confieso que algunas de mis expresiones fueron en su tiempo demasiado genéricas, sobre todo cuando hablé con rudeza  de “los bebés de Rosemary” de la trasnacionalidad y  ocasioné la protestas de algunos, quienes se sintieron aludidos injustamente.

La presunta meritocracia fue, por el contrario, y como denunciaron varias de sus víctimas, un mecanismo sibilino para seleccionar, vía campana de Gauss aplicada con vetos previos y otros métodos non sanctos, a una dirección complaciente con las líneas maestras anti estatales, decantándose de funcionarios críticos e incómodos, a quienes se posponía y excluía, a pesar de sus títulos y méritos reales.

En fin, este ha sido un resumen, apresurado por la voluntad de hacer crónica urgente, de una novela que se quiere seguir vendiendo: “La Industria Petrolera contra el Estado Rentista”.

Ese pasado es, precisamente,  el que hoy, con legítimo orgullo, sus albaceas pretenden reverdecer con las propuestas aperturistas, -desnacionalizadoras, en mi lenguaje extremista-  en curso en la Asamblea Nacional y en el debate público.

Pero también es el mismo que combatimos, desde su gestación hace 45 años, algunos redomados estatistas, quienes pretendemos garantizar que no vuelvan aquellas golondrinas que, a la manera de Bécquer,“aprendieron nuestros nombres”.

CMP/ 01/09/2020