Mostrando entradas con la etiqueta política petrolera. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta política petrolera. Mostrar todas las entradas

domingo, 21 de octubre de 2018

Apuntes Petroleros IV en Petroanalysis


Apuntes de Política Petrolera Venezolana 

IV

Carlos Mendoza Pottellá

A propósito de la “transición energética”

Los recientes eventos catastróficos ocasionados por huracanes en Francia y los Estados Unidos han hecho rememorar la certeza de un cambio negativo en las condiciones climáticas globales, como consecuencia del “efecto invernadero” generado por la masiva combustión de hidrocarburos.


La revolución industrial, que tomó impulso definitivo hace unos 270 años con la invención de la máquina de vapor, fue el inicio del papel de la materia orgánica fosilizada  como sangre del aparato industrial, sustituyendo a la energía humana, de los animales, del viento y las corrientes de agua, que movían las primeras y rudimentarias máquinas, tornos,  molinos de trigo, telares, etc.

El carbón tomó allí un protagonismo que todavía hoy no ha perdido, a pesar de ceder espacios frente al petróleo líquido a mediados del siglo pasado, con la multiplicación de los usos del motor de combustión interna, en particular en el transporte, donde el automóvil, los aviones y los tanques desplazaron al “caballo de hierro” y sus rígidas vías férreas, y que, con los motores diesel incorporados a los navíos, eliminaron a los “vapores”.

A la competencia se incorporaron en las décadas postreras del Siglo XX los hidrocarburos gaseosos, para  hacer que los combustibles fósiles superaran  en más del 80% su participación en el total de las fuentes energéticas utilizadas por la humanidad. El porcentaje restante quedó ocupado por la energía hidráulica, la demonizada energía nuclear, las incipientes “energías alternativas”, fotovoltaicas y eólicas, y el remanente primitivo  de las otras formas de “biomasa” vegetal y animal.

El aumento en intensidad y regularidad de eventos como los mencionados al inicio, condujeron finalmente a un consenso científico sobre las apocalípticas consecuencias del calentamiento global y la inevitabilidad de un cambio radical de la matriz energética generadora del mismo, el cual fue alcanzado en París, en 2016, con la aprobación, dentro de la  Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, de un conjunto de medidas para la mitigación de la emisión antropogénica de gases de efecto  invernadero.


Generalmente conocido como Acuerdo de París,  el mismo fue negociado  por casi doscientas partes y países, pero sólo ha sido ratificado por menos de  cien de éstos, con la notable retirada de Estados Unidos, uno de los principales generadores de esos gases, en junio de 2017.

Siendo la actual administración norteamericana la más radicalmente escéptica en esta materia, no es, sin embargo, la única entidad que condiciona la toma de las medidas de mitigación, derivadas del Acuerdo de París, a las prioridades de sus más inmediatos y particulares intereses económicos.

De hecho, todos los sectores involucrados en la industria de los hidrocarburos se comportan, en esta materia, con diversos grados de reticencia y excesivos condicionantes a la hora de asumir su responsabilidad.

Sin llegar a los extremos de las compañías tabacaleras para ocultar los efectos cancerígenos de sus productos, la OPEP, por ejemplo, que por su misma razón de existencia está condenada a ser petrolera, sin alternativas, lo deja en evidencia en sus pronunciamientos oficiales y en las declaraciones de su Secretario General, Mohammad Barkindo.

La Organización se declara “…plenamente comprometida y apoya el Acuerdo de París…” pero exige tomar en cuenta las diferencias nacionales, al hablar de “responsabilidades comunes pero diferenciadas… y “la prioridad del desarrollo sostenible”. OPEC Statement to the UN Climate Change Conference 


Más directamente, Barkindo declara lo siguiente, a principios del presente mes de octubre, según Reuters:El secretario general de la OPEP criticó el jueves un informe que pide una acción radical para combatir el cambio climático, y dijo que la idea de que la energía renovable era el único futuro del mundo era errónea y que un "bombardeo" de la defensa verde podría ser perjudicial.

"No se trata de elegir una fuente de energía en contra de otra, como lo sugieren algunos de nuestros colegas de la comunidad científica. En algunos sectores escuchamos historias que sugieren que las energías renovables son nuestro único futuro energético. Esto, con todo respeto verdadero a nuestros amigos, está claramente equivocado”  …

"El petróleo no es tóxico al final del día, las emisiones son tóxicas", dijo Barkindo, y agregó que las tecnologías para reducir y finalmente eliminar las emisiones de los combustibles fósiles deberían ser el foco de atención. 


(Londres, 5:53 am ET jueves, 11 oct. 2018, Reuters)

Paradójicamente, las grandes corporaciones petroleras internacionales, precisamente etiquetadas como “transnacionales” por haberse manifestado como no comprometidas absolutamente con un interés nacional particular, dando fe, de paso, a la noción de que “el capital no tiene patria”, ahora, de acuerdo al signo de los tiempos, tampoco se sienten encadenadas al cognomento “petrolero” y empiezan a manifestarse como compañías energéticas, verdes, y aunque mantengan y expandan sus negocios petroleros, no dejan de apostarle algunos quintos a las “fuentes alternas”.

En efecto, y tal como lo indican sus propios pronósticos energéticos, todo parece indicarles que los hidrocarburos llegaron al tope de su utilización como tales. Así lo muestra la siguiente gráfica de la Royal Dutch Shell:



Según estas predicciones, todos los hidrocarburos tendrán una participación decreciente en la oferta energética global, pasando del 80% actual a menos del 50% en el 2050 y a menos del 20% a partir del 2080.

Las tendencias para 2050 se confirman, para los hidrocarburos líquidos y gaseosos, en otro escenario de la misma Shell sobre el consumo de energía primaria por fuente, el cual, sin embargo, otorga al carbón una persistencia en su porcentaje de utilización global:






Desde luego, estos son escenarios de pesadilla para aquellos que sueñan con ser petroleros durante los próximos quinientos años, contando los pollos antes de nacer, como hacen los expertos, técnicos y planificadores venezolanos al “estimar” el factor de recobro de 20% que les produjo los 300.000 millones de reservas “probadas y certificadas” de la Faja Petrolífera del Orinoco.

Por el contrario, escenarios más realistas, como los de la Shell y el de otras corporaciones, como el de Exxon-Mobil, limitado hasta 2040 -y cuyo gráfico sobre la evolución de la demanda en ese lapso reproduzco aqui-




constituyen el resultado de constatar, sin atenuantes, el efecto de los profundos cambios técnológicos y político-económicos que se han manifestado en estas décadas de transición secular y que se intensificarán en el futuro inmediato.


En primer lugar, la evolución de la producción industrial, que ya no estará centrada en el acero, el concreto y el aluminio, sino en la microelectrónica, la robótica, la redes de comunicación digital, la biotecnología, la nanotecnología, los autos eléctricos y la disminución de las necesidades de desplazamientos físicos de personas y materiales, etc.


Y de manera determinante, como contexto general, la lucha contra el calentamiento global, del cual son principales responsables los combustibles fósiles, sin que se avizoren, por ahora, métodos eficientes de control de las emisiones de su combustión y que, por otro lado, todavía son muy incipientes, limitados y poco factibles  los procesos alternativos, como la “captura del carbono” que propone Donald Trump para mantener activa la producción carbonífera norteamericana y a los que se refiere Barkindo en la cita hecha más arriba, cuando hablaba de que “…las tecnologías para reducir y finalmente eliminar las emisiones de los combustibles fósiles deberían ser el foco de atención.”


Como digresión final, es pertinente destacar este consenso entre productores de hidrocarburos, solidarios  en la búsqueda de una salida a las crecientes limitaciones que impone la conciencia universal de sus impactos ambientales. 
Venezuela no es ajena a ese comportamiento contradictorio, sobre todo cuando sus dirigentes pregonan y promocionan, en el seno de la OPEP, una política de limitación de la producción dirigida a sostener la defensa del nivel de precios y, simultáneamente, formulan planes inviables para la expansión acelerada de su propia producción.


cmp, 20 de octubre de 2018


sábado, 10 de junio de 2017

UN BARCO EN LA TORMENTA (I y II)


La industria petrolera venezolana:
Un barco en la tormenta (I)

Carlos Mendoza Pottellá

En medio de la crisis política, económica y social que vive Venezuela, todo ejercicio analítico sobre la industria petrolera que se centre exclusivamente en las variables operativas, financieras y de mercado de la misma, podría ser considerado como una actividad fuera de contexto, tal cual la de los músicos del Titanic. Por el contrario, creemos que, en medio de la tormenta, se trata de la más urgente de las tareas, cuando es impostergable identificar con precisión donde están las fallas y donde las fortalezas que nos permitan mantener el barco a flote.
En particular, y como lo hemos venido sosteniendo en entregas anteriores de esta columna, es necesario identificar con claridad las tendencias del mercado petrolero actual y la posición de nuestra industria en ese contexto, dadas sus peculiares características, las cuales deben ser analizadas, aunque pueda parecer un largo rodeo, a partir de su evolución histórica. A esto último dedicaremos esta edición, con la promesa de ubicarnos luego en el presente y no eludir los retos que nos plantea la realidad contemporánea.

Los yacimientos petroleros venezolanos, que a partir del Decreto del Presidente de la República de Colombia de 1929, Simón Bolívar, pertenecen a la Nación, fueron desarrollados en el siglo XX por corporaciones inglesas y norteamericanas que obtuvieron concesiones legales para ejercer esa actividad y con el pago de regalías e impuestos debidos al propietario, la Nación venezolana. Esa es una historia de claros y oscuros suficientemente relatada. 

A partir de mediados de los años 20 del siglo pasado y hasta principios de los años 60, el petróleo venezolano extraído por esas corporaciones alcanzó el más alto nivel de exportaciones de país alguno, relevando en esa posición al petróleo norteamericano que se dedicaba cada vez más a su creciente consumo interno. En ese lapso se produjo también el desarrollo, con avances y retrocesos, de la política petrolera nacional y una lucha constante por garantizar una justa y adecuada participación de la Nación en los descomunales proventos, de magnitudes rentistas, que generaba la liquidación de ese recurso.

Las circunstancias históricas determinaron que el último otorgamiento masivo de concesiones, con una duración de 40 años, fuera el realizado en 1943 por el gobierno del Presidente Isaías Medina y que a partir de 1961, se impusiera la política de “no más concesiones”, corazón del Pentágono de Acción de Juan Pablo Pérez Alfonzo para garantizar la ”justa participación” nacional. Todo lo cual determinó el surgimiento una noción que poco a poco se hizo colectiva: 1983 sería el año final de las concesiones a las corporaciones extranjeras y se iniciaría la etapa de la administración directa por la Nación de sus recursos de hidrocarburos.

Colocadas ante esas perspectivas, las compañías petroleras, para nada dispuestas a dejar una industria en plena capacidad productiva en manos de sus propietarios, iniciaron una política de aprovechamiento acelerado, con características de rapiña, de los yacimientos que les fueran concedidos, incrementando los niveles de producción por encima de los óptimos técnicos y acelerando el agotamiento de las reservas identificadas para entonces, amén de cesar toda actividad de extensión y desarrollo en esas localizaciones.

En efecto, a partir de 1960, el nivel de producción diaria subió desde 2,85 millones de barriles en ese año a 3,7 MMBD en 1971, el máximo nivel alcanzado aún hasta nuestros días, para luego caer en picada, hasta 1986, a 1,56 MMBD. Quedaba en evidencia así el estado en el cual los concesionarios habían dejado los yacimientos explotados por ellos.

 Las reservas probadas cuantificadas para entonces, cayeron de 17.381 millones de barriles en 1960, hasta un nivel crítico de 13.727 MMbls. en 1971, cuando había cesado toda actividad exploratoria. Con ambos indicadores, máxima producción y mínimas reservas, la industria petrolera directamente administrada por la Nación hubo de encarar los costos crecientes de regularizar esas circunstancias y generar un margen confiable de reservas que permitiera mantener la producción en el nivel de los años 60, pero fue más allá, y comenzaron los sueños expansivos fincados en la Faja.


El evidente deterioro de la industria y la conciencia de propiedad nacional que ya se tenía, determinaron la promulgación, en 1973, de una Ley para garantizar la plena operatividad de esos yacimientos para el momento en que se produjera la reversión pautada en la Ley de Hidrocarburos de 1943: “Ley sobre bienes afectos a reversión”. Las estrictas normas de conservación y fondos que debían constituirse para tales fines, determinaron otro tipo de reacción de las concesionarias: propiciar una nacionalización pactada según sus propias conveniencias.

Y eso lo lograron en agosto de 1975, con unas operadoras surgidas de su propio seno y munidas con sendos contratos de “asistencia técnica” y comercialización que les garantizaba una participación privilegiada en los futuros proyectos de esos entes “nacionalizados”. Posteriormente,  después de 1976, ese arreglo se concentró en la “casa matriz”, PDVSA, conformada por sus antiguos “hombres de confianza” que se convertirían en generadoras de procesos, proyectos y políticas abiertamente lesivos del interés nacional en nombre de la creación de una empresa de magnitud mundial, al nivel de sus “pares” internacionales, Exxon, Shell, etc.

Comenzó así una confrontación con la Nación, que se emboscaba en una lucha contra el supuesto “estatismo” que imperaba desde entonces en la mente de los venezolanos: la participación fiscal, considerada por Pérez Alfonzo como la auténtica participación nacional, fue paulatinamente caracterizada, tal como hacían las concesionarias, como “lo que el gobierno se coge”. Planificadores mayores de PDVSA diseñaron escenarios “productores” y “rentistas”, asignando roles antagónicos, donde el primero de esos escenarios identificaba a “la industria” y sus proyectos y el segundo “al Estado” y sus pretensiones fiscalistas despilfarradoras.

Con esa particular visión de la industria petrolera fue que se multiplicaron, a partir de 1976, toda clase de proyectos que mermaron la participación nacional y multiplicaron los costos operativos de la industria.

Algunos de esos proyectos fueron los que las antiguas concesionarias dejaron de realizar para no incurrir ellas en costos que no aprovecharían después de 1983, tales como las urgentes campañas de perforación exploratoria, de extensión y desarrollo, o el sobrefacturado cambio de patrón de refinación que reduciría la producción de residual del insólito nivel de 49 por ciento del barril procesado en el que se encontraba, hasta un más aceptable 25 por ciento.

Pero otros, totalmente innecesarios y sostenidos por la voluntad expansiva que los hacía combatir nuestra permanencia en el seno de la OPEP, como la adquisición de 17 refinerías chatarras en el exterior,  para luego incurrir en costos de reparación y modernización, amén de pagar impuesto sobre la renta norteamericano a partir de “ganancias” sobre descuentos otorgados por la “casa matriz”, para no incurrir en la bancarrota que impone en esos casos la Securities and Exchange Comission que protege a los inversionistas de Wall Street. O como los megaproyectos de la Faja del Orinoco, el “megadisparate de PDVSA”, según Francisco Mieres, una inversión de 100 mil millones de dólares entre 1980 y el 2000, basada en la proyección automática e ingenua de los incrementos de precios observados desde 1974,  para producir una mezcla de crudos de 16° API, que hubo de ser cancelada a partir de 1983, cuando la tendencia alcista se revirtió… y se sentaron las bases para parir un ratón: la Orimulsión.

Añádase a eso la quita fiscal que condujo a regalías mermadas hasta el 1% e impuesto sobre la renta del 34% (en vez del vigente 67%) en los convenios de la apertura, el “outsourcing” y la eliminación del Valor Fiscal de Exportación y se tendrá el siguiente resultado:


Mientras tanto, los yacimientos de crudos convencionales comenzaron a evidenciar su tendencia a la declinación, que ya en los años 70 se estimaba en 20% interanual, y para cuya contención se requería –y se sigue requiriendo- una inversión creciente en recuperación secundaria, con nuevas perforaciones, inyección alterna de vapor, reacondicionamiento, recompletación, etc., tal como referimos y documentamos en columna anterior.

Ante estas circunstancias y desde la época de los “megaproyectos”, los ojos de los planificadores petroleros no se han despegado de las expectativas que genera esa máxima acumulación de hidrocarburos que representa la Faja del Orinoco  En tiempos de la “apertura petrolera” de Giusti y compañía comenzó a promocionarse como la fuente que sustituiría a la declinante producción convencional, aún a precios por debajo de los 10 dólares el barril, porque el aumento de la producción compensaría la caída de los precios. Y allí se dio inicio a nuevas campañas de exploración y cuantificación de las reservas de ese yacimiento, amén de iniciar la construcción de los “mejoradores” que convertirían al crudo extra pesado en uno liviano y desulfurado.

Esta historia continuará hasta nuestros días, desde luego, pero ya está parcialmente considerada en las entregas tituladas “Recursos, Reservas y Fantasías” (I y II) y “Mirándonos en el Espejo Canadiense”


La industria petrolera venezolana:
Un barco en la tormenta (II)

Carlos Mendoza Pottellá

Las circunstancias históricas descritas en la primera parte de este “barco en la tormenta” han sido las determinantes de la contemporaneidad. Trataremos de hacer la conexión entre los viejos debates y el actual, para fundamentar las políticas que nos imponen las aguas turbulentas que agitan a la industria petrolera, local y universalmente hablando.

Las posiciones que asumimos en esta materia durante las tres décadas finales del siglo XX condujeron a que se nos asociara, para honra nuestra, con los planteamientos de los maestros Francisco Mieres y Gastón Parra Luzardo y con la memoria de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Como “profetas del desastre” fuimos etiquetados por sectores poderosos de la opinión pública, convictos por insistir en denunciar el rumbo de disminución de la capacidad generadora de excedentes para la Nación de nuestra industria petrolera, tendencia que fuera diagnosticada por Pérez Alfonzo, al evaluar las posibles consecuencias de los proyectos de los que ya para entonces él calificara como “gerentes alzados”.

A las dañosas modalidades de la nacionalización criolla se agregan otros hechos no valorados en sus efectos agravantes para la situación de Venezuela. Sin exagerar, puede afirmarse que el futuro es difícil. La caída violenta de la Participación Fiscal es uno de esos hechos. Son estos ingresos los que cuentan de verdad para el pueblo venezolano. Son ellos los que se supone sembrar para sustituir la liquidación de tan valiosos activos nacionales sin perjudicar las futuras generaciones ni la perpetuidad de la nación. Los excedentes que la misma industria guarde con destino a ser invertidos en la propia liquidación del petróleo, es errado o malicioso pretender integrarlos a aquellos ingresos que sí quedan disponibles para invertirse en todos los proyectos imaginables en el intento de acallar la angustia por el agotamiento del capital petrolero. La participación fiscal, que es la efectiva, va llegando a su caída de 1978 a unos $3.367 millones, casi el nivel de 1974. Más pronto de lo que nadie imaginara, el ‘boom’ de ese famoso año lo dejamos desvanecer.[1]

Esas consecuencias quedaron de manifiesto en los 30 años siguientes, según las cifras que conforman el gráfico inserto en la entrega anterior: el rumbo inversamente proporcional del crecimiento de los costos y la caída de la participación fiscal.

El colapso de los precios del petróleo en 1998 fue una de las consecuencias de la política aperturista de privilegiar los “volúmenes” y burlar los acuerdos suscritos en el seno de la OPEP para la defensa de los precios.

La general inconveniencia de estas circunstancias (13 dólares el barril promedio 1998 para el crudo de referencia WTI, 8 dólares la cesta venezolana)  condujo a una primera concertación de países productores  OPEP y No-OPEP, (Arabia Saudita, México, Noruega, a regañadientes Venezuela y, de manera subrepticia, los productores domésticos norteamericanos, representados por el Secretario de Energía Bill Richardson) todos los cuales acordaron recortes de producción que dieron lugar a un repunte de los precios desde las profundidades de esos 9 dólares  hasta cerca de 30 dólares el barril para el 2000. En el siguiente gráfico, que data de esos momentos, se reseña el proceso y registran las expectativas que teníamos  en 1999.  


La convocatoria de la II Cumbre de la OPEP hecha en el 2000 por el Presidente Chávez y realizada en Caracas, condujo a una reasunción efectiva de la política de defensa de los precios y éstos repuntaron por encima de los 30 dólares el barril a partir de entonces.

En 2001, la promulgación de una nueva Ley de Hidrocarburos en Venezuela intentó detener el deslave fiscal ocasionado por los aperturistas: el Impuesto Sobre la Renta se incrementó de desde 34 hasta 50 por ciento y la Regalía, desde el 1% hasta el 33%. Se detuvo la dinámica perversa ya descrita entre costos y participación fiscal, invirtiéndose los rumbos registrados hasta entonces.

Simultáneamente, los precios continuaron su rumbo ascendente, remontando por encima de 40 dólares a partir del 2004… y allí comenzó de nuevo la feria de las ilusiones con la Faja del Orinoco que ya hemos referido en las entregas anteriores y que dieron lugar a una planificación de pajaritos preñados que se planteaban metas de producción que resultaron inalcanzables, tanto por la carencia de medios y recursos para materializarlas, como por las circunstancia de que las mismas desbordaban la capacidad de absorción del mercado petrolero global, dadas las tasas de crecimiento de la demanda estimadas por los principales centros internacionales especializados -e interesados- en la materia, en particular, la propia OPEP, la Agencia Internacional de Energía, el Departamento de Energía de los Estados Unidos, sin contar a las grandes transnacionales petroleras y financieras.


La realidad fue que en 2012 estábamos produciendo menos que en 2005, pero la contumacia expansiva continuó, hasta límites inimaginables, como proponer una meta de producción de casi 7 millones de barriles diarios para el 2021, extrayendo más 4 millones 700 mil bd de la Faja del Orinoco:



La inviabilidad de estas metas estaba expuesta en las propias cifras de la inversión requerida, ya citada en la entrega anterior: 300 mil millones de dólares entre 2015 y 2019.
El resultado, también mostrado gráficamente, fue el siguiente:




A pesar de las ironías y en el entrecomillado de la palabra “planificación” para definir estos ejercicios de ciencia ficción, estas circunstancias no son cómicas. Son trágicas, y constituyen el fundamento de nuestra insistencia en revelarlas y denunciarlas, porque  nos afectan personalmente por nuestra identificación nacionalista y socialista y en la misma medida en la que la frustración de la gestión pública de los recursos nacionales le da alas a los eternos heraldos de la privatización y la dejación de soberanía.  

La convicción de que somos una potencia sigue incólume, tropezando cada día con la misma piedra de la inviabilidad de los sueños montados sobre la que, sin lugar a dudas, es la mayor acumulación de hidrocarburos sobre el planeta, pero cuyas características físicas y las condiciones actuales del mercado impiden su desarrollo acelerado a corto, e incluso, a mediano plazo, amén de enfrentar un panorama modesto y  complicado en el largo plazo, debido al cambio de la matriz energética en sentido negativo para los energéticos emisores de gases de invernadero. Matriz que está siendo impuesta, tanto por un desarrollo tecnológico cada día más desmaterializado, -determinado en gran medida por la tendencia ancestral del capital de moverse desde los sectores de menor rendimento hasta los más rentables- como por el crecimiento de una conciencia ambiental universal, a pesar de Trump y los lobbys carboníferos.

La posibilidad de convertirnos en una potencia petrolera global es una certeza generalizada, sobre todo sostenida por los expansionistas originales, los  aperturistas de los años 90, quienes consideran  que los planes volumétricos formulados hasta ahora no se han podido cumplir por el “exagerado estatismo”, el control de la industria en tanto que propiedad pública y las tendencias socializantes que han impedido el libre movimiento de los factores de la producción mediante el desarrollo de  empresas privadas competitivas, nacionales e internacionales.

Esa visión privatista continúa floreciendo en los proyectos de los promotores de “una transición” en la industria petrolera venezolana, para ajustarla a las normas de neoliberalismo fundado en los principios del consenso de Washington, propagando para ello una intencionada confusión del concepto eterno de Nación y su forma republicana con los conceptos temporales de Estado y gobierno, al pretender identificar la propiedad pública, de la Nación, con una supuesta “propiedad estatal”.

Con este artificio se plantea que los ciudadanos actuales,”los verdaderos dueños del petróleo”, deben devengar el dividendo anual individualizado que genere la inversión petrolera, para así limitar la voracidad fiscal del Estado, “lo que el gobierno se coge” y destina a gastos ineficientes que limitan la reinversión petrolera.

Este planteamiento es, simplemente, la promoción de un reparto anticipado, con características despojo al futuro, de un patrimonio secular, de la Nación eterna.

En vez de un “fondo para las nuevas generaciones” como el creado por Noruega desde los años 70 del siglo pasado, el cual crece todos los años por la realización de  inversiones rentables en otras latitudes y que limita a un 4% el ingreso de los rendimientos petroleros a la economía de ese país, precisamente para no padecer del “efecto Venezuela” o de la “enfermedad holandesa”, aquí se propone, con el más contumaz rentismo, y la más abierta promoción del egoísmo intergeneracional, crear un fondo para su reparto anual entre los actuales habitantes. “El que venga atrás que arree”, decía Pérez Alfonzo.

No podemos concluir esta entrega sin una referencia personal. 

Y es que el ejercicio de la crítica sin adornos demagógicos trae consecuencias que algunas veces son, cuando menos, incómodas. Nadie aprecia el antipático papel de Casandra.

Las opiniones expuestas en esta serie de artículos han molestado a los entusiastas promotores de futuros luminosos que cuentan los pollos antes de nacer, en particular en la Faja del Orinoco, con la paradoja de que la molestia por nuestro llamado a poner los pies sobre la tierra viene de tirios y troyanos, unos, por negar nuestro presente como potencia y por ser un tonto útil que quiere dejar el petróleo para su aprovechamiento futuro por el gran capital transnacional, y otros, por la insistencia en un “estatismo” rentista y socializante, desfasado de la liberal modernidad competitiva.

No basta con responder que amanecerá y veremos, continuaremos insistiendo en presentar la desnudez del Rey.

cmp, junio 2017



Anexos








"El precio necesario para alcanzar una meta de gasto real per-cápita, similar a los obtenidos en los años donde esta variable presentó valores relativamente altos, se encuentra en un rango de entre   70  y 110 dólares por barril."




[1] Juan Pablo Pérez Alfonzo, 15 de Octubre de 1979.  “Venezuela se acerca a la debacle”,  en Petróleo y Ecodesarrollo en Venezuela,  Dorothea Mezger (Compiladora), ILDIS, Caracas 1981. Reeditado en el Suplemento de la Revista BCV -- 1, Enero-Junio 2008, como parte de “Profecías Cumplidas”, Caracas 2008. Por sus posiciones en favor de la creación de fondos para el futuro y la limitación del expansionismo  petrolero, Pérez Alfonzo también fue víctima de  campañas para demostrar su locura y era  aludido por algunos voceros periodísticos tarifados como


“el brujo de Los Chorros”

sábado, 20 de mayo de 2017

FAJA Y ARENAS BITUMINOSAS

Petróleo venezolano:
Mirándonos en el espejo 
canadiense

Carlos Mendoza Pottellá

Retomando el tema de la situación de la industria petrolera venezolana y las perspectivas del mercado mundial que hemos tratado en entregas anteriores de esta sección, aprovechamos el envío que nos hace un distinguido colega de la publicación corporativa canadiense, Oil Sands Magazine, de fecha 15 de febrero de 2016, titulada ¿Por qué Venezuela es el mayor competidor de Alberta? [1]

Desde el propio título y la fecha de publicación, ese trabajo nos brinda una nueva es oportunidad de observar, un año y tres meses después, la inmensa brecha entre la realidad y la venta de futuros luminosos que la contradicen.

En verdad, nos encontramos ante un espejo canadiense de los megaplanes elaborados sobre la Faja Petrolífera del Orinoco, fundados en un inexistente panorama de crecimiento de la demanda petrolera que desbordaría la demanda en el mediano plazo y haría volver a los altos precios. Pero también es un canto a la necesidad de aflojar controles estatales y pretensiones de soberanía, la eliminación de restricciones “excesivamente” ambientalistas, y sobre todo la rebaja de las cargas fiscales, condiciones que implícita o explícitamente acompañan a todas las propuestas productivistas a troche y moche.

Pero en algo tienen razón los editores del trabajo que nos ocupa, y es en lo referente a las ventajas geológicas y técnicas del crudo de la Faja y en su conclusión de que, por eso, los proyectos canadienses son peores que los venezolanos dentro del ranking de factibilidad que resulta de la comparación de las respectivas tasas internas de retorno.

En efecto, en los escenarios de los centros especializados en el análisis del mercado que muestran los niveles de precios requeridos para el desarrollo de nuevas producciones hasta los años 30 y 40 de este siglo, para la Faja del Orinoco ese nivel es de 90 dólares por barril, mientras que los precios requeridos en los proyectos de las arenas canadienses oscilan entre 120 y 160 dólares el barril, según sea la forma de su extracción, si minera o convencional petrolera antes de ser "mejorados".

En ambas localizaciones -Canadá y Venezuela- todos los escenarios consultados [2] pronostican que los volúmenes adicionales de crudos extrapesados que podrán ser producidos en cada una de ellas no pasarán de dos o tres cientos de miles barriles diarios dentro de 13 años, que es uno de los lapsos de la estimación. 

Lo que ha pasado en Canadá, desde la fecha de publicación del trabajo que citamos al inicio, es la más palmaria refutación de los supuestos expansivos que allí se planteaban. Y, nuevamente, es un espejo donde debemos vernos reflejados a la hora de evaluar nuestros propios planes de crudos extrapesados. De hecho, existen otros escenarios donde los proyectos de la Faja aparecen como los más inviables y con costos que requieren precios cercanos a los 100 dólares el barril y mínimas posibilidades de desarrollo volumétrico: 
El recuento de las incidencias canadienses que mencionamos lo hacen publicaciones como Petroleum Economist, Oil Price, Bloomberg, World Oil. De la primera de ellas hacemos una síntesis libre de dos trabajos del analista Shaun Proczer. [3]  Su exposición es suficientemente concisa como. para que no sea necesaria una mayor argumentación:

Por todas partes, las Compañías Petroleras Internacionales están abandonando las arenas petrolíferas de Canadá. Después de Total y Statoil el año pasado, Shell y Conoco-Phillips completaron operaciones de reducción de valor por 30.000 millones de dólares canadienses (22.370 millones de dólares estadounidenses). La venta plantea preguntas sobre la competitividad de las arenas petrolíferas en una era de petróleo de lutitas más barato… ha planteado una pregunta espinosa para los productores canadienses de arenas petrolíferas: ¿en qué punto el petróleo en el suelo deja de existir en el balance? La respuesta es, cuando la SEC (Securities Exchange Comission) Comisión de Intercambio de Valores de los Estados Unidos lo diga.
La pregunta se agudizó después de que ExxonMobil se vio obligada a cancelar 3.500 millones de barriles de sus reservas de arenas petrolíferas en su declaración anual de 10 K. Se trata de la totalidad de la reserva de reserva de su mina de arenas de Kearl, que fue puesta en servicio en 2013 a un costo de 12.900 millones de dólares canadienses (US$ 9.810 millones) y otros 200 millones de barriles de betún en su proyecto in situ Cold Lake. La reducción de las arenas bituminosas redujo las reservas probadas de ExxonMobil en un 20%.
ConocoPhillips siguió el ejemplo, reduciendo a la mitad sus reservas probadas de arenas petrolíferas, eliminando efectivamente 1.300 millones de barriles de arenas bituminosas y otros 1 millardos de barriles de recursos bituminosos.
Estos barriles han desaparecido del libro de contabilidad sin dejar rastro. En total, equivale a alrededor del 3% de las reservas probadas del Canadá, que se han considerado las terceras más grandes del mundo, después de Arabia Saudita y Venezuela.[4]
Royal Dutch Shell anunció el jueves que venderá casi todos sus activos en arenas bituminosas, la última señal de que las operaciones en los recursos canadienses continuarán  en conflicto mientras que los precios del petróleo se mantengan en niveles históricamente bajos y las compañías energéticas se encuentran bajo una creciente presión para que reduzcan sus impactos en el cambio climático. [5]


A nivel global, hace más de dos años que comenzó el proceso de reducción de inversiones en las localizaciones menos rentables, Ártico, Mar de Barents, aguas profundas en general, Canadá, etc.
La cifra de esos recortes de gastos de capital desde entonces se acerca al billón de dólares.

En la Faja, los socios extranjeros de PDVSA han estádo jugando a la pelota quieta desde hace años, posponiendo inversiones, solicitando ventajas cambiarias, etc...

Lo mejoradores previstos para estar listos entre 2016 y 2017 no tienen ninguna previsión de fecha futura, amén de que, como referimos en los dos primeros artículos de esta serie, simplemente no existen recursos para cubrir una inversión de más de 300 mil millones de dólares en 4 ó 5 años, inversión que naufraga en los mares de los plazos de retorno y la rentabilidad

Para lo que cuenta hoy en Venezuela, dadas urgencia que plantea una situación económica y social crítica, que es el corto y mediano plazo, para la Faja del Orinoco las perspectivas son muy oscuras. Situación muy distinta, por cierto, a la canadiense, quienes tienen la posibilidad, dados el nivel de desarrollo y diversificación de su economía, de esperar sentados largos plazos de maduración de esos “activos varados” que están dejando las compañías internacionales.

Las informaciones negativas para el desarrollo de petróleos de alto costo y de largo plazo de maduración no cesan. Según información de Bloomberg,

Los exploradores norteamericanos de lutitas han incrementado sus presupuestos de perforación diez veces más rápido que el resto del mundo, para desarrollar campos que registran gruesos beneficios, aún con la reciente caída de los precios del petróleo. Wood Mackenzie Ltd. Estima que los nuevos gastos añadirán 800.000 barriles diarios de crudo norteamericano este año, equivalentes al 44 por ciento de las reducciones anunciadas por el grupo de países liderados por sauditas y rusos. [6]
 
Debemos insistir en la ineludible necesidad de asumir la realidad, por más amarga que ella sea. La formulación de sueños inviables sólo augura un despertar de pesadilla y cuanto antes comencemos a poner los pies sobre la tierra tendremos mayores posibilidades de emprender el difícil camino de salir del rumbo de declinación al que ahora nos enfrentamos.

CMP, mayo 2017

Anexos:













(Estas compañías, que al parecer son los patrocinadores del citado semanario de propaganda corporativa, pues aparecen suscritos al final del trabajo, son también las protagonistas de las incidencias desafortunadas referidas en los textos canadienses que citaremos más adelante)


[2] Rystad Energy, Septiembre 2015, HIS CERA, 2015-2016, Wood Mackenzie, Febrero 2016, K. Haiswoerth, The Future of oil. Reportes mensuales y anuales de OPEP, Agencia Internacional de Energía, Energy Information Administracion (DOE,USA), BP, 2015- mayo 2017

[3][3] Proczer, Shaun, Canadian´s missed barrels, Petroleum Economist, 3/5/2017. Canada´s great IOC´s exodus, Petroleum Economist, 10/5/2017..

[4] Canadian Missing Barrels

[5] Nicholas Kuznetz, 9/3/2017

[6][6] J. Carroll, Bloomberg, 5/5/2017