domingo, 3 de diciembre de 2017

STERCUS DEMONIS y malas intenciones

A propósito de las recientes y reiteradas distorsiones de los postulados de política petrolera del Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo, que intentan ridiculizarlos, afirmando que él concebía al petróleo como un excremento, traigo al frente  una vieja entrada en la cual hice observaciones que me parecen pertinentes hoy más que nunca:

“Hundiéndonos 
en el excremento del diablo” 
de 
Juan Pablo Pérez Alfonzo

Precisiones ineludibles

Carlos Mendoza Pottellá

CUBAGUA:
 “…tiene en la punta del Oeste una fuente ó manadero de un licor como aceyte junto á la mar en tanta manera abundante que corre aquel betun ó licor por encima del agua de la mar haciendo señal mas de dos y de tres leguas dela isla é aun dá olor de sí este aceyte Algunos de los que lo han visto dicen ser llamado por los naturales stercus demonis é otros le llaman petrolío é otros asphalto y los queste postrero dictado le dan es queriendo decir ques este licor del género de aquel lago Aspháltide de quien en conformidad muchos auctores escriben.”   Sevilla, 1535.
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, Historia general y natural de las Indias, Volumen 1, pág. 593. 



Aunque pueda parecer un cambio de tema, ésta es una continuación de “Pescadores en río revuelto”, escrito publicado en Aporrea recientemente,  en el que abordábamos el tema de las propuestas neoliberales que impulsan la privatización de  PDVSA y el reparto anticipado entre los venezolanos “vivos” del patrimonio de la Nación eterna.

Me refiero a un trabajo en particular, surgido de la matriz CEDICE, en el cual su autora, Isabel Pereira Pizani, se pregunta ¿Cuánto saben los venezolanos de su industria petrolera? , y presenta un estudio comparativo entre Noruega y Venezuela, cuyos planteamientos, muchos de ellos acertados, están impregnados de neoliberalismo, pero merecen ser considerados con seriedad.

Llamó mi atención el título del primer capítulo de su trabajo: “En Noruega el petróleo nunca será excremento del diablo”. Y de allí surge mi impulso a hacer algunas precisiones históricas:

Juan Pablo Pérez Alfonzo, como cualquier venezolano puede reconocer, fue un activo defensor del interés nacional en materia petrolera y, como tal, atento investigador de cuanto se produjera en esta materia. De manera particular,  a principios de los años setenta llamó su atención una obra de dos autores noruegos que analizaban  el “Efecto Venezuela”, un país que llegó a ser desde mediados de los años 20, hasta finales  de los 50, el mayor exportador de petróleo y que no pudo “sembrar” la riqueza recibida por la liquidación de su patrimonio minero. Tanto hizo referencia a ese texto, que muchos compatriotas piensan que Pérez Alfonzo es el autor de ese “efecto Venezuela” y sus hallazgos.

Empero, es necesario recordar que, desde mayo de 1931, Alberto Adriani, nuestro primer economista, en su artículo “La crisis, los cambios y nosotros”[1],  analizaba lo sucedido en los diez años anteriores con la riqueza producida por nuestro primer boom petrolero:

Durante los años de la prosperidad hubiéramos podido descubrir en esa situación de apariencias tan favorables, ciertos aspectos adversos. Los beneficios de la industria petrolera no podían ser los que esperábamos. 

Es verdad que esta industria aumento el volumen de nuestra producción y de nuestra exportación, acreció la productividad del trabajo nacional y apresuró mejoras en nuestras comunicaciones con el exterior y en nuestras facilidades para el comercio extranjero.

Sin embargo, por su índole y por la estructura particular que ofrece en Venezuela, esa industria es, desde el punto de vista económico, una industria extranjera enclavada en nuestro territorio, y el país no obtiene ventajas con las cuales podamos estar jubilosos, por más que sean, en cierto sentido satisfactorias.
En lo que atañe al superávit de nuestra balanza de pagos, cabe preguntarnos: ¿Se economizó? ¿Se convirtió en reserva del país? ¿Se convirtió en inversiones útiles, susceptibles de aumentar la productividad del país?  … en general puede afirmarse que fue mucho mayor la parte que se empleó en consumo inmediato…

Muchos de los beneficiados por los años de prosperidad y otros por seguir su ejemplo fueron los constructores de lujosas mansiones, los pródigos viajeros de los viajes de placer, los consumidores de automóviles, de victrolas, licores, sedas, prendas, perfumes y otros artículos de lujo.

La creciente conciencia de que ese no podría ser un destino socialmente aceptable para el ingreso petrolero fue sintetizada 5 años después, por Arturo Uslar Pietri, compañero de gabinete y recopilador de la obra de Adriani, en su reconocido editorial del Diario “Ahora”: Sembrar el petróleo.

Esta consigna fue asumida con diferentes énfasis y orientaciones por todos los gobiernos subsiguientes y aún hoy sigue siendo proclamada como el camino hacia una economía autosustentable y diversificada, post petrolera.

Pero ya en 1971, Pérez Alfonzo, en abierta crítica a los infructuosos esfuerzos de todos los gobiernos y sus políticas de industrialización, urbanización, sustitución de importaciones y reforma agraria, hablaba de la “imposible siembra” y se pronunciaba por la creación de fondos de ahorro que limitaran los efectos perversos del aflujo torrencial de la renta petrolera.

Por su insistencia se constituyó el FIV, Fondo de Inversiones de Venezuela, de corta vida, al convertirse, como todos los fondos creados posteriormente, en una fuente para multiplicar los gastos de consumo externo improductivo.

Los que si aprendieron del “efecto Venezuela”  estudiado por ellos, fueron los noruegos, quienes constituyeron, años después el “Fondo para las nuevas generaciones”, al cual se destina el 96 por ciento del ingreso externo generado por su industria petrolera, para impedir el “efecto Venezuela” o “enfermedad holandesa”, como también se le conoce y descubrieron tardíamente, en los años 80, nuestros noveleros economistas desconocedores de Adriani.

Y aquí retomamos el debate original: el Fondo noruego para las nuevas generaciones no tiene nada que ver con los fondos promovidos por CEDICE, para el reparto, entre los venezolanos “vivos”, de los beneficios anuales de la industria petrolera.

Y la precisión prometida: cuando Pérez Alfonzo tituló su obra “Hundiéndonos en el Excremento del Diablo”, hacía referencia a la denominación “stercus demonis”  registrada por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en el Siglo XVI, y se refería, no al petróleo en sí mismo, sino, justamente, a su imposible siembra mientras fuera generadora de una simple economía de consumo, como la descrita por Adriani.

Excusándome por la referencia personal, debo decir que esta última afirmación proviene de la circunstancia de haber sido el editor de la primera y subsiguientes publicaciones de esa obra. Discutiendo el título de esa colección de ruedas de prensa y documentos presentados entre 1972 y 1976, se buscaba un símil del nombre petróleo: mene, oro negro, brea, bitumen, etc. 

Alguien recordó al citado conquistador y cronista de Indias, y ese fue el nombre escogido por el autor: “stercus demonis”.

CMP, Noviembre 2017

Como un pertinente complemento, de cuyo contenido me hago solidario,  me permito transcribir los comentarios que me hiciera, en comunicación privada,  Juan Pablo Pérez Castillo sobre el trabajo que motivó este artículo:


 Interesante artículo de Isabel Pereira Pizani, aunque de poca relación con  Venezuela.  De ahi que el trabajo que presenta es engañoso en cuanto a su propósito, aunque tenga elementos que ameritan consideración, aún para el caso venezolano.
¿Cómo puede un investigador serio considerar que son comparables los dos casos petroleros, cuando el petróleo en Noruega apenas represanta el 12% del PBI actual y un 7 a 8% cuando se inició su boom petrolero, además de apenas representar hoy un 13% del ingreso del Estado y 37% del valor de las exportaciones?  
El petróleo en Noruega núnca ha sido una actividad crítica para el país y sigue sin serlo hoy.  Lo que ha sido crítico son los ingresos petroleros, facilmente abordados porque la economía era entonces y sigue siendo hoy solvente y sustentable sin el petróleo.  De manera que crear y mantener a traves de los años el fondo estatal fue y sigue siendo sencillo.
Escribir, como lo hace IPP, que la diferencia es apenas de aplicación correcta de politicas, especialmente en cuanto a la participación del soberano pueblo es como mínimo engañoso, sino tendencioso, ya que durante gran parte del período que "analiza" la autora Venezuela era una democracia muy parecida a la de Noruega, pero enfrentando intereses nacionales y extranjeros contrarios a la politica petrolera que no enfrentaba Noruega.
 ¿Por que no menciona los problemas con PDVSA?  Seguramente por que para ella no eran problemas.  
La autora no trata el verdadero significado de las palabras "exremento del diablo" -- capacidad (o, en nuestro caso, incapacidad) de absorción de los recursos líquidos en divisas, por parte de la sociedad para convertirlos en crecimiento y bienestar, frente a las necesidades de la ciudadanía  Noruega, que nunca ha tenido ese problema.  Es decir, nunca ha sufrido el "resource curse".  
Lo que convierte en "curse" al petróleo es la abundancia de "dinero en divisas" frente a la incapacidad de absorción del país (convertir las divisas en capital productivo, es decir, en crecimiento económico).  Pero no basta con ese crecimiento, debe tambien contribuir a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos -en nuestro caso, una más justa distribución del ingreso.
(J.P. Pérez Castillo - editado tipográficamente por C. Mendoza P. - Dic.2017)





[1] Valecillos y Bello,   La Economía Contemporánea de Venezuela.  Alberto Adriani , La crisis, los cambios y nosotros, Tomo I, págs. 21-42., Banco Central de Venezuela, Colección Cincuentenaria, Caracas, 1990.. 

sábado, 23 de septiembre de 2017

DE LAS FANTASÍAS AL "PAQUETE CHILENO"



Factor de Recobro:

De las fantasías al “paquete chileno”


Carlos Mendoza Pottellá
Septiembre 2017


En los números 2 y 3 de la Revista “Síntesis” suscribí, sucesivamente, las dos partes de un trabajo titulado “Petróleo venezolano: Recursos, reservas y fantasías”. En el mismo advertí sobre las interesadas y engañosas manipulaciones de los conceptos de petróleo originalmente en sitio, recursos contingentes, factor de recobro, reservas probadas y reservas probadas desarrolladas.

Debo retomar esos planteamientos ahora, en momentos críticos para nuestro país, porque están siendo esgrimidos para levantar sueños de redención milagrosa y satanizar a quienes advierten sobre los peligros de una percepción distorsionada de la realidad.

Se trata, en lo fundamental,  de las relaciones entre los conceptos de “petróleo in situ” (petróleo originalmente en sitio) y reservas probadas. Dos magnitudes definidas que refieren a un “todo” y a una de sus “partes”.

Como referí en el trabajo citado, la primera de ellas es el todo, un dato relativamente estático, resultante de una evaluación geológica y de los parámetros físicos que se determinen de la misma, el cual designa al volumen total de petróleo que, con un cierto grado  de precisión se determina que existe en una  localización, país o región.

Mientras que la segunda, las reservas probadas, constituyen una variable que se estima como el porcentaje del petróleo in situ que es factible extraer  dados los costos, precios y tecnología disponible en cada momento. A ese porcentaje se le suele denominar “factor de recobro”.

En tanto que magnitud variable, las reservas probadas (y por ende, su factor de recobro), cambian cada año, período en el cual se evalúan los elementos  que las incrementan o las disminuyen.

De tal suerte, al final de cada año se le añaden los resultados de las actividades exploratorias: Descubrimientos de nuevos yacimientos y extensiones de los existentes, resultados de la actividad de perforación de nuevos pozos. 

Igualmente, se le restan las cantidades producidas en ese lapso.

Los precios del petróleo constituyen un principalísimo factor del aumento o la disminución de tales reservas, que determinan revisiones, las cuales serán al alza en tiempos de crecimiento de los mismos y a la baja cuando esos precios caen.

La incorporación de nuevas tecnologías, en la medida que sus costos las hagan factibles, constituye un elemento que eleva las reservas probadas. Un claro ejemplo de ello lo constituye la evolución tecnológica que ha permitido la explotación creciente del crudo de lutitas (esquistos) en los Estados Unidos.

Por todo lo anterior, una presentación como la que registra a las reservas probadas de Venezuela como una magnitud constante a partir de 2010 y durante 7 años, es el resultado de una voluntaria distorsión de la realidad, ya que nuestras reservas, además de ser las mayores del planeta, son inmodificables, a cualquier precio y nivel de producción.



















En sentido contrario, en la siguiente lámina se presenta una muestra de las reservas probadas reportadas por 68 compañías que cotizan en bolsas de valores a nivel global, la cual registra el comportamiento diferencial de esa variable: creciente entre 2010 y 2014, decreciente entre 2014 y 2016, al mismo ritmo del sentido del nivel de los precios petroleros prevalecientes en ambos lapsos. 

¿La razón de este comportamiento?: Esas compañías están regidas por las normas mercantiles y estatales  que protegen a los inversionistas en el mercado accionario, garantizando  que las reservas reportadas sean realmente recuperables dentro de un lapso y a una tasa interna de retorno que haga rentable su inversión.

Como compañía que no cotiza en bolsas, PDVSA tiene la potestad de calcular sus reservas según parámetros políticos soberanos, puramente físicos e inamovibles. Su desprotegida accionista es una sola: la Nación venezolana eterna, esa cuya inmensa mayoría de integrantes vivos son adormecidos por discursos embaucadores y, más indefensos aún, los que aún no han nacido.

La caída de los precios entre 2015 y 2016  afectó a productores de todas las regiones, pero, como se observa en la siguiente lámina, el impacto mayor fue en Canadá, que hubo de reducir  cerca de 8 mil millones sus reservas probadas en arenas bituminosas.










Ello estuvo determinado, como es del dominio público, por el retiro de las principales corporaciones internacionales de sus negocios canadienses.

Al respecto, y en otro trabajo para Síntesis (6/6/17), “Mirándonos en el espejo canadiense” establecí el paralelismo de nuestras dos realidades como poseedores de crudos extrapesados en las condiciones actuales del mercado.
Nuestras reservas –extrapesadas, no bituminosas, por si acaso- no disminuyen, porque nuestra empresa nacional mantiene sus planes y presupuestos, garantizados por un factor de recobro de 20% que  podríamos  extender y “certificar” hasta un 40%,  tal como como se ha propuesto recientemente, una decisión patriótica de soberanía sobre nuestros recursos petroleros.



Un ejercicio con las cifras reales de los dos mayores campos de la Faja actualmente en producción, Zuata Principal y Cerro Negro Anzoátegui, nos muestra que las tasas de recobro reales, a los niveles de producción actual, en 50 y 100 años serían:

1,62 % y 3,24 %  para Zuata Principal, 1,97 % y  3,95 % para Cerro Negro.

Duplicando la producción en esos campos, el factor de recobro para los mismos lapsos, sería:

3,24 % y 6,48%  para Zuata Principal, 3,95 % y 7,89 % para Cerro Negro.




Dentro de cien años, el petróleo remanente en el sitio supera, en ambos casos, el 90% (la tasa de no-recobro). Entonces, ¿Qué sentido tienen los flamígeros llamados al combate  para reclamar un factor de recobro del 40%?  Simplemente, decir, dentro de cien años, que todavía nos queda más del 95% del petróleo originalmente en sitio.

El factor de recobro no es una meta voluntariamente establecida por el titular de la propiedad de los yacimientos, por el contrario, depende de las condiciones del yacimiento, el tipo y gravedad API del crudo y los precios del petróleo en cada momento.

Con la tecnología contemporánea, en yacimientos de crudos livianos y extra-livianos, de bajo contenido de azufre y  35-40 grados API, a precios superiores a los 70 dólares, es factible esperar un recobro del 70% o más.

Pero en yacimientos de crudos extrapesados y ácidos, de menos de 10º API, que deben ser sometidos a costosos procesos de “mejoramiento” (upgrade), vale decir, llevarlos a una gravedad cercana o superior a los 30º API y remover los niveles de azufre para así poder procesarlos en refinerías convencionales, y a los precios máximos vigentes de 50 dólares el barril  para el marcador WTI, difícilmente se sobrepasa un factor de recobro de 10%, tal como lo muestra el ejercicio hecho con cifras reales y duplicadas en los yacimientos de Zuata y Cerro Negro.




En cualquier caso, si los planes de producir 4 millones de barriles diarios de la Faja del Orinoco fueran factibles y se alcanzaran y mantuvieran, considerando unas reservas probadas de 260.000 millones de barriles, las mismas se agotarían en 178 años, o en el doble de ese lapso, 356 años, si determinamos “soberanamente” que el factor de recobro será de 40%: 520.000 millones de barriles. 

Pero con seguridad, en ese lapso de tres siglos y medio ya se habrían descubierto tecnologías factibles para un recobro del 100% y, más aún para revisar hacia el alza al petróleo originalmente en sitio, tal vez hasta alcanzar los dos billones de barriles en la sola Faja del Orinoco.

Pero para entonces, si ya se hubiesen agotado las reservas livianas, medianas y pesadas del resto del planeta, menos Canadá, ¿serán necesarias semejantes magnitudes de hidrocarburos en un mundo que desde ahora se está enrumbando hacia una matriz de consumo energético que minimiza la generación de gases de invernadero?

Los sueños, sueños son, decía Pedro Calderón de la Barca, pero en materia económica y política esos sueños han conducido históricamente a verdaderas catástrofes humanas.  Hipotecar los mermados recursos disponibles del país en la insistencia en proyectos inviables a corto y mediano plazo, sería con seguridad otra de esas catástrofes.




Pondérese solamente la magnitud de la inversión  requerida para persistir en ese camino ruinoso: 234 mil millones de dólares en 5 años, en momentos en los que la participación fiscal neta del país en 2016 apenas supera los 5.000 millones de dólares.








 A la inviabilidad financiera se añade el limitado espacio que deja el equilibrio demanda-oferta a nivel global para los crudos más costosos, bituminosos y extrapesados en las próximas décadas, tal como lo documentan diversas fuentes y hemos referido en entregas anteriores de esta columna:



































cmp / septiembre 2017




sábado, 17 de junio de 2017

PESCADORES EN RÍO REVUELTO


La industria petrolera venezolana:


Pescadores en río revuelto

Carlos Mendoza Pottellá

En entregas anteriores, analizando las opciones que se le plantean a la industria petrolera nacional en medio de una situación operativa crítica y un oscuro panorama en el mercado internacional, hemos aludido a la corriente de pensamiento privatista, de corte neoliberal, que se postula como alternativa salvadora.

Sus propuestas se fundamentan en una promoción tentadora, propia de los “spots” publicitarios de curas milagrosas, en la cual interesadamente se confunde la propiedad nacional con “propiedad estatal” y postulan, como anzuelo, el reparto anticipado de los recursos petroleros de la Nación entre sus “verdaderos propietarios”, los ciudadanos.

Recientemente, y precisamente como corresponde a buenos pescadores en río revuelto, han aparecido varias propuestas de ese tenor, a las que haremos referencia aquí. Antes retomaremos el debate desde sus orígenes:

A partir del pacto “nacionalizador” de 1976, y más precisamente, desde los tiempos de las políticas aperturistas, promovidas por la cúpula gerencial anti estatal enquistada en la industria petrolera nacional,  hemos venido enfrentando a esos planteamientos que demonizan al nacionalismo en esta materia.

En ese trayecto nos hemos topado con muchas formas de expresarlos, algunas de ellas, insidiosas y sibilinas, que pretenden ocultar su designio privatizador de la propiedad pública con planteamientos sobre la ineficiencia del Estado en la administración de esos recursos, los cuales, al ser destinados al financiamiento del gasto corriente, no reproductivo, rentista, parasitario y corrupto, disminuye las posibilidades de crecimiento de la industria que los genera.

En esa confusión de verdades, medias verdades y mentiras abiertas, se cuelan los proyectos de “transición” desde una anquilosada empresa estatal a una moderna corporación internacional y a la ya mencionada promoción de la rebatiña anticipada de los recursos de la Nación, los cuales deben ser asignados de acuerdo a las leyes de la libre competencia, a los más capaces.

Para liberar esas fuerzas competitivas hay que anular la injerencia del Estado, convirtiendo a PDVSA en una sociedad anónima, propiedad de los ciudadanos, quienes podrán realizar con ella todas las operaciones válidas en un ámbito de plena libertad mercantil.

Si yo soy accionista de la Royal Dutch Shell, ¿por qué no puedo serlo de PDVSA? Decía un conocido gerente petrolero estatal en tiempos del furor aperturista.

Al respecto, haremos una cita personal, extraída de la Introducción al Suplemento de la Revista BCV 2008-1, “Profecías Cumplidas” que recoge dos textos de Juan Pablo Pérez Alfonzo:

Esa política llegó a su cumbre durante la gestión de Luis Giusti, auténtico Shell man, antes y después de su paso por PDVSA, quien se atrevió a plantear la conveniencia de “privatizar” a esa empresa mediante la venta de “una parte de su capital accionario”. Una privatización que, por su magnitud, no podía ser asumida sino por los grandes capitales transnacionales, es decir, que se trataría de una simple desnacionalización. Es así como el 21 de junio de 1997 se inserta un millonario aviso en la Revista Time, ponderando la tarea fundamental en la que están inmersos los gerentes-cónsules: ablandar a una opinión todavía “demasiado nacionalista para aceptar lo inevitable: la completa privatización de Pdvsa”. (Loc. Cit).

Es así, también, como el nombre de Luis Giusti comienza a ser mencionado como el del consenso de las fuerzas conservadoras y antinacionales para una “solución de emergencia”. Y es entonces cuando comienzan las confesiones que hacen innecesarias las denuncias:

 “En la industria petrolera tenemos un proyecto político desde hace quince años”, “una dictadura modernizante garantizaría el cumplimiento pleno de los objetivos de la corporación”
Textualmente:

“Se elimina el Valor Fiscal de Exportación. Se modifica el esquema tributario para promover la inversión. Apertura amplia a capitales privados nacionales y extranjeros en todas las actividades petroleras. Promoción efectiva de la industrialización de los hidrocarburos. Precios del mercado interno competitivos. Venezuela se sale de la OPEP.”

La internacionalización, la orimulsión, el Cristóbal Colón, los “campos marginales”, las asociaciones estratégicas, el outsourcing, los convenios operativos y bajo el esquema de ganancias compartidas, fueron etapas de ese plan político: la completa desnacionalización de la industria petrolera venezolana, la liquidación de Pdvsa en tanto empresa estatal. [1]

Volviendo al presente, nos encontramos de nuevo frente a las propuestas privatizadoras.
Una, muy bien estructurada a partir del indudable conocimiento técnico de su autor, el Ingeniero Diego González Cruz, [2] quien realiza un correcto y pertinente análisis de las reservas y recursos, de sus fortalezas y debilidades, así como de sus diversas posibilidades de desarrollo, centradas en los campos convencionales, todo lo cual compartimos, como queda asentado en nuestros trabajos anteriores. Pero a la hora de la definición de la política económica aplicable, salta la liebre CEDICE, que es justamente lo que adversamos. Pruebas al canto:

“… los hidrocarburos, en especial el petróleo no tiene nada de estratégi­co, ni es una industria básica, y mucho menos que es sinónimo de soberanía, independencia y para el desarrollo social. Paradigmas crea­dos por nuestra clase política, que se han arraigado en el imaginario nacional.”
A partir de esa definición de principios, sus propuestas siguen ese patrón:

“Es necesario revisar la relación Estado-Sociedad  con respecto a la renta que produce la actividad de los hidrocarburos, para que esta vaya directamente a los ciudadanos. El excedente económico que se origine en la actividad petrolera, que corresponde a la Nación, será destinado totalmente a la creación de un FONDO, que será el Fondo de ahorro, patrimonio e inversión de los venezolanos. Su rendimiento será entregado directamente a cada venezolano a través de cuentas individuales.”

“Será preciso que PDVSA deje de ser una operadora y convertirla en una excelente administradora de los Contratos de Producción Compartida (Production , Sharing), en nombre de los propietarios del recurso, todos los ciudadanos.”

“Mientras se cambia la Ley Orgánica de Hidrocarburos, con voluntad política, se puede usar la figura de la empresas mixtas para tal fin, con los particulares tieniendo por lo menos el 49% de los negocios. Para las actuales actividades que realiza PDVSA como de esfuerzo propio se pueden firmar Contratos de Servicio”

“Se hace necesario un pacto entre los diferentes actores políticos que contemple la no interferencia del ejecutivo en las actividades operacionales ni en la designación del tren directivo y gerencial de la estatal”

Todas estas son propuestas para la “inmediata transición”, pero también propone, para el largo plazo, órganos de la regulación de los hidrocarburos y la energía, “autónomos e independientes del gobierno de turno”, donde se minimiza la representación del sector público y se le coloca en pié de igualdad, o incluso minoritaria, con asociaciones empresariales y corporaciones de “la sociedad civil” vinculada al sector,

“… siguiendo un esquema organizativo y de trabajo como el existente en el exitoso ‘National Petroleum Council-NPC’ de los EE-UU

La segunda de las propuestas privatizadoras a que haremos referencia está contenida en una entrevista realizada por el diario “El Universal” al economista Alexander Guerrero[3], quien realiza sus consideraciones de manera directa y simple:

 “Venezuela ya no es un país competitivo con su petróleo” y por tanto, es el momento de “abrirse al capital privado”.

 “El efectivo de la renta se gastó en el engrandecimiento del Estado y hoy ese Estado, como un enfermo obeso mórbido no puede pagarlo, ni el ingreso fiscal, ni los impuestos que remunera el venezolano”.

...“el colapso de la industria petrolera es consecuencia de esas grandes deseconomías” (concepto antagónico al de economía de escala, en donde los costos bajan a medida que se produce más), “causadas por la política y el nacionalismo petróleo venezolano”.

Habría que modificar las normas internas, abrir la industria petrolera de nuevo a los capitales; tendrá que subastarse”,

...hacer “una gran corrección política en la Constitución Nacional y en las leyes petroleras que permitan el ingreso del capital privado”.

...“no podemos capitalizar nuestras deudas y hay que pagarle a los socios. Pdvsa tendrá que vender su capital a inversionistas privados nacionales y foráneos”.

No nos queda mas, desde luego, que ratificar nuestra oposición estructural a estas propuestas, que se producen en un momento crítico innegable, cuyas perspectivas de resolución no están a la vista y requieren de una consideración detallada de las circunstancias, del reconocimiento de fallas y deficiencias políticas y operativas, amén de una profunda corrección de la errada percepción de la realidad energética y petrolera global que nos ha conducido a la planificación de mundos ilusorios. 

Pero nada de eso autoriza a proponer la liquidación del patrimonio nacional en una feria desesperada.



cmp, junio 2017




[1] Carlos Mendoza Pottellá, “Introducción”, Suplemento de la Revista BCV. Vol. XXI. N° 1, Caracas, enero-junio 2008.                                
[2] Diego J. González Cruz, Como rescatar la industria petrolera nacional, Plan de Acción a corto y mediano plazo, CEDICE.
[3] Alexander Guerrero,  El Universal,  11 de junio de 2017, entrevista de MARIELA LEÓN,